Penalizar el peso
La propuesta del peronismo racional y amigo de los mercados es, otra vez, propia de espacios o regímenes que atentan contra la libertad económica
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
No sé muy bien de qué manera comenzar esta nota, porque no soy economista, no me gusta la economía y algunas veces me cuesta entender de qué manera condiciona a la política. Es como ver un deporte que no se conoce a fondo: se puede opinar muy por encima sobre lo que se ve, pero la esencia del juego permanece inaccesible.
Este sentimiento de incomprensión es el mismo que tienen los economistas cuando hablan de política, por supuesto. Aunque la suya sea una ciencia social nunca terminan de entender muy bien porqué la gente vota como lo hace o se endeuda con la financiera más oscura que hay en el mercado.
Pese a ello, hay gente que intenta acercar los mundos de las sociales, aunque hay una cierta predilección de los sociólogos (particularmente los progresistas) por estudiar la economía, buscando explicaciones y fundamentos que contradicen toda la evidencia del cuerpo teórico económico a los fines de sostener sus visiones del mundo. Su formación de base les impide ver cuánto están errando, del mismo modo que los economistas (particularmente los que se dedican a las finanzas) no entienden que más de un tercio de la gente eligió a un candidato presidencial que puso la inflación en 12% mensual.
Lamentablemente para todos los legos que pretenden aprender sobre estas cuestiones de política, economía y sociedad, estos últimos perfiles son los que más abundan en redes sociales y medios tradicionales. Hay poca gente que sepa de verdad y tenga vocación docente para hacer análisis o difundir ideas que no puedan asemejarse al terraplanismo, por eso las opiniones de la gente suelen ser malas, rozando el terreno del pensamiento mágico.
La sobreabundancia de ese tipo de perfiles ha llevado a mucha gente a cuestionar las ideas dominantes de las últimas décadas, ya que las explicaciones sobre el porqué de las crisis económicas siempre terminaba siendo insuficiente o errada. Ese contexto permitió el surgimiento y la llegada a la presidencia de un Javier Milei que anduvo años sentándose en cualquier estudio televisivo al que lo invitaran para armar un panel.
El cambio de época generado por estos economistas liberales mediáticos fue tan grande que desde el otro lado de la grieta tuvieron que empezar a buscar gente que pudiera hablar sobre economía desde la racionalidad de la teoría económica y no desde las doctrinas erradas con las que desde acá trataron de explicarle al mundo cómo se debía gestionar un país.
La semana pasada, casualmente, en varios lugares se empezó a dar la discusión sobre quién podría ser el Sturzenegger peronista, el hombre que volviera a trabajar por un Estado regulador o interventor, pero con suficiente confianza de los mercados como para intentar modelos como el brasilero, el uruguayo o el chileno de gobiernos de izquierda que no atenten contra el capitalismo.
Uno de esos nombres fue el de Emmanuel Álvarez Agis, quien fuera viceministro de Axel Kicillof en tiempo de Cristina Kirchner. El economista hace rato se dedica a su consultora y a ser entrevistado por diversos medios, opinando sobre la gestión del gobierno y proponiendo alternativas.
En uno de esos encuentros expresó el fragmento que se viralizó ayer, respecto a que una manera de formalizar la economía sería -por ejemplo- con un impuesto al uso de dinero en efectivo, que se sumaría a la derogación del impuesto al cheque. “Vas al cajero, ponés $1000 y te entrega $900”, dijo muy suelto de cuerpo. Rápidamente los libertarios se ataron la servilleta al cuello y salieron a hacerse un picnic con la opinión del economista opositor.
La evidencia empírica de la historia argentina señala que en general los impuestos no se eliminan ni se reemplazan, sino que se suman. El mismísimo impuesto al cheque lleva más o menos tres décadas de vigencia, a pesar de que se lo vendió como algo provisorio. Lo mismo pasó con las retenciones de Duhalde y hubiese ocurrido con el impuesto a las grandes fortunas de haber sido reelegido el kirchnerismo. No puede ser que la solución a todos los problemas siempre sea subir algún impuesto en un país en el que hay tantas trabas para generar riqueza.
La propuesta, además, es inviable para millones de argentinos que viven al margen del sistema financiero, en zonas alejadas en las que no hay señal como para usar sistemas de pagos electrónicos. Casualmente el grueso de la gente de menos recursos, incluso muchos formales, se manejan en efectivo para ganarse ese 10% de descuento que suelen hacer los negocios cuando se paga sin factura.
Para el resto, los medios de pago electrónico son una realidad desde hace bastante tiempo (como reconoce Álvarez Agis en su intercambio tuitero con Milei), por lo que solo cabria reducir ingresos brutos y demás tributos que hoy encarecen las operaciones con dichos medios. Hoy aceptan transferencia hasta los naranjitas, los que venden cubanitos o los que piden en los semáforos. Gran parte de ese logro corresponde a Mercado Pago, a la que el kirchnerismo hostigó durante su último mandato.
Probablemente no haya mejor evidencia sobre el fracaso de penalizar el uso de efectivo que lo que ocurre con el dólar, donde los billetes salieron masivamente del sistema bancario y se usan para transacciones de cientos de miles de dólares para la compra y venta de propiedades. Es el absurdo que señalan algunos, un país en el que se compran zapatillas con tarjeta en 12 cuotas y casas al contado.
La racionalidad económica ha abandonado al peronismo hace rato.
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