El hip hop del conurbano
“Liturgia villera”, el documental de César González disponible de manera gratuita en Cont.ar, dibuja en apenas 22 minutos un cuadro testimonial de la vida en barrios populares del AMBA como Fuerte Apache y Carlos Gardel, donde los chicos también rapean y practican el arte urbano.
J.C. Maraddón
En estos días se ha celebrado el cincuentenario del hip hop, al conmemorarse la fecha en que el DJ Kool Herc utilizó por primera vez en una fiesta en el Bronx su método para repetir la parte instrumental bailable de una misma canción mezclando en una consola dos copias del mismo disco que giran en distintas bandejas. El festejo principal tuvo lugar en el Yankee Stadium de Nueva York el viernes 11 de agosto, con la participación de figuras internacionales del género como Run-DMC, Lil Wayne, Snoop Dogg, Eve, Wiz Khalifa, Ice Cube y Nas, además de pioneros como el propio Kool Herc y el grupo Sugarhill Gang.
Aquella noche del verano boreal de 1973 en que se gestó esa corriente cultural anclada en el legado afroamericano, se ha vuelto legendaria a partir de las implicancias que ha tenido con posterioridad eso que nació en un suburbio neoyorquino donde residía una mayoría de inmigrantes. Aunque durante los años setenta ese estilo permaneció recluido a una geografía y a una demografía determinadas, hacia finales de ese decenio traspuso esos límites y fue adoptado por artistas que no pertenecían a ese ámbito pero que reconocían allí una fuente sonora que merecía ser recogida y aumentada.
Eso que había florecido en el Bronx no se limitaba a lo musical: el público respondía a los DJs y a los MCs con un juego coreográfico específico, que en los ochenta iba a encontrar cultores en todas las latitudes. Y el hip hop también iba a tener derivaciones en el llamado arte urbano, donde los entusiastas del grafitti utilizarían muros y paredes para plasmar una estética propia, cuya fuerza fue tan abrumadora que terminó incorporándose a los círculos más exquisitos, en especial luego de la aparición de Jean Michel Basquiat como su exponente de mayor proyección global.
A medio siglo de su nacimiento, el hip hop impregna hoy una gran parte de los emprendimientos creativos planetarios, en un abanico que incluye desde trabajos experimentales hasta las manifestaciones más populares que marcan el pulso de las tendencias en boga. El panorama del arte en este siglo veintiuno sería algo muy diferente de no haber existido ese germen original, con su carga de resistencia frente a la opresión y con su capacidad de capturar rasgos identitarios de un segmento de la población que lo ha investido de un valor trascendental, más allá de la calidad que han alcanzado sus obras.
Un buen ejemplo de su expansión se puede apreciar en “Liturgia villera”, el documental de César González que está disponible de manera gratuita en la plataforma Cont.ar y que, en apenas 22 minutos dibuja un cuadro testimonial de la vida en barrios del conurbano bonaerense como Fuerte Apache y Carlos Gardel. Con retratos conmovedores de personajes de carne y hueso y una fotografía que transforma el entorno de la villa en un protagonista más, González no interpela al espectador desde la sensiblería barata, sino que lo invita a compartir esa cotidianidad digna de un relato inscripto en el realismo mágico.
Y en medio de esa Argentina oculta, los rastros del hip hop se hacen tan evidentes como insólitos. Chicas y chicos tirando rimas al aire o empuñando aerosoles para llenar de colores el gris de las edificaciones, dan la nota en este cortometraje, como artífices de la apropiación de aquellos logros conseguidos en estas cinco décadas por habitantes de los márgenes de la metrópolis estadounidense. Porque seguramente tienen más cosas en común con ese legado, que con otras formas de expresión locales, a las que sin embargo les cuesta descubrirles puntos de contacto con sus propias inquietudes.
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