La interna en el centenario partido los muestra de la manera más natural posible, siempre peleando por algo
Casting sábana
Alberto no perdió el tiempo y usó la escala roja de Ámsterdam para seleccionar al personal del sector público
Nacional26 de agosto de 2024 Javier BoherPor Javier Boher
Hace unos veinte años atrás, antes de las redes sociales, la televisión ocupaba un lugar central en la vida de los argentinos. La programación era un poco más estable y homogénea que ahora: dibujitos a la mañana, noticiero al mediodía, dibujitos y magazines a la tarde, noticiero a la tardecita, novelas del primetime, que dejaban paso a los unitarios o programas de política que pasaban cuando a los chicos nos mandaban a dormir.
¿Y la siesta? La siesta era de los novelones clásicos pre-Suar. Cegueras, amnesias, hermanos separados al nacer y empleadas domésticas que resultaban ser hijas bastardas del malvado empresario que las había atormentado hasta conocer la verdad. Me encantaba ver la tele, que en ese tiempo muerto en el que sólo veían tele algunas pocas personas también tenía a Mirtha Legrand y a Roberto Galán. En época de vacaciones -y antes del cable- veía tele con mi abuela y esa programación era fija.
Pero también había otro mundo que sólo existía en ese horario en el que no salías a la calle porque estaba el viejo de la bolsa. Los chimentos siempre pertenecieron a ese espacio muerto del día. Quien con el correr de los años se supo adueñar de esa franja fue Jorge Rial con Intrusos, que marcó un antes y después para el género. A su modo fue el equivalente chimentero de Jorge Lanata: pocos periodistas de espectáculos pueden decir que no tienen que ver con él. Sin embargo, todo Batman necesita un Robin. Luis Ventura era “el músculo”, el que tenía que ejecutar el trabajo sucio que le mandaba la cabeza.
La crisis de 2001 significó un descenso a los puntos más bajos y oscuros en cuanto a producción y calidad televisiva, arrastrando a todos los argentinos (pero con mucha fuerza a las estrellas menos fulgurantes en el firmamento de la farándula nacional) a hacer o decir cosas horribles para poder llegar a fin de mes. Es en ese contexto en donde explotaron las acusaciones de “casting sábana”. Muchas mujeres de escasos recursos artísticos desfilaban por el programa. Quizás necesitaban mostrarse más que nunca para conseguir trabajo, y aunque las acusaciones no fuesen ciertas y hubiese mucho de circo armado, se señalaban unas a otras para decir que conseguían trabajo por acostarse con tal o cual productor.
Luis Ventura acusando a alguien de haber conseguido trabajo gracias a un casting sábana fue lo primero que se me ocurrió cuando empezaron a multiplicarse los casos de mujeres acomodadas en el Estado por el lujurioso ex presidente. Si hubiese generado un puesto privado por cada acomodo en el sector público, hoy este país estaría creciendo a tasas chinas. El problema es que se encargó de es manipulación sólo para poner al amigo en alguna oficina cuando le viniera en gana, así que acá nos quedamos, cayendo a tasas argentinas.
Nadie es tan ingenuo como para creer que en el Estado existe algún tipo de criterio meritocrático o de eficiencia para designar a los trabajadores. Es decir, a muchos nos gustaría que sea así, pero la realidad no depende de nuestras convicciones. Por el contrario, es la que se encarga de demostrarnos cuáles son las verdaderas convicciones de la mayoría de los argentinos, a los que hablar de concursos solo les suena de los programas televisivos que coparon el primetime en el último lustro.
Ahora… descreer de que el criterio sea la eficiencia es muy diferente a creer que la vara puede ser tan baja como contestarle con fueguitos los mensajes de instagram al presidente. Esto implica que ya no hay nada medianamente parecido a la idoneidad, nada que de alguna manera vincule a la persona con la tarea que se le asigna. Tampoco con respecto al lugar del trabajo. Ni siquiera con algún cacique o puntero territorial. Todo se reduce a un putero (con perdón de la expresión, pero habilitado por la RAE, porque poner “de vida licenciosa” no le hace honor a la investidura presidencial).
Si ya sabíamos de la periodista de los videos (cuya peor estafa al Estado es un contrato por 4.000 dólares), ahora nos enteramos de otras féminas que confiaron en ese liderazgo de envergadura que ejerció Alberto sobre el peronismo. Todas reclutadas con los más altos estándares en la escala roja de Ámsterdam, una de esas sociedades europeas desarrolladas que el ex presidente tanto admiraba.
El problema más grande no es la voracidad sexual de Fernández, algo más que normal entre los políticos -aunque prefieran no decirlo para jugar en campaña a que son los Ingalls-. Lo verdaderamente preocupante es que llegó a nombrar en una central nuclear a una peluquera que conoció en una red social. Debe haber mucha gente formada para trabajar ahí a la que no le debe haber hecho nada de gracia todo este sainete.
El problema, entonces, nos lleva a la imposibilidad de hacer eso que quiere el progresismo y los enamorados del intervencionismo estatal. Si acá hubiese un proceso de selección riguroso como en Japón o en los países nórdicos la cosa sería muy distinta, pero esto es lo que nos tocó. De nuevo: no vamos a poder moldear la realidad a nuestras convicciones, sino que siempre deberemos actuar de acuerdo a la realidad como nos es dada.
Si hubo personas que consiguieron trabajo en el Estado apenas le mostraron su escote a un onanista vicioso, ¿podemos esperar que personas con algo de relación previa, como hijos, amigos, parejas, amantes, compañeros del equipo de fútbol o vecinos de políticos no consigan lo mismo? Es imposible. Al menos no por ahora.
Ojalá la motosierra tenga nafta como para arrasar con el Estado, el sillón de tres cuerpos y las sábanas que usan algunos degenerados para robarle la plata a la gente.
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