Alberto y Fabiola hasta en la sopa
Finalmente se concretó la denuncia por violencia de género contra el ex presidente
Por Javier Boher
El domingo, mientras buscaba tema, me encontré con los rumores sobre los supuestos hechos de violencia de género entre el ex presidente Alberto Fernández y la ex primera dama, Fabiola Yáñez. Me limité a buscar declaraciones que sirvieran para insinuar que podría haber algo de esto a partir de la premisa de que se carece de lo que se declama.
Desde entonces hasta ahora la cosa no paró de escalar. Primero desmintieron y luego relativizaron, hasta que apareció la denuncia oficial de parte de la víctima y todo se convirtió en un hervidero de acusaciones, rumores y supuestos que resultan de lo más verosímiles. Contrariamente a lo que ocurre con otros temas, nada parece descabellado cuando se trata de algo relacionado con el ex presidente.
Todavía no sabemos nada con exactitud. La información se limita a interpretaciones sobre trascendidos vinculados a datos que salieron de una investigación por corrupción. Ahí tenemos una primera teoría: esto explota para que no se hable del monumental robo con el tema de los seguros, en el que está quedando pegada la plana mayor del kirchnerismo en todas sus razones sociales.
Otra de las teorías dice que Fabiola, al conocerse del tema, habría pedido algún plus económico para que la cosa no escale. Alberto -hombre que vivía en un departamento prestado y tuvo que sacar un crédito para pagar la multa por la fiesta de Olivos- se negó. De ahí habría salido la denuncia posterior.
Ya que se habla de la fiesta que destruyó electoralmente al kirchnerismo al hacerse conocida la foto, hay quienes dicen que los amigos de Fabiola fueron a visitarla porque ella la estaba pasando mal en la convivencia de cuarentena. La pareja la ignoraba y recibía visitas de señoritas, mientras ella estaba abandonada (cosa fácilmente rebatible a partir del registro de sus vuelos en aviones oficiales).
Hay otra versión que afirma que Alberto necesitó usar la fuerza para frenar a Fabiola por los ataques que le provocaba su profundo problema de adicciones, ese que nunca supimos que tenía, que nunca decidió tratar y que no les impidió ir por el primer heredero de la casa de los Fernández Yáñez.
Supuestamente ya hay testimonios de empleados de la quinta presidencial confirmando los maltratos, esos que nunca conmovieron al Ministerio de la Mujer para interceder en el tema. La lógica detrás de aquella verdad peronista de “primero la patria, después el movimiento y luego los hombres” implica que hay que aguantarse el maltrato para no debilitar al colectivo, a un peronismo que en las elecciones estaba para el cachetazo. Pasó Mussolini y dijo que se les fue la mano con el fascismo.
Lógicamente el feminismo quedó atrapado en el medio. La identificación plena con el señor que usaba una corbata verde como el pañuelo se terminó convirtiendo en lo que arrastra a una causa noble por la partidización exagerada que agitó el kirchnerismo.
Cuatro días bastaron para ver el tema hasta en la sopa. Al cabo de ese tiempo explotó una guerra interna en el kirchnerismo -entre los que abjuran de Alberto (y todo lo que representó) y los que pretenden separar al autor de la obra- y con el resto de la sociedad, que señala la hipocresía kirchnerista de haber perseguido a un Cacho Castaña con enfisema que hacía un esfuerzo descomunal para cantar mientras le celebraban los covers de Lito Nebbia a un tipo que mostró todas las bajezas posibles en el género humano. A esta altura, pocas perversiones le faltan a Alberto para cantar bingo.
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