Cultura Por: J.C. Maraddón19 de junio de 2025

Fútbol en tiempos de bolsillos flacos

Entre las protestas por la reforma migratoria de Donald Trump, mientras en Medio Oriente la guerra desatada entre Israel e Irán pone en peligro la seguridad global, el espectáculo (y la recaudación) debe continuar con el Mundial de Clubes que se está disputando en Estados Unidos.

J.C. Maraddón

Aunque la televisión ya llevaba más de una década inserta en la disputa de los partidos de fútbol, podría decirse que unos cincuenta años atrás el balompié todavía hacía prevalecer la práctica deportiva por encima de la presión de la industria del espectáculo. La mayoría de los equipos argentinos jugaba de un torneo a la vez, excepto los pocos que habían clasificado a la Libertadores. Y los encuentros entresemana eran la excepción: casi todos se jugaban los domingos, salvo el adelantado del viernes. Los sábados, sí o sí, era un día exclusivo para la disputa de los campeonatos correspondientes a las categorías de ascenso.

En cuanto a la selección nacional, lo realmente gravitante era su participación en los Mundiales, un certamen cuyo desarrollo incluía también una etapa de eliminatorias. Aparte, con cierta intermitencia, se organizaron los Campeonatos Sudamericanos, que medio siglo atrás cambiaron su denominación por la de Copa América. Y, por supuesto, el combinado programaba partidos amistosos, que no se concentraban en las ahora mentadas fechas FIFA, sino que tenían una agenda aleatoria, porque solían servir de preparación para que el cuerpo técnico pudiese ver cómo respondían los jugadores  en la cancha al esquema de juego que se había diseñado en los entrenamientos.

Este calendario llevaba a que el fútbol no fuera un entretenimiento omnipresente los siete días de la semana, como lo es en la actualidad, sino que hubiese la distancia suficiente entre una fecha y la otra, para generar expectativa. Como no todos los matches eran televisados, tampoco se cumplía el ritual cotidiano de extasiarse frente a la pantalla para observar lo que ocurría en los estadios. Nadie hablaba entonces del pack fútbol ni de las apuestas online, y las camisetas de los clubes lucían inmaculadas, sin los logos ni las marcas de los auspiciantes que en estos días ocupan casi toda la superficie.

No caben dudas de que el negocio ha terminado por imponerse y que hoy son infinitas las empresas que lucran con la pasión futbolera, lo que ha obligado a que se multipliquen los torneos hasta el hartazgo. En paralelo, se reproducen así las oportunidades de generar ganancias, a partir de la atracción que genera este deporte, cuyas alternativas han salteado ya todas las barreras de edad, género, raza, religión o nacionalidad. Las medidas que han tomado últimamente las autoridades encargadas de regir los destinos del fútbol van en el mismo sentido, aun a costa de poner en riesgo la matriz de esta disciplina.

El Mundial de Clubes, cuya primera edición bajo un nuevo formato se disputa por estos días en los Estados Unidos, representa un avance extremo en este proceso de espectacularización, que agrega un condimento más al menú de los fanáticos, para magnetizar definitivamente su atención a lo largo de un mes. Como los cuatro años que transcurren entre un Mundial de selecciones y oro implican una larga espera, como tampoco es suficiente intercalar las copas continentales ni las eliminatorias, entonces hubo que crear este show mediático al que se prestan las principales instituciones deportivas del planeta.

Entre las protestas por la reforma migratoria del presidente Donald Trump, mientras en Medio Oriente la guerra desatada entre Israel e Irán pone en peligro la seguridad global, el espectáculo (y la recaudación) debe continuar y la pelota está rodando en esos estadios donde no se acostumbra a ver equipos de primer nivel internacional. Es difícil pronosticar hasta dónde llegará esta ambición por sacarle el jugo al fútbol, pero el fantasma de la saturación podría no tardar en aparecer, ante una oferta desmesurada y una demanda que, por lo menos entre nosotros, se revela con los bolsillos demasiado flacos.

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