Por Javier Boher
El 2 de abril, quizás más que otros días, hace que la gente reflexione sobre la nacionalidad. La idea de que este país -a este pueblo- se le ha arrebatado un pedazo es simple, pero efectiva. Desde chicos lo recordamos en la escuela y caemos en la simpleza de que hay buenos y malos.
Hasta la guerra, los kelpers, habitantes de Malvinas, no eran considerados ciudadanos del Reino Unido. Vivían en una posesión de ultramar, con una de las tantas formas legales con las que Inglaterra -cuando imperio- se encargó de asegurar su soberanía. El gentilicio inglés para los nativos de las islas viene de “kelp”, alga. Eran relativamente pobres (mucho más que ahora, definitivamente) y vivían en condiciones similares a las de la gente de la Patagonia.
Curiosamente, el encono argentino hacia la gente de las islas británicas parece olvidar gran parte de la historia común entre los dos pueblos. Es más, muchos pasan por alto cuánto le debe el país a aquellas personas, como si todo se limitara a que sembraron el suelo con miles de kilómetros de vías férreas. Cada tanto algunos recuerdan la colonización galesa de la patagonia, pasando por alto que llegaron a ocupar un territorio sobre el que Argentina aún no ejercía la soberanía y que estaba poblado por aborígenes.
El poblamiento de la Patagonia por parte de gente de origen británico emparentaba a las islas con el continente, por lo que los habitantes de Malvinas (antes de la guerra) proyectaban sus vidas como parte de Argentina. Acá venían a aprovisionarse, a curarse y a estudiar. De no mediar una guerra estúpida que generó un fuerte recelo y les regaló la.ciudafania británica, quizás hoy se sentirían más argentinos que ingleses y las islas hubiesen vuelto a formar parte de nuestro país. Pero no. La absurda costumbre de tomar decisiones pensando en la extática experiencia de saludar desde el balcón de la Casa Rosada a una plaza llena hizo que todo se lleve por el mal camino.
Ser argentino
Dando vueltas por Twitter me crucé un fragmento del general Balza hablando del coraje que contagiaban los correntinos con su sapucai, comentado por alguien con una frase bastante estúpida que decía más o menos que esa es la importancia de la lengua materna, en contraposición al lenguaje del invasor.
En 1982 estaban por cumplirse 150 años de ocupación inglesa. Ahora ya estamos a menos de una década de los 200. Para esa gente que vive en las islas el inglés es su lengua materna, como para algunas personas del litoral lo es el guaraní y para algunas del noroeste lo son el quechua o el aymara. En los barrios de las grandes ciudades se hablan múltiples idiomas, por el origen diverso de la gente que eligió vivir acá en paz, para hacer su proyecto de vida.
¿Cuántos de los que compartieron sentidos mensajes sobre Malvinas hace unos días también tienen ciudadanía de algún país europeo?¿Cuántos la tienen sin saber hablar ninguna palabra en el idioma de ese país?¿Cuántos cuestionaron los posibles cambios que lanzó Italia para acceder a la ciudadanía? Todo eso es parte de la misma discusión sobre pueblos, fronteras, identidades y nacionalidades.
Supongamos por un minuto que Argentina recuperara la posesión del archipiélago. ¿Qué se haría con los kelpers?¿Se los deportaría?¿Se los obligaría a hablar castellano? Si todos los nacidos en suelo argentino son argentinos, y las Malvinas son territorio argentino, ¿por qué ellos no lo serían? Esas preguntas, básicas y elementales, suelen no tener respuesta cuando hay nacionalistas extremos que hablan de que hay que recuperar las islas. Quizás no hay respuestas porque no se animan a decir lo que piensan, porque quedaría clara su limitada noción de ciudadanía.
Nada de esto pretende deslegitimar el reclamo de soberanía sobre el territorio ni el enorme esfuerzo que hicieron los soldados que pelearon la guerra. Más lejos o más cerca, todos conocemos (o tenemos en la familia) a alguien que estuvo dispuesto a dar la vida por un pedazo de la patria, un esfuerzo que debemos recordar siempre. Sin embargo, no se pueden repetir los errores del pasado, como sueñan algunos belicistas delirantes que creen que la diplomacia es para los zonzos.
En 1833, cuando los ingleses ocuparon Malvinas, Argentina no existía como país. Se había declarado la independencia, pero en esos casi 20 años se habían perdido los territorios de Bolivia, Paraguay y Uruguay, e incluso pedazos de tierra a manos de Chile y Brasil. El Pacto Federal tenía apenas dos años, con cada una de las 14 provincias funcionando como un país independiente. Faltaban 20 años para que se firme la Constitución, 30 para que Buenos Aires se integre al país y 50 para poder hablar de algo más o menos parecido a lo que es hoy nuestro territorio. La ocupación de Malvinas fue fruto de su tiempo y solo con el tiempo (y trabajando para ello) van a volver a formar parte del territorio argentino. Mientras tanto, vendría bien ir viendo de qué manera resolveríamos el convencer a esa gente de que ellos, que viven ahí desde antes de la organización nacional, también son argentinos.