Cultura Por: J.C. Maraddón04 de junio de 2025

Un insospechado mea culpa

El que aparece en el documental “Bono: Stories Of Surrender”, estrenado en el reciente Festival de Cannes y ahora disponible en Apple TV, es un artista dispuesto a entregar confesiones íntimas donde, entre otras cosas, se asume como fan de los Ramones en su más tierna adolescencia.

J.C. Maraddón

Justo cuando el rock alcanzaba su máximo punto de pomposidad y las petulantes bandas progresivas empezaban a ser consideradas casi a la par de los grandes compositores de la música clásica, a la economía mundial se le dio por colapsar y ese gran edificio rockero quedó al borde del derrumbe. La Crisis del Petróleo, que en 1973 triplicó el precio del crudo como consecuencia de la Guerra de Yom Kipur, afectó a todos los sectores de la producción, entre los cuales figuraba la industria discográfica, que empleaba derivados del “oro negro” para la confección de los vinilos en los que por entonces circulaban las canciones.

Aunque la producción petrolera fue poco a poco normalizándose y la cotización se acomodó en cifras más razonables, las consecuencias de este colapso marcaron el final de una etapa dorada del capitalismo y sumergieron a una gran cantidad de personas en la pesadilla del desempleo y la marginalidad. Los elefantiásicos conciertos de los supergrupos de la época contrastaban con la realidad de muchos jóvenes que gustaban del rocanrol, pero que veían muy alejadas de sus intereses esas letras que hablaban de duendes y dragones, y esos temas que ocupaban toda una cara de un LP con sus aspiraciones sinfónicas.

Ese fue el caldo de cultivo del punk, que tuvo su primer atisbo hacia 1974 en Nueva York, cuando The Ramones subió a escena con esas piezas musicales de dos minutos de duración, cuya precariedad era evidente tanto en su lírica como en su estructura sonora. Sin embargo, esas cualidades que podrían haberse mostrado como defectos, fueron las que terminaron conquistando a una audiencia harta de adorar a ídolos pretenciosos, que viajaban en limusinas y se vestían con tapados de piel. Poco después, la desocupación comenzó a hacer estragos en Inglaterra y fue lógico que también prendiera allí el virus de la estética de la pobreza.

La punkitud se esparció como reguero de pólvora entre esas masas juveniles expulsadas del sistema, que hicieron propias las consignas contra las autoridades, que reciclaron remeras rotas como vestimenta, que elevaron sus pelos en crestas y que se practicaron piercings inverosímiles. La banda de sonido de esa revuelta eran los himnos punkies que constaban de estribillos directos y riffs de guitarra punzantes, dotados de una energía poderosa que sacaba a los chicos de su letargo y los ponía en acción. Sobre todo, los instaba a usar como armas su voz y los instrumentos musicales a su alcance.

Parece increíble que ese magma haya sido el que dio origen a una banda como U2, que luego estilizó su propuesta hasta coquetear con el soul y la cultura electrónica. Sin embargo, habrá que creerlo porque es el propio cantante del grupo el que lo confiesa en el documental “Bono: Stories Of Surrender”, donde emplea el mismo tono confidencial que utiliza en un libro de igual título y en un álbum que, en vez presentarlo junto a sus compañeros de U2, lo sitúa junto a músicos de sesión, para interpretar los grandes éxitos de aquel grupo en un formato acústico de sutileza conmovedora.

Ese Bono íntimo que aparece en este filme estrenado en el reciente Festival de Cannes y ahora disponible en Apple TV, es el que se asume como fan de los Ramones en su más tierna adolescencia. Y admite que se inspiró en ellos para componer su primera canción, “Out Of Control”, así como revela que The Clash, tiene no poco que ver con la furia de “Sunday Bloody Sunday”. Además de rendir tributo a Irlanda, a su familia y a las causas nobles de la humanidad, Bono se hace allí a sí mismo cuestionamientos que otros le han enrostrado, a manera de un insospechado mea culpa.

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