Por Javier Boher
El exceso de regulaciones estatales es malo, pero algunas veces tiene efectos secundarios no deseados que pueden ser positivos. Si toda intervención excesiva en la economía genera desincentivos para la formalidad e incentivos para el mercado negro, diversas actividades no alcanzadas por las regulaciones prosperarán por sobre otras. Esa es la razón por la cual las billeteras virtuales y el mundo de las criptomonedas se expandió fuertemente durante los cuatro años del infierno económico y cambiario del último kirchnerismo.
Toda la economía digital alejada de la regulación permitió que los que venden servicios al exterior puedan ingresar su dinero y ganar más con la brecha cambiaria, así como también sirvió para que los que tienen ingresos en negro por actividades locales puedan usar ese dinero con más facilidad. El mundo de las criptomonedas explotó en Argentina, país en el que el nivel de adopción de dicha tecnología era de los más altos del mundo. Con tal de no recibir un peso la gente estaba dispuesta a apostar a cualquier cosa que sirviera un poco más como reserva de valor (incluso con la alta volatilidad de algunas cripto). Mucha gente apostó (casi literalmente) por algunas de estas monedas y ganó mucha plata. Muchos más llegaron tarde a la apuesta y perdieron buena parte de sus ahorros.
Hasta ahí, nada que no implique el riesgo de cualquier inversión, que se debe hacer con información clara.
Pero hubo una parte de ese ecosistema de fintech donde la cosa fue más opaca, porque se metieron los vivos de siempre, aquellos que se aprovechan de las necesidades de la gente para hacer de las suyas. El mundo de las criptomonedas, tan revolucionario, servía como gancho para pobres incautos que creían que se podían convertir en millonarios de la noche a la mañana dándole su plata a personas a las que uno dudaría en dejar al cuidado de las plantas o el perro cuando sale de vacaciones.
Hubo (y todavía hay) muchos estafadores en el rubro. Uno de los casos conocidos -pero bastante escondidos- es el de la plataforma Coin X, que supo promocionar el hoy presidente Milei en sus tiempos de diputado. El fin de semana detuvieron al dueño de la empresa (¿financista?¿empresario?¿estafador?) por presunción de violencia de género hacia la mujer que lo acompañaba en el auto. Allí encontraron dinero, un arma y alrededor de dos kilos de cocaína. Es interesante ver cómo aparecieron fotos ni videos del procedimiento, con los políticos de siempre trata do de colgarse las medallas por el procedimiento.
Cuando explotó el caso del esquema ponzi el presidente dió su versión de las cosas, diferenciando un supuesto buen negocio de una parte riesgosa, amenazada ante un eventual cambio de reglas de juego (pero, según su explicación, no ilegal). Desde entonces ha tratado de despegarse y sus seguidores han hecho lo posible por separarlo de cualquier polémica que pueda despertar alguna nueva noticia sobre la plataforma y sus responsables (como la del fin de semana).
Aunque Sturzenegger, Caputo, Milei y el resto de los funcionarios insisten en la desregulación, siempre los sectores vinculados a la actividad financiera se llevan las mejores medidas. Los que apuestan por la producción deben esperar un poco más para ver cambios. Así, los vivos que simulan ser parte de ese juego se hacen millonarios estafando a mucha gente, hasta que terminan en un auto prendido fuego, con tres balazos en el pecho o descuartizados en una valija (todos ejemplos de casos reales de “emprendedores” o “traders” que estafaron a la gente equivocada).
Las plataformas fintech, las criptomonedas, la facilidad para acceder a inversiones en acciones o bonos de manera digital, todo es un universo nuevo y desconocido al que mucha gente se sumerge sin mayor idea del tema. Como en los ríos de las sierras, no se trata de prohibir la posibilidad de meterse: alcanza con avisarle a la gente que, si se tira de cabeza sin saber que hay abajo, capaz se parte el cráneo y termina ahogado en el fondo.