Redefiniciones identitarias
La nueva conformación del Congreso demuestra cómo han cambiado los tiempos políticos y el polo de atracción del poder.
Por Javier Boher
En la política argentina hay una realidad innegable: cuando está claro para dónde va el poder, la tendencia es a la concentración en el oficialismo. Algo de eso es lo que se ve en la cámara de diputados, donde La Libertad Avanza logró arrebatarle la primera minoría al kirchnerismo, espacio que la ostentaba desde hacía años. Algo se rompió ahí, lo que obliga a una redefinición de acuerdos y simpatías.
La mayor parte de los análisis giraron en torno a ese cambio en el equilibrio de fuerzas, aunque en rigor de verdad lo que pasó en las elecciones fue que los ciudadanos decidieron qué espacio representaba mejor el cambio que desde 2015 venía vendiendo Juntos por el Cambio. Casi todas las bancas que consiguieron los libertarios fueron a costa de la reducción de las fuerzas que supieron representar al no peronismo, que se desdibujó a partir de las candidaturas que proponían reformar el orden anterior, como la de Horacio Rodríguez Larreta.
Lo que ganó en octubre fue la profundización de un conjunto de medidas que venía adoptando el gobierno nacional, lo que definió de manera tajante qué es lo que quiere la gente y cómo pretende alcanzarlo. No alcanza con tratar de dar lástima diciendo que este es un gobierno perverso y sin sensibilidad porque a la mayoría no le importa (o incluso lo celebra). Esto fue decisivo para que muchos gobernadores empezaran a despegarse del peronismo kirchnerista para tratar de formar una nueva narrativa un poco más componedora.
En ese sentido, la altísima dispersión del Congreso de 2023 a 2025 dio paso a algo mucho más concentrado, con menos cabezas tomando decisiones. Además volvieron con más fuerza los interbloques, que reducen la cantidad efectiva de interlocutores y le ponen otro precio a los apoyos legislativos. Si esos bloques e interbloques se consolidan, va a subir el precio de un voto y la negociación va a ser mucho más necesaria que antes.
A pesar de la novedad en el cambio de quién ocupa la primera minoría, hay espacios que están en problemas mucho más grandes. Los monotributistas electorales (esos personajes que ganan sus bancas sin representar verdaderas estructuras partidarias) tienen que empezar a juntarse con lo que les queda a mano, casi como cuando se van acabando los participantes en el Juego del Calamar -y más o menos con la misma desesperación que en dicha ficción-. Los Pichetto, los Massot o los Monzó son hábiles operadores de los mecanismos reglamentarios del recinto, lo que les sirve para armar estructuras parlamentarias algo relevantes que no tienen un correlato territorial, pero su indefinición política en tiempos de identidades fuertes les juega en contra.No hay que confundirse: no se trata de abrazar ideologías, sino de ponerse la camiseta de un bando, cualquier que sea. Quizás por eso la ex kirchnerista, ex libertaria, ex patito en la cabeza y visitante de represores presos, Lourdes Arrieta, terminó sumándose al bloque de Provincias Unidas.
Los radicales y el Pro pagaron cara su errática estrategia electoral, pero lo hicieron del peor modo posible, entregando bancas a otros bloques. la definición de un claro espacio de poder a la derecha del espectro ideológico (encarnado en los libertarios) empujó a muchos a irse con la marca que puede repartir cargos para pagar militancia en lugar de quedarse a jugar por los colores de siempre. Si en el apasionado ambiente del fútbol son profesionales y cambian sin problemas, ¿cómo no lo van a hacer los que se dedican a uno de los oficiosas viejos del mundo?
Independientemente de los bloques e interbloques que se puedan ver hoy, hacia adelante las cosas se van a ir definiendo de acuerdo a algunas dimensiones que se van superponiendo en la Argentina. El eje económico de izquierda y derecha va a seguir definiendo parte de las identidades que se adopten, sumado al eje institucionalismo-populismo. Solo de esa combinación podemos sacar al kirchnerismo y a los libertarios como formas populistas de izquierda y derecha, con los peronismos provinciales y el larretismo del 70% tratando de comer hacia el centro. El eje institucionalista se fue achicando, con Provincias Unidas y el Pro luchando para llevar votos cada uno a su lado del espectro.
Todo eso seguirá afectado por las viejas identidades del radicalismo y el peronismo, pero también las del liberalismo social o el conservadurismo. Todos jugarán a posicionarse entre todos esos ejes, tratando de maximizar una ubicación que les permita comerle electorado y bancas al resto de los participantes.
Por ahora los libertarios han dado muestras de poder arrebatarle representación a las otras fuerzas que, de no conseguir un buen candidato a presidente, solo podrán proyectar su futuro lejos de los lugares de toma de decisiones. Dos años es mucho tiempo para una elección presidencial, pero es poco para reorganizar partidos que están lejos del poder y que proponen cosas muy parecidas (en alguna arista) a las del oficialismo. La posesión genuina del poder actúa como un imán para concentrar apoyos, que obliga a los terceros partidos a trabajar sabiendo que todo lo que no puedan captar tiene altas chances de ser atraído por el otro polo.
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