Nuevos recortes de los días de papel Córdoba, 1906
Coches de plaza, tramways a caballo y esas nuevas máquinas llamadas automóviles, recorrían la ciudad de barrio a barrio y se cruzaban en el centro, dando la nota en el movimiento y la velocidad del transporte del siglo XX temprano.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
El automóvil depositó sus ruedas en Córdoba con diez años de atraso respecto a Buenos Aires. Se repitió aquí, como en cada ciudad del mundo, un período de adaptación a la novedad, desde la curiosidad al acostumbramiento. Y así como estaba reglamentada la velocidad del tránsito de jinetes y carros, causa de frecuentes accidentes y de tragedias, surgió la preocupación por esas máquinas que llevaban sus caballos dentro del motor.
“Cada día que trascurre se aumenta entre nosotros estos nuevos y rápidos medios de locomoción inventados para satisfacer las exigencias de los pueblos modernos que en todo quieren andar a vapor o electricidad”, se leía en La Patria del 3 de enero de 1906 que continuaba: “Son muchas las máquinas de este género que cruzan nuestras calles a todas horas ya para presentarlos a público por los propietarios de ellos o bien para lucir la habilidad de los improvisados chauffers que los dirigen.” La publicación sumaba a la utilidad de los autos el lucimiento de los conductores, su orgullo por manejar ese artefacto. Se asistía al nacimiento de un nuevo objeto de poder, y también de un nuevo tipo de fetichismo. El periódico evidenciaba preocupación ciudadana al argumentar que esa atracción por la velocidad “influirá poderosamente para que cada uno de aquellos se empeñe en hacer gala de sus aptitudes, imprimiendo al vehículo un movimiento vertiginoso cuando se quiera, pero inadecuado para nuestras calles estrechas y lo que hará que en el día menos pensado se produzca cualquier desgracia que será la primera, pero no la última en la estadística que se iniciará en esa clase de acontecimientos desgraciados.”
Lo que lleva a La Patria a concluir el artículo con un pedido a las autoridades: “La reglamentación de ellos es entonces indispensable y premiosa y sobre esto llamamos la atención del Sr. Intendente Dr. Ortiz.”
La sugerencia del diario no cae en saco roto, y en marzo de 1906 se informa el envío de un proyecto de ordenanza al Concejo Deliberante. Su texto disponía que los propietarios de vehículos debían anotarse en un registro con su nombre y dirección, y exhibir un “número de orden” en la parte anterior y posterior del automóvil. La velocidad máxima de circulación se fijaba en doce kilómetros por hora, dentro de la zona comprendida por los siguientes límites: “por el Este, calle 8 del pueblo San Vicente; por el Sud Ferrocarril a Malagueño; por el Oeste puente Las Rosas y prolongaciones y por el Norte calle del Escorial de Alta Córdoba y prolongación de la misma”. Los automovilistas debían hacer sonar la bocina al aproximarse a las esquinas, y portar de noche “una linterna en la parte delantera” y un farol rojo y otro blanco en la parte posterior, que ilumine el número que corresponde al coche, “incurriendo quienes no cumplan la ordenanza en una multa de cinco a cien pesos nacionales”.
Los coches de alquiler eran elementos tradicionales en el paisaje urbano y también figuraban en la prensa con frecuencia, por deficiencias en el servicio que prestaban. Los cocheros se llevaban todas las recriminaciones, que no carecían de prejuicios de clase. Una noticia de la vida diaria en La Patria de 1906 resume parte de esa guerra con los cocheros: “La intendencia municipal, en virtud de haber recibido numerosas denuncias por los continuos abusos que cometen los cocheros de plaza, especialmente los días festivos, violando descaradamente las ordenanzas vigentes, ha dictado hoy un decreto por el cual se dispone lo siguiente: «Desde la fecha la inspección general de la Municipalidad establecerá un servicio permanente en la Plaza San Martín, los días domingos y de fiesta, para cumplir con las ordenanzas vigentes en todas sus partes».” La Voz del Interior ampliaba los motivos de la medida en sus páginas, citando que los cocheros porteños “explotaban al público cobrando precios fuera de tarifa”, y señalando que “entre nosotros también impera esa explotación, especialmente con los forasteros que llegan diariamente a Córdoba y a quienes cobran dos pesos o más por el viaje de la estación al hotel.”
Y para no dejar a un lado a los tramway, permanentes blancos de las críticas periodísticas, cuando ya coexistían el coche tirado a caballo y el tranvía eléctrico, aquí van algunos fragmentos del mosaico cotidiano. La Voz del Interior pintaba el estado de decadencia de la empresa del Tranvía Argentino, al referirse a los “coches desvencijados de esta empresa que como ruinas ambulantes atraviesan las calles de nuestra culta ciudad arrastrados por jamelgos espantosamente flacos, llenos de lacras que sangran al rudo contacto de los arneses y del látigo o palo que acaricia sus lomos para avivar el incierto paso de la lenta marcha.” Por su parte, la Patria publicaba una sucesión de cuadros satíricos a mediados de febrero de 1906, con motivo de una ordenanza municipal que establecía las esquinas como lugares de paradas de los tramway: “Aquí un ciudadano rezagado que, al no parar un coche a su indicación, se sulfura encarándose con el mayoral, quien le dice con cierta dosis de fastidio y gravedad, que… la ordenanza antes que todo. Y está bien. Más allá, un señor muy formal con su niño de 12 a 14 años, que por lo crecido parece de 16, va a subir al tranvía que acaba ya de pasar una esquina y no se detiene: «Pare, pare», dice, haciendo coro con su vástago, a lo que el mayoral contesta impasible: «Y… suba, suba», cuya empresa acometen, diciendo el padre a su gigantesco bebé, agarrate eh, no te caigas. Y sigue la marcha. Después una señorona con feroz aspecto de hidrofobia, al ver que mayoral ni cochero ‘le llevan’, deteniendo el vehículo a sus señas, desdobla su rosario de grandes cuentas contra la empresa, la policía, el gobierno, la municipalidad, etc. etc. virando ‘de intento’ hacia su domicilio, en dirección a los altos del sud.” Entretanto, señala el diario, un mayoral puede hacer detener el coche “a mitad de cuadra por cualquier dama o damisela de arrabal”.
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