Corrección de ayer, ¿incorreción de hoy?
Pasado ya el chubasco de la visita de Roger Waters a la Argentina, para brindar dos shows en el marco de su gira “This Is Not a Drill”, quizás sea ya la hora de analizar más en profundidad por qué provoca tanta polémica con su presencia y sus dichos este músico de 80 años que saltó a la fama con Pink Floyd.
J.C. Maraddón
No era para nada descabellado el anhelo que expresaba la generación hippie, de que el mundo viviera en paz y se cerrara la etapa histórica en que la humanidad encontraba en los conflictos bélicos la manera de resolver los problemas entre dos países. Más allá de que se pueda catalogar de utópica a esa consigna, que militasen por el pacifismo los veinteañeros nacidos durante la Segunda Guerra Mundial y criados bajo la sombra del hongo atómico, posee una lógica irreprochable y es uno de los ejemplos típicos de las teorías que adjudican de modo lineal ciertas consecuencias a determinadas causas.
Desde los Beatles en las Islas Británicas hasta los Doors en California, la mayoría de los intérpretes de rock de esos años insertaban ese tipo de mensajes en sus letras, que al ser coreadas por millones de personas provocaban un efecto de concientización difícil de obtener por otros medios. No eran sólo los músicos ni los agitadores culturales los que compartían esas ideas: gran parte de los que transitaban la juventud en esa época se aferraban a esas banderas como el camino para garantizar que el planeta no volviese a caer en la tentación de zanjar las diferencias a través de las armas.
La Guerra Fría, que tuvo en Vietnam uno de sus capítulos más horrendos, alentaba las peores pesadillas de una conflagración nuclear y despertaba inquietudes militantes en quienes veían comprometido su futuro por culpa de estas decisiones de los líderes de las grandes potencias. Tal vez sea el John Lennon de fines de los sesenta y principios de los setenta el referente prototípico de esta línea de pensamiento, plasmada en canciones extra Beatles como “Give Peace A Chance”, transformada en himno por las chicas y los chicos que marchaban por las calles en protesta por la escalada del armamentismo.
Pero esta vocación antibélica convivía en esos años con otra tendencia muy marcada, nacida al amparo de la Revolución Cubana y vinculada con la reivindicación de la lucha de los pueblos por su liberación. También hubo entonces una ferviente participación juvenil en estas gestas revolucionarias, que legitimaban el uso de la violencia para conseguir sus fines. El Mayo Francés es el símbolo de esa resistencia contestataria, que repercutió no solo en las metrópolis del Primer Mundo, sino que tuvo su eco entre nosotros con el Cordobazo, un estallido social que prefiguró el sangriento periodo pendulante entre la virulencia reivindicativa y la represión dictatorial.
Pasado ya el chubasco de la visita de Roger Waters a la Argentina, para brindar dos shows en el marco de su gira “This Is Not a Drill”, quizás sea ya la hora de analizar más en profundidad por qué provoca tanta polémica con su presencia y sus dichos este músico de 80 años que saltó a la fama como bajista, compositor y cantante del grupo inglés Pink Floyd. Y tratar de entender, fuera del imperio de los “ismos”, las razones que lo llevan a protestar con encono por el trato que le dispensa el estado israelí a los palestinos.
En este presente edulcorado por la corrección política, en el que los artistas evitan pronunciarse sobre temas ríspidos para no quedar en la mira de la cancelación, la iracundia de Waters puede parecer anacrónica y hasta fingida. Pero habría que pensar que sólo se trata de una persona que intenta preservarse fiel a aquel ideario en el que el pacifismo y las luchas por la emancipación de los más débiles no resultaban contradictorios en la mentalidad de esa camada generacional que hoy atraviesa la senectud. Juzgar esa conducta bajo otros parámetros, significa ignorar una obra desarrollada a lo largo de más de medio siglo.
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