Cultura Por: J.C. Maraddón28 de mayo de 2025

El rockero de la orquesta

La noticia del fallecimiento de Nicky Jones la semana pasada a los 87 años, obliga a repasar esas páginas amarillentas donde pervive el testimonio de un momento de quiebre cultural que en Argentina tuvo primero una expresión edulcorada, para recién tomar un cariz contestatario hacia finales de los sesenta.

J.C. Maraddón

En aquel mismo año 1943 en que el Cuarteto Leo debutaba en los estudios de la vieja LV3, también se presentaba por primera vez la orquesta llamada Washington Bertolín, en este caso por la señal de Radio Belgrano de la ciudad de Buenos Aires. El conjunto desplegaba un repertorio bailable que mezclaba música típica y jazz, con la participación de tres guitarras acústicas, bajo y batería, más el aporte distintivo de un acordeón ejecutado por Osvaldo Bertone, un joven de apenas 21 años de edad, hijo de inmigrantes piamonteses de cuyas costumbres había aprendido desde niño a ejecutar ese instrumento.

Como era natural, la Washington Bertolín era un número puesto en los carnavales, pero durante el resto del año recorría los clubes donde la juventud de la época asistía para entregarse al frenesí danzante, en un tiempo en que las discotecas todavía no se habían inventado. Tan esencial era el sonido del acordeón en esas actuaciones, que Bertone pasó a ser identificado como “Bertolín”, hasta que por fin pasaron a llamarlo Washington Bertolín a él mismo, apelativo con el que se lo recuerda en la historia de la música argentina del siglo veinte, donde figura entre los artistas más populares de aquellos años.

Cuando en los cincuenta el rocanrol sedujo a los corazones adolescentes en los Estados Unidos, otro hijo de piamonteses, el trombonista Eddie Pequenino, se convirtió en el pionero del género en la Argentina, después de haber trasegado el circuito jazzero porteño como integrante de varias formaciones dedicadas al dixieland. La irrupción de Pequenino con sus versiones de los hits del rock & roll, llevó a que algunas agrupaciones de jazz bailable buscasen rejuvenecer sus propuestas, con la idea de no perder seguidores entre las chicas y los chicos que ahora empezaban a plegarse a la odisea rockera.

Tal vez ese haya sido el motivo por el cual Washington Bertolín decidió incorporar en su orquesta a un pianista de 21 años que se llamaba Norberto Camilo Fago y que contaba como antecedente sus dotes de vocalista de boleros dentro de grupos de música romántica. Pero el muchacho no iba a durar mucho junto a Bertolín, porque veía en el rock un futuro donde los acordeones no iban a ser tan importantes. Acentuó así su perfil rocanrolero y captó la atención del productor Ricardo Mejía, del sello RCA Víctor, quien lo rebautizó como Nicky Jones y le publicó un exitoso cover de “Fugitiva”.

En 1962, aunque ya había protagonizado incursiones televisivas de gran suceso, su consagración llegaría cuando se integró a la troupe del programa “El Club del Clan”, junto a estrellas juveniles como Pailto Ortega, Jolie Land y Johnny Tedesco. Como allí cada intérprete desempeñaba un rol asignado de antemano, por sus facciones fue prejuiciosamente apodado como “el hawaiano” y desde entonces se lo vio vestido con camisas de muchos colores que pasaron a ser su marca de identidad, tanto en las apariciones por TV como en las películas a las que fue convocado como miembro de esa cofradía musical.

La noticia del fallecimiento de Nicky Jones la semana pasada a los 87 años, obliga a repasar esas páginas amarillentas donde pervive el testimonio de un momento de quiebre cultural que en nuestro país tuvo primero una expresión edulcorada, para recién tomar un cariz contestatario hacia finales de los sesenta. Al escarbar en las raíces del éxito de Nicky Jones, nos topamos con esas orquestas que animaban los bailes de mediados del siglo pasado y que, en tanto los ritmos pasaban de moda, debían ir adaptándose a las nuevas tendencias, hasta que llegó el rock e impuso esa supremacía que aún pretende sostener.

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