El arte de conservar lectores
Desde la Agencia Córdoba Cultura se organizó hace un par de semanas La Noche de las Lecturas, un evento que contó con cientos de actividades en toda la provincia, destinadas a rescatar ese ritual antiquísimo que actualmente aparenta encontrarse en peligro de extinción.
La magnitud de los cambios promovidos en nuestras costumbres por la incorporación de las nuevas tecnologías es algo que no estamos en condiciones de dimensionar en tiempo presente, pero que seguramente será objeto de análisis en el futuro como un quiebre profundo en la historia de la humanidad. En muy pocas décadas hemos sido testigos y partícipes de un verdadero terremoto cultural que ha sacudido desde sus cimientos a la evolución de la raza humana. Y ni por asomo somos capaces hoy de entender hasta dónde nos llevará la inteligencia artificial, el último gran hallazgo en la cadena de innovaciones.
Estos fenómenos han obligado a que nos adaptemos a estas herramientas de las que se nos empieza a proveer, en las que todos somos neófitos, aunque sea natural que los más jóvenes desarrollen una velocidad de asimilación que deja atrás a los nacidos en el siglo veinte. Sin duda, los nativos digitales corren con ventaja, porque esa misma internet que para los más veteranos fue un prodigio al que hubo que amoldarse, para los centennials resultó algo que venía dado y que estuvo presente en sus vidas desde la más tierna edad, como una opción más dentro del catálogo de juegos infantiles.
Pero a la par de esa necesidad constante de estar alertas ante una vertiginosa sucesión de saltos tecnológicos, también surgió el mandato de desapegarse de todos aquellos hábitos que habían reinado a lo largo de siglos y que de un día para el otro quedaban obsoletos sin remedio. Mirar la hora en el reloj a cuerda, sacar fotografías analógicas, realizar llamadas por teléfono fijo o escribir a máquina fueron actividades que se practicaron de modo cotidiano hasta que los teléfonos inteligentes y las notebooks ofrecieron su servicio para realizar todas esas tareas mediante apenas uno o dos aparatos.
Y así, en tanto la antigua cosmovisión se derrumbaba, los nostálgicos del viejo mundo se afanaban en subrayar qué cosas seguían permaneciendo incólumes, lo que supuestamente era una prueba de supervivencia que las hacía eternas. Mientras los discos eran relevados por los archivos digitales y las películas salían de las cintas para subirse al streaming, parecía que los libros habían vencido en su lucha contra la digitalización: ya sea por su toque vintage o por el escaso atractivo formal de los e-books, lo cierto es que la industria editorial se sostuvo en medio de los vaivenes y continuó cosechando consumidores para sus productos.
Avanzada ya la tercera década del siglo veintiuno, pareciera que estamos ante una tendencia mucho más grave que la merma en la circulación de libros impresos. Lo que se verifica entre quienes se incorporan al mercado de la industria cultural es una disminución en el apego a la lectura, que estaría quedando reducida a una minoría ilustrada y a quienes abordan textos pertinentes a los estudios que están cursando. Con las publicaciones en papel atravesando una crisis evidente, todo indica que en el segmento juvenil ya no prolifera esta necesidad de entregarse a leer con la voracidad de antes.
Como un antídoto frente a esta realidad, desde la Agencia Córdoba Cultura se organizó hace un par de semanas La Noche de las Lecturas, un evento que contó con cientos de actividades en toda la provincia, destinadas a rescatar ese ritual antiquísimo que aparenta encontrarse en peligro de extinción. Nada se sabe acerca de cuán eficaces resultarán estas iniciativas para que no se apague la pulsión lectora, pero es al menos reconfortante que se promueva esta idea conservacionista, aunque más no sea por las dudas alguna circunstancia apocalíptica de esas que tanto acechan nos deje sin conexión y debamos recurrir otra vez a técnicas pretéritas.
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