Optimismo presidencial
Milei declara como si tuviese más poder para cambiar las cosas del que realmente tiene
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
La historia de la política exterior argentina marca que el país casi siempre ha privilegiado el mantenerse en una posición no alineada con las grandes potencias, tratando de hacer equilibrio en ese escenario global. En algunos momentos se acercó a algunos países y en otros se acercó a los del otro lado, pero en general trató de mantener distancia de todos.
Esto se empezó a hacer particularmente notable a principios del siglo XX, cuando el nacionalismo populista empezó a exacerbar ese impulso de que lo foráneo es malo, especialmente si es inglés o norteamericano. “Si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende”, dijo Arturo Jauretche y tuiteó Axel Kicillof, exponiendo claramente el mundo chiquito en el que quieren vivir algunos.
Ese equilibrio entre bloques se mantuvo durante bastante tiempo, rompiéndose definitivamente durante el kirchnerismo, que empujó a Argentina a aliarse con países de dictaduras y violaciones de derechos humanos. Hoy el péndulo va para el otro lado.
El fuerte respaldo de Estados Unidos a Argentina no se vio ni siquiera en los años de Carlos Menem, quizás porque el clima de época era otro mucho más optimista, a diferencia del aire beligerante que se siente actualmente. Las dos grandes potencias globales siguen escalando tensiones, de allí que un país vulnerable como el nuestro se convirtió en una pieza deseable para los dos contendientes.
Cada analista verá las cosas desde su óptica, pero es imposible mirarlas si no es desde un conjunto de valores que rescata algunas cosas por sobre otras. Personalmente prefiero la libertad norteamericana al orden represivo chino, de allí que en un mundo en creciente polarización me siento más cómodo con el bloque occidental que cree en el mercado, la democracia, el Estado de derecho y las libertades individuales, no con el que defiende la intervención estatal en la vida privada de la gente y en los sistemas de vigilancia y crédito social.
En ese contexto en el que el mundo se va polarizando poco a poco, quizás la opción correcta esté del lado de elegir un bando y abandonar la idea de la neutralidad o el equilibrio entre ambos polos, aunque esa es una apuesta cuyos resultados no se van a poder ver en el corto plazo. Tal vez Estados Unidos sea una potencia en declive, pero todavía sigue siendo un jugador de peso a nivel global, el único que efectivamente puede respaldar con fuerza al gobierno en su proyecto (porque el kirchnerismo nunca consiguió de China un respaldo similar a este, a pesar del swap de monedas).
Sin embargo, nada de todo ese apoyo alcanza cuando la política no se ordena. El presidente y varios de sus allegados creen -ingenuamente- que con esto alcanza para resolver las crisis cíclicas de Argentina, como si todo se debiera exclusivamente a factores externos que nos golpean y derrumban todo lo construido.
Además de haber dicho que los dólares nos van a salir por las orejas, agregó que no se va a correr de la misión que le encomendaron los argentinos hace dos años y que preparan reformas laborales en impositivas. Fantástico, pero no hay muchas pistas sobre cómo pretende hacerlo en un país en el que las corporaciones tratan de preservar sus privilegios a toda costa.
Tomemos solamente esas dos cuestiones, trabajo e impuestos. ¿Qué compromiso han demostrado las provincias y los municipios bajando tributos?¿Qué garantías hay de que no volverían a subir los impuestos si llegaran al gobierno nacional? Ni siquiera han avanzado en la discriminación de los impuestos en el ticket, como si les diera vergüenza aceptar que cada vez que vamos al súper gastamos lo mismo en impuestos que en bienes.
Con el trabajo no es muy distinto. Los últimos relevamientos del Indec señalan que ha aumentado el trabajo informal, aunque también es cierto que aumentó en general la cantidad de gente trabajando. Puesto en otras palabras, la mayor parte del trabajo que se creó fue al margen de los gremios y sus estatutos o convenios, los que dificultan emplear y despedir libremente. Si el parámetro para medir cómo se emplea son las prerrogativas que tienen los empleados públicos, definitivamente pocas ramas de los privados van a poder dar trabajo en blanco. El tema es que todos esos gremios siguen definiendo -y destruyendo- las posibilidades de empleo.
Milei declaró con exceso de optimismo, como si estuviese viendo cosas o posibilidades que nosotros no vemos. Aunque se avanzó algo con las desregulaciones, prácticamente nada cambió para los ciudadanos comunes y corrientes (aunque debo reconocer que cambió una regulación por la que escribí en la página de Sturzenegger para denunciar la burocracia), quizás porque nadie puede terminar de creer que esta vez el cambio va a durar más allá de un par de años, hasta que llegue una nueva variante del peronismo (sea kirchnerista o con otro adjetivo que disimule su adicción al gasto público). Los mecanismos institucionales y el balance entre poderes dificultan los cambios, lo que no está mal, pero juega con la paciencia y necesidades de gente que no puede darse el lujo de seguir perdiendo el tiempo.
Milei parece creer que lo que va a venir después de octubre le va a despejar el escenario para avanzar en nuevas reformas en línea con su propuesta inicial. Parece difícil. Por lo pronto, el apoyo de Estados Unidos le permite ganar algo de tiempo y confianza hasta ver si efectivamente se consiguen cambiar algunas de esas reglas de juego que se impusieron en Argentina e hicieron crecer los niveles de pobreza y marginalidad.
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