Cultura Por: J.C. Maraddón22 de julio de 2025

Tiempos de fiestas catastróficas

Lo que sucedió en 2012 en la pacífica localidad neerlandesa de Haren, hacia donde concurrieron miles de teenagers convocados vía Facebook para participar de la celebración de un cumpleaños que nunca se hizo, es narrado en el documental “Trainwreck: The Real Project X”, disponible en Netflix.

J.C. Maraddón

La Crisis del Petróleo de 1973 representó el fin de la etapa dorada de la economía capitalista de posguerra, y le asestó un duro golpe al llamado Estado de Bienestar, con lo que quedaron desprotegidos numerosos habitantes de países europeos que hasta allí tenían garantizados ciertos derechos básicos. Entre las esquirlas culturales que eso dejó en Inglaterra, debe destacarse la aparición de los punks, un movimiento juvenil principalmente animado por quienes no tenían ya nada que perder, porque se habían percatado de que el sueño del ascenso social y del progreso continuo había quedado en el camino.

Cabía sospechar entonces que la crisis financiera de 2007-2008, producto del estallido de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, podía tener también derivaciones que implicaran a segmentos juveniles de la población a los que estos sacudones afectaban particularmente. Lo que ocurrió tuvo que ver más bien con rebeliones civiles que se escenificaron hacia el año 2011 en países como Estados Unidos (con la protesta Occupy Wall Street), Inglaterra (con las revueltas raciales en Londres) y España (con los indignados). En general, se trataba de manifestaciones que expresaban una disconformidad aguda con el desenvolvimiento de los poderes democráticos que regían la vida de los ciudadanos.

Quizás haya habido ciertos artistas que se hicieron eco de este malestar y que propusieron obras destinadas a acompañar al espíritu rebelde, pero es preciso recordar que en ese periodo los deejays se habían apropiado de la escena pop y que la electrónica era la banda de sonido juvenil. Por eso, muchos de los chicos y chicas que adherían a esa sensación de hartazgo con lo establecido, pueden haber descargado por medio de aquel género musical las energías que otros tiempos habían sido empleadas para patear el tablero y procrear un estilo novedoso y disonante.

Sin embargo, más allá del apogeo que vivió el dubstep dentro de esa paleta electro, la agitación se canalizó por la vía de un descontrol que era utilizado por los adolescentes como forma de llamar la atención de los adultos y de provocar a las autoridades. Las redes sociales y los mensajeros instantáneos que funcionaban mediante los teléfonos móviles facilitaron las cosas y así fue como se hizo más sencillo convocar al desmadre. El estreno de la película “Proyecto X” en marzo de 2012 fue la respuesta lógica a ese fenómeno, y hasta tal punto reflejó la situación, que se convirtió en un éxito de taquilla.

Ver en la pantalla cómo tres compañeros de colegio no muy populares entre sus pares organizaban una fiesta multitudinaria en la casa de uno de ellos, tiene que haber sido inspirador para muchos de sus congéneres, a pesar de que en la ficción el evento culminaba de manera catastrófica. La música altisonante, los excesos, el desborde caótico, todo ello en ausencia de la mirada paterna, aparecía allí como un sueño al que las circunstancias terminarían por convertir en una pesadilla. La cuestión era si al menos había valido la pena.

Poco después de que “Proyecto X” desembarcara en los cines, un pequeño pueblo neerlandés sufrió las consecuencias de quienes, queriendo o sin querer, emularon lo que pasó en el largometraje, a raíz de una chica que invitó a la celebración de su cumpleaños a través de Facebook. Lo que sucedió en la pacífica localidad de Haren, hacia donde concurrieron miles de teenagers para participar de una fiesta que nunca se hizo, es narrado en el documental “Trainwreck: The Real Project X”, disponible en Netflix. Tras observarlo, es imposible no inferir que, si eso aconteció hace 13 años, vaya a saber hasta dónde se podría llegar hoy con todos los recursos virtuales de los que se dispone.

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