Arruinados por la innovación
La filtración de datos de sus usuarios que sufrió la red social de citas Ashley Madison a raíz de un hackeo, es el nudo que sostiene una serie documental de Netflix, donde entre otras cosas desfilan los testimonios de responsables de la empresa, empleados, usuarios e investigadores del delito.
J.C. Maraddón
Cuando internet afloró como el nuevo prodigio que iba a cambiar de modo rotundo la vida sobre el planeta, la humanidad todavía albergaba expectativas de que en el futuro todo iba a mejorar y que cualquier avance científico que se produjera iba a redundar en beneficios para la raza humana. Aunque no pocos expertos venían alertando hacía mucho ya acerca de que muchas veces la incorporación de nuevas tecnologías acarreaba consecuencias no deseadas que nos acercaban a una catástrofe planetaria, se seguía imponiendo el paradigma del progreso infinito que desde la revolución industrial insuflaba esperanzas sin límites en las posibilidades de crecimiento.
Ni siquiera las guerras mundiales, en las que hubo científicos comprometidos en el desarrollo de armas con un terrible poder de destrucción, pudieron sofrenar ese impulso a creer que las cosas iban a ser cada vez más convenientes para la mayoría de la población, en tanto los logros del conocimiento así lo permitieran. Tampoco las crisis económicas graves, como las de 1929 y 1973, opacaron la ilusión de ese destino glorioso, aunque el impacto de esta última hizo tambalear la utopía del estado de bienestar en Europa y produjo una escalada de ajustes que sacudió incluso a las grandes potencias.
En la última década del siglo pasado, la caída de la Unión Soviética y la irradiación de las maravillas de la cibernética mantuvieron viva la llama de esa utopía que pregonaba una evolución imparable hacia un destino soñado. La telefonía celular, la world wide web y la comunicación satelital promovían una confianza ciega en el porvenir, que no cedía ni siquiera ante el embate de las pesadillas apocalípticas y las teorías conspirativas propias del ocaso de un milenio. Hasta ese momento, nada hacía pensar que esa curva en ascenso pudiese por algún motivo torcerse hacia abajo.
Tal vez haya sido el ataque a las Torres Gemelas el primer indicio de una debacle cierta, a la par de las perspectivas poco halagüeñas de los expertos que alertaban sobre las altas chances de que el cambio climático provocara desastres de grandes magnitudes. Pero aun así, el arrollador despegue de los dispositivos digitales y del universo de lo virtual mitigó ese atisbo de pesimismo y postergó por un tiempo el desencanto que tarde o temprano se iba a producir, cuando se advirtiera que esos portentos tecnológicos no estaba exentos de efectos negativos, cuya nocividad se estaba a punto de desvelar.
Poco más de veinte años atrás, se descubrió el potencial que tenía la red de redes para poner en contacto a personas que no se conocían entre sí, lo que abrió un mercado de una expansión sin límites. Y fue así como hacia allá se dirigieron aquellos que deseaban encontrar algo más que una amistad. Entre las empresas punto com que aprovecharon esa necesidad para ofrecer sus servicios, en 2001 dio inicio a su imperio Ashley Madison, una red social de citas dirigida especialmente a gente casada o en pareja, a la que se invitaba a tener una “aventura”.
La filtración de datos de sus usuarios que sufrió Ashley Madison a raíz de un hackeo en 2015, es el nudo que sostiene una serie documental de tres episodios que acaba de estrenar Netflix, donde entre otras cosas desfilan los testimonios de responsables de la empresa, empleados, usuarios e investigadores del delito. “Ashley Madison: Sexo, mentiras y escándalos” se titula esa producción en la que se revelan los detalles de este caso, cuyas derivaciones afectaron a millones de personas que vieron vulnerada su intimidad, después de haber intentado ser infieles de manera “segura”. Queda claro aquí que ciertas innovaciones también pueden llevar a la ruina.
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