Nacional Por: Javier Boher04 de diciembre de 2024

Kicillof apuesta la provincia

El gobierno bonaerense juega a polarizar en políticas con el gobierno nacional, arriesgando la gobernabilidad y su economía

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com
En el Estados Unidos del siglo XXI la polarización es una realidad que influye en distintos ámbitos. La cuestión es bastante básica, porque se trata de eliminar discursivamente los grises que existen en la realidad, adoptando posturas extremas solamente para diferenciarse del otro. Esto permea todas las áreas de la vida, sean sociales, políticas o económicas.
Acá en Argentina hay algunos que creen que esa forma de hacer política está bien y tensan la cuerda con los que defienden otras ideas, a fin de diferenciarse lo más que se pueda. Obviamente, esto los hace muy parecidos en su forma de entender las pujas políticas, negando al que piensa distinto y excluyendo a los que advierten sobre la inviabilidad de hacer tal cosa. La polarización discursiva existe; la polarización de prácticas, no tanto.
En esa tensión entre republicanos y demócratas se coló la cuestión migratoria, con los primeros rechazando el ingreso descontrolado de extranjeros y los segundos defendiendo que el inmigrante es siempre bueno para la comunidad. Como con todas las cosas, la verdad está en algún lugar del medio imposible de alcanzar para los que eligen abrazarse a un extremo. Así, mientras los republicanos alientan la persecución y delación de inmigrantes, los demócratas construyeron ciudades y estados santuario, como llamaron a las zonas en la que se protege a los inmigrantes ilegales al no pedir documentación respecto a su origen. Esto es un problema en el sistema político de Estados Unidos, porque alienta todo tipo de teorías conspirativas sobre la manipulación de la democracia.
Acá en Argentina no es tan importante en términos institucionales, pero sí lo es en términos políticos. Ayer el gobierno anunció que cobrará a extranjeros no residentes por la prestación de salud y educación, una medida reclamada por su base electoral. Es difícil imaginar cómo una persona que cursa una carrera de cinco, seis o siete años no es residente, pero seguramente ya nos darán alguna precisión extra sobre cómo alguien puede cursar presencial en Córdoba sin vivir en el país. Digresión aparte, con esto pasa como con todo el gasto público: hay que debatir cómo y con qué recursos se paga.
Volviendo a la cuestión de la polarización y la inmigración, el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, decidió que la provincia a su cargo seguirá brindando sus servicios a los inmigrantes. No hay altruismo ni compromiso con la humanidad, sino simple cálculo político: si la cosa le sale bien podrá ser la cara de la renovación progresista, aunque difícilmente pueda prosperar tal experimento de exacerbación del gasto en un contexto de austeridad necesaria.
En línea con el pensamiento mágico demócrata, Kicillof pretende convertir a Buenos Aires en una provincia santuario. El gobernador se equivoca por varias cosas. En primer lugar, porque la provincia de Buenos Aires ya es una entidad política muy heterogénea, extensa y difícil de administrar. Todavía piensa como el porteño que es, viendo al conurbano como un apéndice de la capital y no como a una parte (la más poblada y la que le hace ganar elecciones, sí, pero una parte al fin) de una provincia que por su extensión sería el sexto país más grande de Europa.
En segundo lugar, porque la sociedad reclama por una rebaja del gasto público en la forma de rebaja de impuestos. No hay mucho margen para seguir subiendo la presión sobre los contribuyentes, mucho menos si nación elige bajarla para apuntalar a Milei.
En tercer lugar, porque puede tener un impacto simbólico en los claustros de las universidades del conurbano y otros reductos progresistas, pero eso no le haría ganar una elección presidencial. Quizás lo fortalece para que sus candidatos ganen la provincia, pero nada más. Hoy el conurbano no define la elección, como quedó demostrado con la derrota de Massa.
En un bis del tercer lugar, las provincias del interior están marcando el giro político del país. Son las áreas menos pobladas y menos desarrolladas, las que más se podrían beneficiar con las nuevas inversiones del RIGI. Si la economía bonaerense no crece, pero la de las provincias mineras y petroleras si lo hace, el flujo migratorio probablemente no vaya a un conurbano que se marchita sino a provincias que florecen. Si el inmigrante busca progreso, ¿qué progreso le ofrece un gobierno provincial que se referencia en gobiernos o ideas que generaron las condiciones para que ellos dejen sus países?
Esta medida del gobierno bonaerense es otro arrebato de oposicionismo, de esa necesidad de diferenciarse del otro a pesar de que no es conveniente. Kicillof está convencido de que así aumenta sus posibilidades de apuntalar su carrera para ser presidente, pero omite la parte del riesgo que implica una jugada así, en la que pone en juego recursos que no tiene para ganar una apuesta que nadie le hizo. O si, una señora que no tiene que poner un peso y que puede ganar todo si él pierde.

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