El convite presidencial a los diputados que apoyaron el veto presidencial dejó muchas cosas para pasar en limpio
Galperin y Milei unen capitales
La cercanía entre el empresario y el presidente obedece a que cada uno tiene lo que al otro le hace falta
Nacional05 de septiembre de 2024Javier BoherPor Javier Boher
El nombre de Pierre Bourdieu se me vino a la cabeza al ver al presidente Milei visitando a Marcos Galperin para el anuncio de una nueva inversión en Mercado Libre.
Bourdieu fue un sociólogo francés de esos que tuvo su momento de moda entre los académicos argentinos que gustan de repetir y reinterpretar teorías extranjeras. En su defensa diremos que escribió con mucho más sentido común que otros que prefieren ser crípticos y oscuros para parecer más inteligentes. No se puede aquí desarrollar todas sus ideas, pero vamos a amasijar algunas de ellas en una simplificación exagerada, a los fines de avanzar con el punto de la nota.
Si el marxismo basaba (y algunos todavía lo hacen) todo su análisis en la posesión o no de capital económico, Bourdieu extendió esa lógica a otras áreas de la vida. Además de reconocer la importancia de la posesión de riquezas en algunos espacios, agregó otros tipos de capital que pueden resultar más valiosos en otros espacios. Así, al capital económico sumó el capital social, el capital cultural y el capital simbólico.
El capital social es aquel que se obtiene a partir de participar en redes de confianza, las “conexiones” o “contactos” que nos permiten acceder a bienes u oportunidades que se les niegan a aquellos que no están ahí. El padre que paga el colegio privado para que su hijo sea compañero del hijo del juez está buscando capital social. El capital cultural tiene que ver con poseer aquellas cosas o cualidades que hacen a alguien “culto”: el padre que apenas terminó el secundario y quiere que su hijo sea profesional está queriendo que tenga más capital cultural. Títulos, libros y hasta la vestimenta definen quién es un intelectual o un artista y quién está en los niveles bajos de la escala.
Por último, el capital simbólico es aquel que sirve para legitimar una posición dominante. Cualquiera que posea otros tipos de capital necesita tener este último para que la gente le reconozca la posesión de su capital y los ponga en un lugar de importancia.
La visita de Milei a Galperin me llevó a pensar nuevamente en estas cosas, pero especialmente en la relación que existe entre capital económico y capital político (categoría que Bourdieu no usaba, pero que estaba implícita en la lucha de poder por posicionarse como un actor dominante en un determinado campo). Los empresarios poseen un tipo de capital, la riqueza, que puede ser muy valiosa para pagar campañas, pero que no tiene en sí mayor utilidad política. Es cierto que el clientelismo se hace con plata, pero no con la del bolsillo de nadie. Lo políticos tienen un tipo de capital que no tienen otros actores, la legitimidad que sale de las urnas.
Galperin puede ser un empresario modelo, con la empresa más importante de América Latina, pero hasta hace poco menos de un año era el enemigo número uno del gobierno, que trataba de obstaculizar de cualquier modo su crecimiento. El capital político estaba puesto al servicio de la tarea de demonizar su actividad.
Milei, aún con toda la legitimidad de las urnas, necesita obtener el capital simbólico necesario para consolidar su posición. ¿Qué mejor manera de ser reconocido como adalid de la economía abierta que ser invitado por un empresario exitoso, activo en las discusiones tuiteras y que cerró su discurso emparentado el nombre de la empresa con su figura?
La política y la economía son dos campos diferentes en diálogo permanente. En un contexto de ajuste fiscal, retracción de la actividad y corrimiento del Estado en las funciones sociales, el gobierno necesita más que nunca del sector privado para que su experimento funcione, de allí este acercamiento entre el presidente y el empresario. Cada uno tiene algo que el otro necesita y juntos pueden obtener beneficios que están fuera de su alcance si van por carriles separados.
La profunda transformación social en marcha desde hace algunos años (primero de manera subterránea, para luego erupcionar en las elecciones) volvió a poner a los empresarios en el centro de la escena, casi en el papel de héroes, en franca oposición al periodo kirchnerista en el que se los consideraba estafadores (incluso siendo un empresario pyme de menos de 10 empleados, como “Don Carlos”, el estafador de las publicidades de AFIP). Milei hace lo posible por sostener esa imagen del empresario que es bueno porque crea riqueza en la búsqueda de su propio beneficio, en línea con el pensamiento liberal clásico.
La inversión que anunció Galperin seguramente tendrá algún impacto en el empleo, aunque quizás no sea tan grande. Ayudará a la gente para que las cosas lleguen mejor y en menor tiempo, lo que no es poca cosa en un país en el que nos acostumbramos a que nada funcione. Si la relación entre empresario y presidente sigue mejorando y la política empieza a tomar un rumbo más favorable a la economía quizás se vean inversiones un poco más significativas. En un país empobrecido como el nuestro, 75 millones de dólares suena a mucho, pero todavía está muy lejos de los 4.000 millones que anunció en Brasil. Tal vez el mayor capital no sea el económico, sino el simbólico que no le viene mal al presidente.
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