Cultura Por: Víctor Ramés03 de julio de 2024

Caras y caretas cordobesas

Para cierre de esta serie sobre el carnaval en Córdoba, se citan prohibiciones que imponía un edicto policial, para entrar por último a la celebración de un carnaval en 1904, contada por el cronista como un evento fastuoso.

Cuadros del carnaval cordobés de 1910, "Caras y Caretas".

Por Víctor Ramés

cordobers@gmail.com



Fotos y memorias del docto carnaval (cuarta parte)

La relación fluctuante del carnaval con la prensa y con el estado, que ejercían un control sobre las formas, lugares y reglas para la celebración, conoció tiempos favorables y épocas de “mano dura” (una de las recetas favoritas del poder). Y si bien la celebración de Momo es una tradición muy antigua, su formato moderno dista de ser espontáneo, dada la participacón del estado en la regulación y organización de las actividades. Para ilustrar la intervención de la autoridad policial en el carnaval cordobés de fines de siglo, se puede leer la siguiente nota en el diario radical y combativo La Picota, de 1891, donde los venideros festejos del carnaval de febrero habían dado forma a un edicto policial. La Picota no se limitaba al informe, sino que se ocupaba de mostrar su mala redacción y sus contradicciones, con su tono confrontativo en relación al poder. La nota destacaba en el título, arriba, “Carnaval gramatical” y más abajo indicaba el carácter de la nota: “Comentarios a un edicto de policía”; por fin, enunciaba una especie de bajada: “Traición, alevosía y ensañamiento”. Las últimas eran acusaciones dirigidas a la policía, sin importar el tema de que se tratara. Firmaba “Cosquilla”.

Se afirmaba que la policía, “con motivo del carnaval ha querido sorprendernos, y para darnos una prueba de su buen humor, nos ha largado de antemano una serie de disparates, en los que sale bien mal parada la gramática y el sentido común, disfrazado… ¿de qué diréis?... de Edicto.”

Se cita el 1° Artículo: «En los días del próximo carnaval y desde la fecha, queda prohibido el uso del disfraz, para toda persona; y solo queda permitido el uso de él, en los días 8, 9 y 10 de febrero en bailes de máscaras, no pudiendo sin embargo los hombres llevarlos ni en este caso.» A continuación, comenta el diario: “¿En qué quedamos? ¡El uso del disfraz se prohíbe en los días del próximo carnaval para todo el mundo, luego a renglón seguido se permite en los mismos días, y por fin se vuelve a prohibir para los hombres!

¿Qué es esto?”  

El artículo más discutible, el Cuarto -advierte “Cosquilla”-, revelaba el mayor temor de la autoridad: la posibilidad de que el uso de disfraces sirviera a los “cívicos” para intentar un ataque sorpresa. Se refería a los radicales, enemigos acérrimos del juarismo en el poder. Dictaba el mencionado artículo 4°: “Considerando: que con el pretexto del carnaval pueden aprovechar los cívicos la coyuntura para dar el golpe (de que Dios nos guarde) y que es de suma necesidad abrir el ojo (...) Queda prohibido usar como disfraz trajes de vigilantes de policía, u objetos de carácter militar aun con el pretexto de complementar el disfraz.»

Para ir dándole cierre a esta serie sobre el docto carnaval, a tono con las fotos de Caras y Caretas tomadas a comienzos del siglo XX, la despedida será en base a una crónica por dentro del carnaval de 1904, gracias al diario La Patria de febrero de ese año. El cronista visitaba el corso del Centro, que recorría las calles San Martín, Catamarca, Rivadavia y Constitución (actual Dean Funes) y transmitía una experiencia vivencial del mismo. Hay en su relato el entusiasmo de alguien que asiste a un espectáculo de enormes proporciones. Tal vez fuese su celo profesional el que le dictaba reflejar en forma tan espléndida la festividad provinciana que había ido a cubrir. También se filtran sus valores de clase.

“Una ráfaga de alegría, como si repentinamente se hubiera desencadenado una recia tempestad de locura, se produjo en la tarde del día domingo, cuando a las cinco las bombas anunciaron que el corso podía iniciarse desde ese momento”. A partir de ese llamado “comenzaron a afluir las comparsas y los carruajes lujosamente ataviados, dando principio a la animación general”. Una hora más tarde, “la fiesta estaba en todo su apogeo (...) ejerciendo una atracción irresistible sobre las masas de curiosos apiñadas en todo el trayecto de diez cuadras recorrido por el corso. Una vez iniciado el desfile, la afluencia de coches siguió creciendo hasta el extremo de que en ciertas partes se hacía imposible atravesar de una vereda a otra, pues las hileras de carruajes que a ambos costados de las calles se sucedían sin solución de continuidad...”.

La crónica enumera algunas escenas: “Grupos de máscaras, comparsas que recorrían las calles a pie luciendo lujosos estandartes y banderolas de múltiples colores amenizando sus cabriolas con orquestas perfectamente bien instrumentadas, lujosos carruajes ocupados en gran parte por damas y señoritas de nuestra sociedad más distinguida…”.  Al siguiente párrafo, el periodista cambia al tiempo presente: “Grupos de jóvenes alegres que ya a pie o apilados sobre coches de alquiler hacen crujir los elásticos con el peso que gravita sobre ellos, gritan y vociferan con alegrías desbordantes y ruidosas; cornetas, pitos, flautas y timbales resonando de distancia en distancia; máscaras cuya originalidad demuestra que ha sido puesta a contribución toda la inventiva humana para sentir el efecto deseado en los espectadores; pilluelos disfrazados que corren de aquí para allá y se escurren por dentro de las ruedas de los coches para recoger un ramo de flores o una serpentina escapada involuntariamente de la mano que la arrojó.  (…) Más allá una lluvia de flores y vistosas serpentinas son arrojadas por pulidas o toscas manos según el caso, sobre algún grupo o coche que se disputa la hegemonía entre sus millares de competidores; (…) ruidos de campanillas y cencerros, el acompasado pero monótono y ensordecedor ruido producido por los candombes que ya debían ser relegados al olvido. Unos corren, otros brincan, carros y carrozas repletos de enmascarados y enmascaradas que prodiga sus bromas a diestra y siniestra, saludando a éste y burlándose de aquél; los gritos y la algazara, en fin, que se suceden sin interrupción, y sólo se da tregua a las 8 de la noche para reanudarse una hora después con el mismo entusiasmo.”

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