El regreso de la misa cuartetera
Como el recuerdo de aquellas madrugadas en el Monumental Sargento Cabral las ha convertido en leyenda, después de cinco años la Mona Jiménez ha decidido volver al club que supo ser su hogar y el próximo viernes se concretará la primera de las tres fechas previstas.
J.C. Maraddón
Al igual que otros géneros, el cuarteto cordobés ha ido experimentando mutaciones poderosas a lo largo de sus más de 80 años de existencia, aunque su denominación haya seguido siendo la misma. Se trata de una evolución natural en cualquier tipo de manifestación cultural que perdura en el tiempo y que va modificando sus características originales para ir adaptándose a las épocas y a las necesidades de un público que se renueva y que exige una actualización. Y también varían los instrumentos y las técnicas de grabación y reproducción, algo que necesariamente se va a ver reflejado en la música.
Desde aquellos sones heredados de los inmigrantes europeos, como la polka, el pasodoble y la tarantela, que fueron el punto de partida para el tunga tunga, este estilo regional ha arribado a un presente en el que se mixtura con ritmos caribeños como el merengue o el reguetón, asimilándose a un ahora en el que esas son las tendencias en boga. Poco tienen que ver los hits cuarteteros de hoy con aquellas canciones en las que sobre piano, acordeón, violín y contrabajo, un cantante entonaba letras de picardía inocultable, que implicaban una complicidad con la gente del campo y los arrabales.
Así como fue variando el modo de componer y ejecutar de los músicos cultores del cuarteto, tampoco se mantuvo estable el circuito donde esas formaciones se presentaban en vivo, para animar una ceremonia ancestral de culto a la diversión a la que se denomina “baile”. De las taperas y los galpones que alojaban tales celebraciones cuando los danzarines eran los habitantes de la pampa gringa, la alegría se mudó a los clubes barriales cuando aquellos peones se desplazaron a la ciudad en los años sesenta para trabajar en la entonces pujante industria automotriz afincada en la capital provincial.
Esa escena suburbana se sostuvo hasta entrados los años ochenta, cuando la ingente masividad del cuarteto impulsó el traslado de los bailes a una zona más céntrica, como una especie de consagración de esa música que había sido condenada a una forzosa marginalidad. El Estadio del Centro, el Maipú Show, Jerónimo y La Vieja Usina, entre otros salones, se sumaron a las anteriores locaciones y dieron pie a que se organizara una agenda en que cada día de la semana podía tener un lugar fijo para determinado intérprete, convocando a sus seguidores a que cumpliesen con una asistencia perfecta.
Carlitos Jiménez, que cuarenta años atrás daba inicio a su periplo solista, fue armando su propio calendario de bailes urbanos, que comprendía tanto escenarios barriales como locales céntricos, sin olvidar las giras por el interior cordobés y provincias vecinas, con el objetivo de incrementar su caudal de fans. En esa nutrida cartelera que desplegaba la Mona, los viernes estaban reservados para el Monumental Sargento Cabral, que era algo así como su propia casa, el sitio donde más cómodo se sentían tanto el cantante como sus fieles. Allí se llevaban a cabo rituales que semana tras semana repetían su liturgia para iniciados.
Ciertas afecciones de salud de Jiménez y las adversidades de la pandemia obligaron al ídolo a interrumpir esa cadena de shows que incluía al Sargento Cabral como una cita innegociable. La Mona inició un ciclo de esporádicas actuaciones multitudinarias que simplificaban su trajín y a la vez lo mantenían en contacto con su audiencia. Pero como el recuerdo de aquellas madrugadas las ha convertido en leyenda, después de cinco años Jiménez ha decidido volver al Sargento y el próximo viernes se concretará la primera de las tres fechas previstas. Un intento por rememorar ese pasado en que la misa cuartetera fusionaba el astro con sus adoradores.
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