Por Javier Boher
Parte del madurar como país es el reconocer que las cosas no se hacen del mismo modo en todo el territorio. Así como hay tonadas, insultos y climas diferentes, los usos y costumbres también varían de un lado al otro.
Esta multiplicidad de formas de vida se presenta en múltiples dimensiones, donde se adoptan como normales cosas que en otras latitudes son una excentricidad. Es muy loco que los defensores del “es cultural” para hablar de países que rechazan las normas básicas de la civilización pretendan que todo el país se maneje con sus pautas de clase media-alta urbana ilustrada, obligando a todos a convivir con regulaciones ridículas que empujan a muchas de las actividades a la ilegalidad. Es como con el tema del horario, que usamos un huso que pasa por el Atlántico porque le quedaba cómodo a Onganía.
Regular actividades no está mal de por sí, ya que es una de las funciones del Estado que tiene coml fin simplificar la vida de la gente. El problema es cuando esas trabas burocráticas están pensadas para cuidar negocios o actividades de algunos grupos en particular. Siempre queda bien decir que es por el cuidado de los vecinos, pero todos sabemos que es por otra cosa.
Una de las cosas más complejas que tiene Córdoba es el transporte. La ciudad está atravesada por un río, varios canales y vías de tren, además de tener grandes predios públicos en desuso y loteos que se hicieron sin continuidad. Todo conspira contra la buena conectividad y la agilidad para llegar de un destino a otro.
Desde que tengo uso de razón la gente se queja del servicio, ya sea por las frecuencias, los recorridos, el estado de las unidades o el costo del boleto. Se viaja mal desde siempre. Calor, frío, lluvia, todo afecta enormemente a quienes deben tomar el transporte público.
El problema es incluso peor si salimos de la capital. Los servicios urbanos e interurbanos no están correctamente integrados, es imposible saber recorridos, paradas y frecuencias, y los servicios de recarga de tarjetas siempre funcionan mal. Por eso la gente se organiza en grupos de pool o pregunta en los grupos de Facebook quién va a hacer el viaje a Córdoba en un horario determinado. Si además se necesita volver de algún punto intermedio en la ruta, tomarse un colectivo más o menos rápidamente es casi imposible: conviene tomar el urbano hasta cerca de la terminal para subirse ahí al interurbano. Demencial.
Ayer el ministro Sturzenegger anunció una medida que seguramente será judicializada. Se trata de la desregulación total del transporte, para que cualquier persona con seguro, carnet de conducir e inspección técnica vehicular al día pueda prestar servicios de traslado de personas. Quizás eso suene como una locura para el palermitano que quiere ir a comprar su café vegano con leche de almendras pedaleando con su hije por la bicisenda, pero para los que viven en zonas alejadas es la posibilidad de salir de la informalidad. El país no tiene subtes y trenes como Buenos Aires, de allí que más de la mitad de los argentinos están desparramados y aislados por toda una geografía diversa.
Personalmente, no me parece que la completa desregulación del sector sea la mejor solución para el problema, pero quizás su función sea otra, como el de obligar a las provincias a empezar a reordenar sus sistemas con más autonomía. El gobierno nacional se sigue retirando de todas las áreas que puede, devolviendo funciones a entidades subnacionales que nunca deberían haberlas delegado.
Ahora empezará el caos por la implementación. Las empresas querrán competir en igualdad de condiciones con los prestadores particulares, con más libertad para definir tarifas, recorridos y frecuencias. Por su parte, algunos legisladores y concejales con abstinencia de cámaras tratarán de poner regulaciones estúpidas para complicarle las cosas a todos los ciudadanos, si es que directamente no prohíben todo. Son capaces de cualquier cosa con tal de quedar bien con las corporaciones que ven peligrar su nicho.
De nuevo, quizás esta no sea una solución al problema del transporte, pero al menos es un intento de hacer algo distinto a lo de las últimas décadas. Tal vez esa iniciativa privada pueda llevar a que alguien decida invertir después en una estación de trasbordo o en algún proyecto de integración entre servicios, o directamente a que localidades incomunicadas puedan tener servicio. Lo más gratificante es que alguien retome la cordura y nos recuerde que el Estado no puede hacer todo.