Nacional Por: Javier Boher06 de noviembre de 2025

Maximilien Milei, revolucionario francés

El ministro Sturzenegger comparó al presidente con la Revolución Francesa, una exageración que se le puede volver en contra

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com

A algunos nos gusta la historia y por eso la usamos para exponer nuestros puntos de vista. No tenemos un conocimiento académico de la misma, pero entendemos algunos procesos y liderazgos que definieron los eventos sucedidos a lo largo del tiempo. Esto siempre conlleva el riesgo de usar la historia en analogías erradas, que terminan perjudicando más que beneficiando a aquel que las enuncia. Justo eso le pasó al ministro Federico Sturzenegger.
El ministro de Desregulación y Transformación del Estado se encuentra en España y fue allí donde se presentó en un desayuno en el que expuso sus ideas. Tal vez no sean completamente erradas, pero seguramente podemos afirmar que son exageradas y pueden terminar llevando su valoración hacia un lugar equivocado. En su presentación aseguró que el presidente Milei es la Revolución Francesa, los sindicatos equivalen a la iglesia y los empresarios prebendarios se pueden asimilar a los terratenientes. “¡Salí de ahí, Maravilla!”, le dirían en Twitter. 
Por esas casualidades del destino, ayer estuve escuchando una entrevista a la historiadora Camila Perochena en la que responde a la pregunta sobre qué revolución prefiere, si la Francesa o la Gloriosa Inglesa. La respuesta se puede resumir en que le gusta enseñar la primera, pero que la segunda fue mucho más exitosa en su legado institucional. La clave estuvo en que los franceses trataron de moldear la sociedad según criterios filosóficos exagerados, propios de una revolución espiritual, mientras que los ingleses se dedicaron a regular las pasiones humanas sin muchas más pretensiones que la convivencia. Ya habían experimentado el terror de la utopía, por eso eligieron el aburrimiento de lo posible.
La Revolución Francesa fue un aporte fundamental para los procesos independentistas latinoamericanos e impregnó con sus ideas la construcción de las repúblicas que nacieron de los mismos, pero en su tierra inauguró un proceso que implicó persecuciones, ejecuciones, la vuelta de la monarquía (con otro nombre) y una larga serie de eventos que llenaron de inestabilidad al país. Todo proceso revolucionario implica correr ese riesgo de establecer una nueva tiranía de la mayoría (que a la larga se vuelve a reducir a los pocos que se sientan a una mesa). Quizás el caso inglés sea mucho más relevante para las necesidades de la política argentina de siempre.
Es verdad que hoy el peronismo representa al conservadurismo, particularmente en lo que se refiere a la economía, pero como toda fuerza conservadora su posición representa los intereses de una parte importante de la sociedad. Ayer también escuché una entrevista a Jorge Sola, del Sindicato del Seguro, donde aparece esta cuestión de que el peronismo se resiste a la innovación y la transformación. Su posición fue adecuadamente fundamentada y -aunque subjetiva- racionalmente desarrollada como opuesta a la exuberancia ideológica de la propuesta libertaria. No siempre lo revolucionario es bueno y lo conservador malo. De hecho, la historia marca que ambos extremos suelen ser nocivos para los derechos individuales y el progreso colectivo.
Sturzenegger mantiene su cruzada desreguladora a toda costa, exagerando las bondades del modelo y las virtudes de su enfoque, lo que lo lleva a sostener paralelismos exagerados como el de ayer. Ni hablar de que le va a terminar dando a la oposición lo que quiere: qué mejor para los detractores de Milei que imaginarlo como Maximilien Robespierre, abusando del poder estatal para ejecutar con la guillotina a aquellos que pensaban distinto al dogma revolucionario. Quizás lo imaginen así, además, por cómo la revolución se lo terminó comiendo.

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