Crónica de una crisis educativa repetida
Los 190 días de clases son otra gran mentira de la política cordobesa, que elige el onanismo mental al trabajo serio
Por Javier Boher
Cada vez que nos enfrentamos a un cierre de año se repiten -y se intensifican- los mismos patrones. Quizás esto no sea estrictamente una crónica, pero trataré de que se siga el hilo de las cosas más o menos como suceden a lo largo de un ciclo lectivo, apuntando los mayores problemas a los que nos enfrentamos.
Talleres docentes
Así arrancamos cada año. Nos convocan para ver qué vamos a hacer. Hablamos de cosas que ya están muy habladas, nos ofrecen herramientas de manejo de grupo que los docentes ya deberían tener, no se permite el disenso y no se tratan las cuestiones centrales. Se empieza a ver lo que va a ser el resto del año: quien propone el taller da algo muy aburrido para decirnos cómo debemos enganchar a los alumnos, nos hace trabajar en grupo (que disfrutamos porque tomamos mate y hablamos de la vida) y hacemos una puesta en común de la que salen algunos papelitos que se le mandan al inspector para que toda la cadena de empleados públicos justifique su sueldo. No sé en dónde terminan, pero intuyo que más cerca de un asador que de la maratón del papel del Hospital de Niños.
190 días de clases
Así lo anunció el gobierno de la provincia, bajo los lineamientos del super gurú que es el ministro Horacio Ferreyra. Nadie ose hablar mal de él en un taller docente, porque es una herejía criticar a tamaña eminencia. Después no se cumple el objetivo porque hay días de reflexión, de cambio de actividad, de actos por cualquier cosa, de retención de servicios o de paros porque a nadie le importa en serio que los chicos aprendan. Tengo alumnos con 40 faltas a esta altura del año, cuando antes llegar a las 15 que obligan a una reincorporación era toda una rareza. Faltan por el último primer día, el último día de quinto, fiestas de despedida, los días de lluvia, los días de frío, o directamente los días de que no se quiere ir a la escuela. Estos últimos son cada vez más, porque sienten que estar ahí no les sirve para nada.
Celular
El gran distractor contra el que no se animan a pelear. “¿Y si pasa algo y necesitan hablar con los padres/ el hijo?”: que se haga como siempre, a través de la secretaría de la escuela. “Yo no le saco más el teléfono, porque me contaron que en otro cole un chico reclamó que se lo rompieron y el profe lo tuvo que pagar” es otra de las cosas que no tiene ningún sentido, aunque le sirve a los profes para no hacerse cargo de nada. “Profes, por favor no usen el teléfono en el aula, demos el ejemplo”: ¿qué ejemplo, si nos dicen que no podemos pedir amonestaciones si lo usan, estableciendo tácitamente la aprobación del uso?.
Hace unos años a nadie se le ocurría poner un televisor para cada alumno, dejarlos escuchar el walkman a discreción o abrir un diario mientras el profe estaba hablando, ¿por qué con el celular si, por el autoengaño de que el celular es un recurso educativo?
Menos exigencia
En nuestra época teníamos 18 materias y solo dos previas; se pasaba sin saber un 11%. Hoy son tres previas en 13 materias (aunque varía en cada año), lo que da un 23%.
Nadie te dice que no pueden repetir, pero te obligan a tomar recuperatorios, al menos uno por etapa. Hay distintos criterios para poner la nota, pero el que se elige en la mayoría de las escuelas es que se reemplaza la nota original. Así, un alumno que no aprobó ningún examen en el año puede salvarlo por completo con una buena nota final: promedio de cinco en la primera etapa y un promedio de siete en la segunda (por un cuatro y un diez por haber recuperado con un trabajito pensado para que levante la nota) lo dejan irse tranquilo a su casa. En el caso de que no le de el promedio solo rinde los temas que no aprobó.
Es insoportable tener a los alumnos pidiendo nota para zafar, algo que hacen porque ciertos profes se hacen los piolas y dan miles de oportunidades para que levanten la materia, con abuso de trabajos en grupo y a carpeta abierta.
¿Aprender? Un lujo burgués.
Disciplina
Las amonestaciones son una antigüedad. Hay que hablar con los alumnos y que entiendan qué hicieron mal para que reflexionen sobre ello. Si nos la pasamos reclamando para la sociedad que violar la ley tenga consecuencias, ¿por qué en la escuela debería ser distinto? O, mejor dicho, ¿cuánto de la laxitud en la disciplina escolar tiene que ver con lo que pasa afuera?
Malos docentes
Hay demasiada gente poco formada intelectualmente y con muy poco criterio para tomar decisiones. Me ha pasado como padre: cada vez que la directora decía “nosotras que hemos estudiado tanto” o “tengo dos cursos de gestión educativa” pensaba en que esas son afirmaciones que nunca saldrían de gente que efectivamente estudia y aprende. Son todos burócratas que con suerte entran al aula cada dos años, cuando van a votar.
La solución del gobierno no fue subir los sueldos para tentar a más y mejor gente, sino ampliar la cantidad de horas que puede trabajar un profe: planificar, corregir, plantear actividades innovadoras, capacitarse, nada de eso entra en los cálculos del Estado. Amo la docencia, pero odio que nos quieran convertir en grises burócratas llenadores de planillas.
Cierra el año y se cierra el ciclo con chicos que aprenden cada vez menos porque desarrollan estrategias para zafar o porque directamente los profes lo hacen por ellos. Todos ponen cara de serios y de preocupados por la educación, pero la cercanía de las vacaciones nos termina borrando esa expresión porque soñamos con un tiempo de descanso. De acá a unos meses volvemos y el ciclo arranca otra vez. Y de nuevo empezamos con toda esta basura de vuelta.
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