Nacional Por: Redacción Alfil03 de febrero de 2025

Antifascistas

La marcha del sábado fue otra muestra de cómo algunos pueden romper un reclamo legítimo al sobreideologizarlo

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com
Los periodistas -incluso los que renegamos de la etiqueta- aprendimos el oficio bajo la premisa de que la objetividad y el intento de neutralidad es un atributo positivo. Casi como si estuviésemos entregados a la ciencia incorporamos la idea de que hay que buscar algún tipo de verdad que se encuentra más allá de nuestras propias convicciones. Una de las formas de lograrlo era evitar el exceso de adjetivaciones para describir procesos, fenómenos o hechos. 
Todo eso murió hace años, pero sin que los periodistas nos demos cuenta. El deterioro de la autonomía financiera de los medios los empujó a buscar anunciantes, que a sabiendas (o no) condicionaron la línea editorial. La prensa fue mutando a prensa facciosa, un proceso en el que los periodistas quedamos atrapados con viejas premisas que no cumplimos en la práctica. Cada uno empezó a poner sus opiniones hasta en la elección de las palabras para titular, una batalla por el sentido y el posicionamiento caracter por caracter. 
Tras la marcha del sábado hubo muchos medios y periodistas usando la expresión “marcha antifascista” en sus notas y tuits. Están en todo su derecho de hacerlo, sabiendo que va en contra de aquel ideal de la objetividad que antaño orientaba al periodismo y que no vale después andar diciendo que todo es un ataque a la libertad de prensa. Mejor dicho: si se adoptan posiciones políticas definidas es lógico que los del otro lado reaccionen (lo que no justifica ningún tipo de violencia hacia los medios y periodistas, lo que siempre y en todo momento es condenable). Hoy el periodismo es un periodismo subjetivo y de posiciones en un espacio cruzado de peleas por el poder, donde cada uno es libre de expresar sus opiniones, respetando la honestidad y rechazando la tergiversación a la hora de abordar un tema.
Por eso es posible decir que las afirmaciones de Javier Milei en Davos fueron un papelón, un ataque generalizado a un grupo social que representa a una minoría con los mismos derechos que todos. Reconocer que de la boca del presidente salieron barbaridades no significa justificar que en la marcha hayan desfilado personas y grupos con acusaciones de discriminación, violencia de género y abuso sexual. Decir que el presidente estuvo mal no significa avalar todo lo que dicen desde el otro lado, algo que tratan de hacer los que marcharon el sábado (y que tan bien le viene al gobierno).
El patrón fue el mismo de cada marcha. Primero, el presidente o algún representante del gobierno dice o hace una barbaridad. Segundo, es criticado por una buena parte de la sociedad. Tercero, una minoría oportunista decide que debe subirse a ese reclamo para mantenerse vigente contra el poder. Cuarto, las consignas se empiezan a extremar y los mensajes se empiezan a hacer de nicho. Quinto, los adherentes más intensos salen a manifestarse y ponen en práctica todas esas cosas que los alejaron del sentir promedio de la población. Sexto, el reclamo se diluye y el gobierno sale fortalecido.
En el cuarto punto de esa lista es cuando la marcha se convirtió en una marcha antirracista y antifascista, a pesar de que lo que originó todo el enojo inicial no tuviera nada que ver con ambos términos. Es muy loco que el antifascismo que dicen representar sea el mismo que está en su ocaso en el primer mundo, aquel que empujó a todos más a la derecha y propició derrotas a todos los progresismos del mundo desarrollado. Es la muestra más cabal de que el kirchnerismo ha perdido la capacidad peronista de leer los tiempos de la historia y elige languidecer en un sectarismo incompatible con las victorias.
La marcha -un derecho de todos los argentinos que deseen movilizarse para hacerse oír por un gobierno- terminó convertida en un espectáculo muy celebrado por los que participaron, convencidos de que le están marcando la cancha al gobierno. Son como los chicos que eligen juguetes chinos con muchas luces porque prefieren la experiencia estética por sobre la calidad. Solo refuerza la convicción de una minoría cada vez más chica.
El resto del país se compone de una mezcla heterogénea de gente que apoya más o menos al gobierno, que tolera o rechaza el motivo de la marcha y que votaría o no a Milei, pero que tiene en común su rechazo a los promotores de la marcha y todo lo que significó para la historia del país. El antikirchnerismo sigue siendo una fuerza muy poderosa en un país emocionalmente golpeado por la gestión Fernández-Fernández-Massa. 
Para el periodismo, adoptar el uso de la terminología propuesta por los organizadores de la marcha es reconocer un alineamiento ideológico con los mismos, poniéndose en contra de todos los que rechazan esa visión del mundo. De nuevo, eso no tiene nada de malo, pero sí tiene consecuencias, entre las que el hostigamiento en redes sociales es uno de ellos. 
Es curioso que muchos de esos periodistas que hablan de antifascismo hicieron su carrera protegidos por el aparato de comunicación paraestatal durante el kirchnerato mientras otros sufrían el hostigamiento de un poder político que decía defender la democracia y las mejores causas. Los libertarios no inventaron nada que no hayamos vivido en los últimos 20 años de Argentina, aunque muchos no hayan visto el mismo espíritu fascista paseando por la Rosada.

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