Caras y caretas cordobesas
Las clases de mayor poder económico dieron inicio a la ocupación veraniega de destinos serranos en Córdoba, afianzando la inversión en hoteles palaciegos y aristocráticos que hacían sentir a los visitantes como en Europa.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
La conquista turística de las sierras (Segunda parte)
La construcción de grandes hoteles fue parte de una estrategia de remarcar más aún las diferencias de clase, poniendo el alojamiento en las sierras cordobesas en un nivel inaccesible para quienes no fueran aristócratas o nuevos aristócratas. Una manera de ganar turistas en lo alto de la gama. Citando a otros autores, Gabriel Garnero señala -en Socio-naturalezas hídricas, turismo y espirales de riesgo ambiental: Las sierras de Córdoba durante el siglo XX- que “la práctica turística avanzó y creció en la agenda política (fue regulado, promovido, organizado) por convergencia con aquellos dispositivos del pensamiento higiénico y modernizador”.
Ambos conceptos, el del higienismo y el de la modernización, se ponen en manifiesto en aspectos del proceso de fortalecimiento de numerosas localidades de las sierras de Córdoba, yendo del impulso vacacionista aristocrático local, a una convocatoria del turismo nacional (e incluso internacional).
La autora Elisa Pastoriza, en La conquista de las vacaciones Breve historia del turismo en la Argentina, 2011, describía, refiriéndose a un plano más amplio que el cordobés, aunque lo incluía, que, a tono con el higienismo de la época, “los sectores más adinerados de la sociedad empezaron a frecuentar las estaciones termales, por un lado, y los centros balnearios, por otro. Lógicamente, se trataba de una minoría pudiente, con recursos suficientes como para poder permanecer fuera de su residencia habitual durante varios meses. En este sentido, el papel de las altas clases sociales, a la hora de promocionar un lugar, fue determinante.”
Debido al empuje de un turismo saludable en ciernes, zonas de Córdoba florecieron, las aguas de Mina Clavero, de Capilla del Monte, o Saldán, se volvieron sinónimos de salud y esos lugares prosperaron como destinos para veraneantes.
En cuanto al higienismo, la oferta trataba sobre reponerse de la fatiga del año, en un clima benéfico, y de veranera, a la vez, sin correr riesgos de contagio de una enfermedad de la época como era la tuberculosis. Ese impulso llevó a inversiones para erigir hoteles como el de la ciudad de La Falda, el mítico Hotel Edén, que en 1907 era un punto de atracción de la alta sociedad, en particular de Buenos Aires. O el caso del Sierras Hotel de Alta Gracia, fundado en 1908, que alcanzaría sus dos años de máximo rendimiento entre 1914 y 1916, en coincidencia con el período en que incorporó un gran casino a su ya fastuoso edificio con 76 habitaciones y lujosos ambientes.
Sobre el Hotel Edén de La Falda, Caras y Caretas reflejaba en 1907 las aspiraciones de la alta burguesía en una página publicitaria que promovía la localidad punillense como destino vacacional, un gran emprendimiento para turistas con billeteras forradas. En la presentación que hacía la publicación porteña del establecimiento, se resaltaba, a la vez, la calidad higiénica del hotel, benéfica para recuperarse no de una enfermedad sino del cansancio acumulado; y también se dejaba en claro que no se trataba de un alojamiento para tísicos. Se leía, por un lado: “Como estación climatérica, propia para retemplar el organismo fatigado por la labor cotidiana y como paraje ideal para pasar la temporada primaveral y veraniega, ninguna ofrece las ventajas del «EDÉN HOTEL» de La Falda.” Y por otro se advertía: “«Edén Hotel» no es sanatorio, ni admite enfermos contagiosos.”
En el caso del Sierras Hotel de Alta Gracia, Caras y Caretas le dedicaba sus recomendaciones pagas en 1914, cuando la anexión del casino le significó un gran salto a la empresa, multiplicando su público, no ya proveniente solo de la burguesía terrateniente y ganadera de la pampa húmeda a la que se invitaba a conocer el gran hotel casino enclavado en un paisaje excepcional del valle de Paravachasca. Argumentaba que allí se encontraría con un lugar tan refinado como en Europa, pero sin “las exageraciones de precios” que tendrían que oblar por lo mismo en el viejo mundo. Se exhibían desplegados en las fotografías de dos páginas dedicadas por Caras y Caretas al Sierras Casino Hotel, los nuevos espacios inaugurados a la palaciega construcción: ruletas y mesas para juegos de naipes, un bar, salón de estar, habitaciones y hasta una sala de teatro para conciertos y proyecciones, sin obviar un lugar para las ocasiones danzantes. Los juegos de apuestas y de azar multiplicaron la afluencia de visitantes, ampliando la base social de la concurrencia, ya que era posible ir a apostar al casino y volver en el tren a la nochecita, sin correr con el gasto de alojarse en el hotel.
Dos años más tarde, otro visitante, viajero y escritor, el norteamericano Henry Stephens, advertía a los lectores de su libro Journeys and Experiences in Argentina, Paraguay, and Chile que no se dejasen engañar por los avisos en las estaciones de trenes que realzaban los encantos de las poblaciones en las sierras de Córdoba. Para Stephens, Alta Gracia no era más que “un gran establecimiento para apuestas”, donde solo hay “un hotel grande, una aldea y una vieja capilla”.
En lo referente a la distinción entre casas de salud y hoteles serranos, no siempre la misma era percibida con claridad, y esto se puede ver reflejado en una nota de 1902, en la que Caras y Caretas comentaba la experiencia de una nevada en Capilla del Monte, ciudad a la que comenzaba caracterizando por su proximidad con La Falda (unos treinta km):
“Capilla del Monte con su hermoso hotel de la Falda que todos los inviernos congrega a un núcleo numeroso de aristocráticos enfermos, no podía sospechar la inesperada visita de la nieve; y, no obstante lo crudo de la temperatura, como el espectáculo era raro y bello, los convalecientes se arriesgaron a gozarlo emprendiendo alegres caminatas por las afueras.”
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