Por Javier Boher
Hay una epidemia de estafas piramidales que dejan a miles de personas en bancarrota cada vez que el engaño termina expuesto. La gente deposita su confianza en vendedores de nulos recursos morales que desaparecen cuando la cosa se pone brava. Es increíble que existan, pero ahí están.
Los tiempos de crisis son propicios para ese tipo de “negocios”, en los que la gente sublima sus frustraciones en un intento por salir de su estado de desesperación. Las promesas siempre son excesivas: rendimientos diarios del 1% en dólares, la propiedad compartida de una mina de oro y la posibilidad de volverse rico de la noche a la mañana. Aunque el dicho reza que “cuando la limosna es de cuantía, hasta el santo desconfía”, siempre hay algún crédulo que cae en el engaño.
Aparentemente, las ofertas son tan exageradas y tan burdas como una forma de expulsar a los seres medianamente racionales que se permiten dudar de tratos tan ventajosos. Solo alguien con muchas ganas de creer es capaz de entrar en un esquema así.
El fin de semana hubo un acto libertario en el que presentaron la agrupación “Las fuerzas del cielo”, con clara estética y terminología fascista. El acto fue en sí mismo una provocación, una “trolleada” para que algunos lloren neonazismo pegado al presidente Milei. Seguramente es uno de los objetivos: convertir en etiqueta positiva lo que siempre funcionó como un estigma, relativizando su impacto como elemento de descrédito. Si todo es fascismo, nada lo es.
En un país en el que hay libertad de expresión, de reunión y de asociación garantizadas por la Constitución cada uno puede juntarse con los que piensan parecido para tratar de ir por el poder a través de los caminos institucionalmente válidos. Así se hace desde hace 40 años y casi nadie parece dudar de que sea la forma. Eso, sin embargo, no significa que no haya personas que prefieran otro tipo de modelos con menos posibilidad de disidencia, basados en algún tipo de creencia en la superioridad moral y política de sus ideas. Eso es peligroso independientemente de cuáles sean esas ideas.
Declararse “el brazo armado” de La Libertad Avanza es una provocación innecesaria, salvo que se esté vendiendo un ponzi político en el que no va a creer ninguna persona razonablemente democrática. Así como uno piensa que nadie va a ser tan tonto como para poner los ahorros de toda la vida en manos de un gordo pelado de chaleco y cadenas de oro que dice que te garantiza ser dueño de una mina, también piensa en que nadie se puede creer el acting fascista de esos proto camisas negras. Y, sin embargo, la realidad termina mostrándonos equivocados.
Muy probablemente los responsables del acto sean unos cínicos que se aprovechan de gente desesperada por creer, que vive la última década argentina como una especie de bancarrota moral. Sin brújula clara desde hace un par de años, esta gente tiene algo para ofrecer, aunque ellos no compren lo que venden sino que se dediquen a cobrar su comisión por hacerlo.
Nada de esto es nuevo, sino algo que se suele repetir en nuestro país: cada frustración política y económica empuja a millones a dar un salto de fe al vacío de la ideología política opuesta a la que impuso su hegemonía previamente. Hoy hay quienes se horrorizan de los estandartes con tipografía romana, pero a los que no les parecían graves los estandarte de Montoneros en las marchas o las reivindicaciones en solicitadas públicas. La pulsión autoritaria y autodestructiva de nuestro pueblo es una cosa que nunca deja de sorprender.
Quizás todo termine en una cosa menor y se pierda con el correr del tiempo, pecando todos de alarmistas. Sin embargo, por más absurda que nos parezca la propuesta, siempre hay consumidores irracionales dispuestos a creer. Y a ser estafados. Nunca está de más señalarlo, por las dudas alguien esté pensando en meterse en esa estafa.