El fantasma de lo previsible
Parece haber sido perfecta la planificación de marketing para el lanzamiento de “Swag”, el álbum de la estrella pop Justin Bieber que fue dado a conocer el jueves pasado a la medianoche de una manera tan sorpresiva que nadie estaba sobre aviso de que algo así pudiera ocurrir.
J.C. Maraddón
En aquellas lejanas épocas de los discos simples y long plays, la industria discográfica sabía trabajar muy bien las expectativas con respecto a los lanzamientos de nuevo material, sobre todo cuando se trataba de obras firmadas por artistas que eran best sellers y gozaban de mucha fama. Más esmerado aún era el tratamiento que recibían aquellos astros que, después de larga ausencia, regresaban al mercado con un álbum que los reinsertaba en el circuito. En esos casos, las campañas publicitarias podían llegar a ser feroces, e incluían el método de la payola, que consistía en pagar a los musicalizadores de las radios para que apoyaran en la difusión.
Ha transcurrido mucho tiempo desde entonces y las cosas han cambiado bastante, porque si bien los vinilos han regresado a las vitrinas, tampoco es que con ese fenómeno se consiga aceitar todo un aparato comercial que hoy tiene su mayor flujo en los canales virtuales. Las estrategias de venta han debido adaptarse y eso también afecta a las campañas de promoción de las producciones que corresponden a nombres consagrados y que pasan a estar disponibles en las plataformas de streaming en una fecha y en un horario concretos, de modo simultáneo.
Sin embargo, desde que la música empezó a ser consumida a través de soportes digitales, la piratería se encargó de hacer todo mucho más difícil para el sistema que supieron armar en su momento los sellos multinacionales y que esta seductora tecnología amenazaba con llevar al colapso. Muchas han sido las ocasiones en que la ansiedad por un disco de un músico célebre prometido para determinado día y hora, ha forzado su disponibilidad anticipada por vías ilegales, lo que tornó inútiles los esfuerzos por capitalizar económicamente aquel fanatismo por parte de quienes manejan la carrera de ese intérprete.
Y si bien durante al menos los últimos veinte años se ha procurado contrarrestar estos daños, de alguna manera la grabación original suele filtrarse antes de la salida oficial y se desbaratan así todas las previsiones planificadas desde el complejo industrial que subyace tras el negocio de la música. A veces, tales manejos han obligado a las discográficas a apurarse para lanzar el producto en sincronía con su irrupción por fuera de los círculos establecidos, así la gente se ve invitada a preferir aquello que tiene la bendición del propio ídolo en vez de “traicionarlo” y acceder de forma incorrecta.
Después de tantos ensayos y errores, parece haber sido perfecta la planificación para “Swag”, el álbum de Justin Bieber que fue dado a conocer el jueves pasado a la medianoche de una manera tan sorpresiva que nadie estaba sobre aviso de que eso pudiera ocurrir. Ni las redes sociales, ni esos seguidores que no le pierden pisada al cantante, supieron advertir que se estaba por verificar su retorno a la acción, cuatro años después de que hubiese puesto a disposición de su gente “Justice”, el último disco publicado hasta ahora por la estrella de la música pop que lleva 17 años en escena.
Más allá de ese exitoso método empleado para sortear los inconvenientes de una aparición datada con precisión, la lista de 21 temas que componen “Swag” no brinda novedades de fuste en cuanto al estilo de Justin Bieber, aunque desde su título postule un cambio de actitud, que la prensa le adjudica a su flamante paternidad. Letras más introspectivas y piezas alejadas de cualquier estridencia, conforman esta obra de una celebridad musical que, en la madurez de sus 31 años, ha conseguido vencer al fantasma de lo previsible, ese que en lo que va de este siglo ha provocado pánico entre los empresarios del sector.
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