Cultura Por: Víctor Ramés30 de abril de 2025

Caras y caretas Cordobesas

Concluye aquí, con el caso de un conscripto cordobés, este pasaje por episodios de violencia entre conscriptos, o soldados, y superiores abusivos, en los que debía intervenir un tribunal militar.

Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

De conscriptos, malos tratos y dignidad (Segunda parte)

La crispación de la violencia encarnada socialmente repartía desgracias hacia uno y otro lado, en el marco de la vida militar. Había sin duda abusos, malos tratos y cuadros de psicopatía intrínseca que formaban un círculo vicioso: superiores que se ensañaban con conscriptos y con soldados, y la respuesta del subordinado que podía no solo devolver un golpe, sino directamente matar a un superior, como fue el caso del soldado Ángel Ureña quien en 1906 le cortó el cuello al teniente Antonio Decarolli.

El caso ya mencionado del soldado Frías, condenado por un tribunal militar, acabó con el infeliz matador de un sargento frente al pelotón de fusilamiento en febrero de 1906, con cobertura de Caras y Caretas hasta el momento de la descarga. 

Se comparte a continuación una nota del año 1906, del diario cordobés La Voz del Interior, que expone una reflexión contra el violento habito de las humillaciones y castigos a que eran sometidos los soldados y conscriptos.

“Los castigos corporales en el ejército
No hace mucho tiempo el pueblo todo de la república se sintió intensamente conmovido ante el fusilamiento de uno de los soldados de nuestro ejército condenado a última pena por actos de rebelión contra sus superiores.
El caso fue tratado por el consejo de guerra con toda la severidad é inflexibilidad que imponen las leyes militares, y el vice presidente de la república, en ese tiempo en ejercicio del poder ejecutivo, colocó el cúmplase la sentencia condenatoria. Nada valió aquí el clamor popular que esta resolución neroniana levantó, y la sentencia se consumó en presencia de un numeroso pueblo conmovido.
El caso del soldado Frías que se insubordinó dando muerte al sargento Coronel, es desgraciadamente un hecho que empieza o que tiende a hacerse común en nuestro ejército debido a la manera como se aplican las leyes disciplinarlas que rigen su organización; las cuales han adquirido en estos últimos tiempos una fama triste y desconsoladora que arroja sombras sobre los jefes y oficiales encargados de trasmitir instrucción militar a los ciudadanos de la nación.
Las causas que motivan las insubordinaciones son casi del dominio público. Para nadie es un misterio el proceder inhumano que adoptan los oficiales y jefes superiores con todos los soldados a sus órdenes; se les trata como seres salvajes, como a bestias con las cuales no debe tenerse ninguna consideración; se les sacrifica imponiéndoles tareas ajenas al deber patriótico que los llevó a las filas; se les humilla rebajando a extremos inconcebibles su condición de seres conscientes, de hombres pertenecientes a una sociedad de la que jefes y oficiales forman parte; y cuando hay alguna voluntad que no acepta estas imposiciones deprimentes se recurre al castigo corporal para hacer cumplir lo que se manda; castigos que solo consiguen enconar la ira en el espíritu del soldado, alimentar odios profundos en contra de los que usan tales procedimientos disciplinarios, y que generalmente terminan en escenas trágicas y sangrientas.
Las prácticas abominables de los castigos corporales se ensayan con más frecuencia en los hombres del pueblo que no tienen derecho o que no deben, según creen los superiores, quejarse de los tratamientos inhumanos. Y cuando los odios se fijan en la mente de esos infelices y fieles servidores de la patria, con caracteres de obsesión y estallan, entonces creen que sus actos son productos híbridos de espíritus desequilibrados y los censuran llegando a veces a encontrar justas las sentencias impuestas por los consejos militares.”

En la revista Caras y Caretas se pueden encontrar numerosos casos de reacciones de conscriptos o soldados contra sus superiores, que conllevaban condenas según la gravedad del hecho, a lo largo del siglo. Aquí el foco no aspira a tal amplitud, y lo volvemos ahora hacia un caso ocurrido en 1911, cuyo protagonista era un soldado cordobés nativo de Arroyito: el conscripto Rodríguez. Es incluido en el número del semanario porteño del 18 de febrero de ese año.

El conscripto Rodríguez — Conmutación de la pena
“Rodríguez es un excelente muchacho. Vivía tranquilamente en Córdoba. Su profesión de peluquero le daba lo suficiente para ser hombre feliz y ayudar a sus padre, dos buenos cordobeses que lloran todavía la desgracia del hijo… Al cumplir la edad reglamentaria, Rodríguez entro al ejército en su carácter de conscripto. Un día quiso tomar agua, pero su jarro estaba sucio.
Quiso limpiarlo, pero un sargento se opuso a ello, pegándole cobardemente. Ante tal agresión, Rodríguez sintió ofendida su dignidad y en un momento de ofuscación aplicó una bofetada a su contrario. Para un ciudadano eso significa «defensa del honor». Para un soldado quiere decir «delito» ... El código militar condena este delito con una pena grave, que fue la que el consejo de guerra le aplicó a Rodríguez: presidio por tiempo indeterminado. Es decir, cárcel para toda la vida...
Tratándose de un conscripto, de un «militar temporario», que en un año de servicios no tiene tiempo de compenetrarse de los deberes disciplinarios del soldado, la condena era excesiva. La opinión pública se conmovió, y el presidente de la república, ante el pedido de indulto presentado por los padres de Rodríguez y por el mismo conscripto, le conmutó la pena por tres años de cárcel.
Rodríguez ha tenido suerte. Otros conscriptos hay en Ushuaia condenados por toda la vida, a causa de pequeñas faltas parecidas a la que cometió Rodríguez. Y nadie se acuerda de ellos.”

La mención al presidio de Ushuaia contaba ejemplos -no comparables al del conscripto Rodríguez- como el del ex sargento Funes, condenado a perpetuidad por haber dado muerte al comandante Carlos Mallo, en el año 1900. 

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