Cultura Por: Víctor Ramés05 de mayo de 2025

Caras y caretas Cordobesas

Las mujeres cordobesas estudiaban pintura desde fines del siglo XIX, pero solo se veía su lucimiento en la escena social de la élite, no como artistas

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com 

Pintoras cordobesas, trazos desconocidos (Primera parte)

Todavía está por hacerse una investigación a fondo sobre las mujeres pintoras de Córdoba, sobre la construcción de un perfil artístico propio de su género en esa disciplina que contó desde temprano (fines del siglo XIX a primera década del XX) con una academia donde las jóvenes pudieron formarse en las artes plásticas en esta ciudad. Y donde, desde los últimos años del 1800 ya figuraban en exposiciones públicas obras de pintoras locales. Esa etapa primitiva de acercamiento de las mujeres de manera más o menos sistemática a la práctica y al aprendizaje de la pintura no había terminado de colocar el piso que permitiera ir más allá de ser “aficionadas”, una categoría en la que las ubicaba la propia sociedad: la intelectualidad, la prensa, las instituciones que organizaban muestras. De la afición a la dedicación y el oficio, hay un trayecto que indudablemente un número interesante de mujeres de Córdoba pudieron transitar en términos formativos, pero sin atravesar en la consideración social y cultural el portal que les habría permitido ascender de categoría. En sentido concreto, para las encumbradas familias cordobesas la perspectiva de que una joven bien posicionada trabajase en un oficio y se ganara la vida, no representaba un ascenso, sino un descenso social. 

Se puede citar aquí un nombre en particular, una de las aventajadas discípulas de Caraffa, que se destacó como profesora y como artista, y realizaría pinturas por encargos en el siglo XX temprano: Ángela Imelda Allio, hija del escultor José Allio, Profesora de Dibujo y Caligrafía en la Escuela Normal Mixta Alejandro Carbó desde 1903, y Profesora de Dibujo Natural en la Escuela Normal de Maestras de Córdoba en 1905. Pintó obras de temática religiosa, algunas aún existen en el convento de Santo Domingo, en el centro de Córdoba. Se había formado inicialmente con su padre.

El solo hecho de que apenas conozcamos algunos de sus nombres por menciones periodísticas en las que figuraban como parte de la escena social, y solo excepcionalmente en tanto creadoras de obras, es un índice más de la resistencia de la época a ceder ese lugar a las mujeres.

En el plano más general, con el tiempo, el proceso conduciría sin pausa a la conformación de una mentalidad no digamos libre de patriarcado -cosa que aun no se ha visto en nuestro segunda década del siglo veintiuno- pero sí de una progresiva tolerancia a nuevas conquistas de las mujeres en ese ámbito como, en otros. Y a la aceptación social de nuevos “tipos” femeninos que conduciría a por lo menos igualar en número -en la escena contemporánea- a los artistas varones, en disciplinas como el dibujo, la escultura, el grabado y la pintura, y otras nuevas prácticas hoy incorporadas a las artes visuales. 

Es notable el desconocimiento sobre esa etapa de las artistas mujeres de principios hasta el primer cuarto del siglo XX, e ignoramos si existen obras que hayan sido preservadas en colecciones privadas o en herencias familiares en Córdoba u otras provincias. Tal vez no sean tantas, sería bueno saberlo. 

En cuanto al marco formativo que posibilitó de manera temprana el ingreso de las mujeres de Córdoba al contacto directo con la práctica del dibujo, la pintura, la escultura, las referencias son más o menos conocidas. Comienza el año de la fundación de la primera academia oficial de artes plásticas en Córdoba, en junio de 1896, con el nombre de “Escuela de Pintura copia del natural”, durante la gobernación de José Figueroa Alcorta y Emilio Caraffa fue nombrado como primer director. En los hechos, esa iniciativa consistió en darle a la academia privada de Emilio Caraffa un carácter provincial. La academia de Caraffa llevaba un tiempo formando a jóvenes estudiantes de pintura, y todas ellas se trasladaron a la Academia Provincial de Bellas Artes. Se mencionan sus nombres en el decreto de creación de la escuela de dibujo y pintura: las señoritas María Bouquet, Martina Ortiz Herrera, Remigia Gutiérrez, Mercedes Crespo, Felisa Vivanco, Carmen Cebreiro, Josefina T. Cabrera, Delia Carreras, Trinidad Oliva, Gabina Robles, Tránsito Echenique, Angela Allio, Mercedes Ferrer y María Elena Gigena.

Ese mismo año 1896, el Ateneo de Córdoba organizó una memorable exposición de pintura donde se mostraron obras de profesores y de alumnas que ya estudiaban con Caraffa, quienes recibieron algunos elogios y obtuvieron reconocimientos. Para reafirmar el lugar asignado a las jóvenes pintoras, sus obras figuraban bajo el rótulo de “aficionadas”, como lo repetía el diario La Patria, en una crónica de la cual se pueden extraer nombres de mujeres cordobesas y títulos de algunos de sus cuadros, con mirada magnánima por parte del cronista. Allí se destacaban de inmediato las alumnas dilectas de Caraffa: Así María Bouquet presentaba tres cuadros “y los tres son notables, muy notables”; hay “un paisaje del natural, obra de Martina Ortiz Herrera sumamente bello, con franqueza de toque. Poesía, pintado con ese pincel libre que demuestra el dominio de la paleta”; Mercedes Crespo “expone flores bellísimas, pintadas en porcelana”; la señorita Delia Carreras mostraba “Lanzamiento de un barco, en playa napolitana, un lienzo muy lleno de vigor y de frescura”. Y cerraba: “Muy bonita la marina de Trinidad Oliva; hermosa luz y notable ejecución.”

Parecían perfilarse allí artistas cordobesas con un futuro o con la posibilidad de dedicarse a pintar retratos, una actividad fundamental para sobrevivir en el arte, y una fuente de recursos de la que obtenía ingresos el propio maestro Caraffa. El pintor nacido en Catamarca estuvo en el centro de la promoción artística de las pintoras cordobesas, y fue objeto de devoción por ese círculo de mujeres. 



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