Genialidad para hacer bailar
Entre todos los homenajes a los referentes artísticos franceses que se insertaron como parte de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París, Cerrone también tuvo lo suyo, cuando juegos de luces llenaron de tonalidades la torre Eiffel, mientras de fondo se escuchaba “Supernature”.
J.C. Maraddón
Aunque la música disco es un nombre genérico que agrupa a distintas tendencias rítmicas bailables de origen afroamericano que alimentaron las pistas de baile de los clubes nocturnos estadounidenses (y luego mundiales) durante los años setenta, es notable cómo luego productores europeos se apropiaron de ese sonido y elaboraron piezas magistrales. De ese modo, gran parte del repertorio de los que se consideran grandes éxitos de la disco music han sido creados por artistas del Viejo Continente, que le supieron adosar a sus piezas algunos elementos tecnológicos de reciente factura, cuya incidencia hizo que los deejays los prefiriesen a la hora de hacer bailar al público.
Italia, Alemania y Francia fueron los países donde se registró la mayor actividad de estos talentos creativos que impactaron tanto en las pistas de baile como en los charts de ventas con canciones que, en muchos casos, todavía son requeridas cuando se trata de encender el fuego de la fiesta. Hace unos días mencionábamos en esta columna la factoría de Munich que comandaba el archifamoso Giorgio Moroder, en tanto que el denominado “ítalo disco” se convertiría en un fenómeno internacional con el advenimiento de los años ochenta, en los que proveyó de numerosos hits al mercado.
En Francia, la presencia de inmigrantes del más diverso origen llevó a que germinara un panorama cultural por demás variado, en el que también florecieron los experimentos musicales con el objetivo de ofrecer productos danzantes. Desde allí salieron las obras en las que se cruzaban folklores hispanos o caribeños con los flamantes artilugios de la electrónica, para dotar a los reductos discotequeros de un colorido que sorprendiese a los bailarines. Los Gibson Brothers, oriundos originalmente de Martinica, y Leroy Gomez junto a Santa Esmeralda, llegados a Paris desde Estados Unidos, son algunos de los nombres más famosos de esta escena francesa.
Entre los pioneros de esa corriente en Francia, sobresale Marc Cerrone, quien venía trabajando en ese sentido en 1976 cuando grabó y produjo de modo independiente el disco “Love in C Minor”, una creación muy audaz que incluía diálogos de una película pornográfica y presentaba un desnudo en su portada, lo que llevó a su autor e intérprete a probar mejor suerte en Estados Unidos, donde el álbum fue distribuido por el sello Casablanca Records. El suceso que obtuvo en América lo alentó a seguir en la misma senda de exploración y en 1977 publicó su tercer disco, “Supernature”, que lo llevaría a la cima.
El tema que le daba título a ese álbum tenía allí más de diez minutos de duración y a 47 años de su aparición sigue siendo admirable la manera en que fue concebido para que se lo disfrute bajo la bola de espejos, donde su empuje surte el efecto deseado. Cerrone lo registró en un estudio londinense, con un método en el que se capturaba cada toque percusivo por separado, una técnica que proviene de la época en que el músico se destacaba como baterista y que fue, en definitiva, la que impuso esa canción.
Entre todos los homenajes a los referentes artísticos franceses que se insertaron como parte de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París, Cerrone también tuvo lo suyo, cuando juegos de luces llenaban de tonalidades la torre Eiffel, mientras de fondo se escuchaba una versión orquestada de aquel tema que tantas veces fue rescatado por nuevos intérpretes. En medio de performances que desataron polémica y de un estridente collage de estímulos audiovisuales, “Supernature” se hizo presente para recordar que hubo un tiempo en el que un productor musical francés logró que todos bailaran con su genialidad.
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