El tiempo se detiene, la muerte no
El escritor estadounidense Paul Auster murió el martes pasado a los 77 años en su casa de Brooklyn, mientras por aquí la Feria del Libro que supo tenerlo como invitado, se desarrolla en La Rural hasta el 13 de mayo mecida por los problemas presupuestarios y los avatares de la inestabilidad política.
J.C. Maraddón
No fue fácil en 2002 organizar la Feria Internacional del Libro que se realiza anualmente en el predio de La Rural de Palermo. La Argentina atravesaba una crisis económica devastadora, que en diciembre del año anterior se había llevado puesto al presidente Fernando de la Rúa y que, tras algunos breves interinatos, había desembocado en la jura de Eduardo Duhalde como primer mandatario, quien para ordenar los números aplicó una fuerte devaluación que multiplicó las penurias de los menos favorecidos. Realizar un evento cultural en tan paupérrimas condiciones suponía una epopeya que se hacía muy cuesta arriba para la fundación El Libro.
Uno de los que se bajó de la grilla al enterarse a través de la televisión del panorama de lo que estaba pasando por aquí fue el francés Michel Houellebecq, quien en aquel entonces había alcanzado gran notoriedad con sus novelas “Las partículas elementales” y “Ampliación del campo de batalla”. En el corralito implementado por el ministro Domingo Cavallo a fines de 2001 habían quedado atrapados los 400 mil dólares que se destinaban a solventar los gastos de la feria, por lo que la lista de invitados venidos del exterior se redujo a aquellos que deseaban con fervor venir al país.
Bajo esa premisa, el tucumano Tomás Eloy Martínez, residente en Estados Unidos, el catalán Joan Manuel Serrat y el mexicano Carlos Monsiváis se contaron entre los pocos que confirmaron su presencia en una edición caracterizada por la frugalidad. Pero también se sumó con gusto el que sería la estrella principal de la feria, el estadounidense Paul Auster, quien redujo a 10 mil dólares su cachet con tal de conocer al fin la tierra de Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares, dos de sus escritores favoritos, además de encontrarse con el autor de “Santa Evita” y “La novela de Perón”, libros que había leído con gusto.
Aunque por entonces tenía 55 años, en sus paseos por Buenos Aires se lo vio munido de un bastón, por un problema de movilidad que sufría en una pierna. Nada de eso pudo más que sus ganas de recorrer el lugar desde donde provenía su personaje Héctor Mann, el actor argentino que había triunfado en Hollywood en la época del cine mudo, y en cuya búsqueda se había embarcado el protagonista de la novela “El libro de las ilusiones”, que era precisamente la novedad bibliográfica que él venía a presentar.
Aclamado por una fiel comunidad de lectores que seguían su carrera literaria desde este lugar del planeta, Auster ya era entonces una personalidad ilustre no solo por los numerosos títulos que había publicado, sino también por sus incursiones cinematográficas que le habían reportado popularidad en otros ámbitos. Tan fuerte fue el lazo que lo unió a la Argentina, que después regresó en un par de oportunidades más, siempre en el marco de la Feria del Libro porteña: en 2014 participó de una lectura junto a J.M.Coetzee y en 2018 llegó para respaldar la publicación de “4321”, su retorno a la ficción.
El martes pasado, víctima de un cáncer de pulmón, Paul Auster murió a los 77 años en su casa de Brooklyn, en esa Nueva York a la que le dedicó una trilogía durante la década del ochenta. Mientras tanto, por aquí la Feria del Libro que se está desarrollando en La Rural hasta el 13 de mayo vuelve a debatirse entre los problemas presupuestarios y los avatares de la inestabilidad política, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel 2002 en que Auster dejó de lado cualquier otra pretensión que no fuera pisar nuestro suelo.
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