Recuperando el peso del interior
La relevancia institucional y política del interior está subestimada en las construcciones nacionales de poder
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Es difícil definir a qué se debe el problema de las reiteradas crisis políticas de Argentina, pero probablemente algo tenga que ver el hecho de que los votos que definen elecciones no tienen que ver con la forma en la que se define el funcionamiento institucional.
Argentina no es un país verdaderamente federal, al menos en lo que hace a cómo se distribuyen los temas de agenda y a la forma en la que se manejan las provincias en su relación con el mundo. Esto se me vino a la mente un poco por la nota del lunes sobre las primeras presidencias, pero también por haber estado charlando sobre el feriado que nos toca en noviembre, cuando se conmemora el día del centralismo porteño y la afrenta al interior bajo el nombre falso de “Día de la soberanía”.
Desde 1853 hasta 1930, año del golpe de Estado a Yrigoyen, los presidentes de repartieron más o menos de manera equilibrada entre el interior y Buenos Aires. La existencia del colegio electoral (y una democracia restringida durante la mayor parte del tiempo) le daba mucho peso a las provincias, que desconfiaban de Buenos Aires y buscaban la forma de limitar su poder. Incluso los presidentes que llegaron por la capital no eran los más importantes del distrito (a excepción de Mitre y de Pellegrini, aunque este llegó desde la vicepresidencia). De alguna forma las provincias ejercían un poder institucional que definía la suerte del ejecutivo (que en tiempos de Yrigoyen se tradujo en conflictos con los gobernadores e intervenciones federales) como una forma de obtener una compensación por el rol central que ejercía la capital en la relación con el mundo. Todo pasaba por Buenos Aires en su vía a Europa.
El siglo XX fue complicado y empezó a reflejar el crecimiento poblacional de Buenos Aires a través de las figuras que fueron llegando a la presidencia. Es difícil sacar conclusiones sobre ese periodo, así que vamos a concentrarnos en los años desde la vuelta de la democracia. El único que construyó verdaderamente su poder desde el interior fue Carlos Menem, ya que Néstor Kirchner llegó con la fuerza del aparato bonaerense de Eduardo Duhalde. Menem le ganó la interna a Cafiero y avanzó sobre el país desde el interior.
Alfonsín, De la Rúa, Duhalde, Cristina, Macri, Alberto y Milei son el reflejo de esa Argentina que existe a 100km del puerto y desconoce la realidad de lo que ocurre en el interior. Quizás la peor parte de eso sea que las provincias mismas han resignado el rol que pueden tener a la hora de definir políticas públicas y gobiernos, algo que algunos parecen querer tratar de revertir con el nuevo experimento de Provincias Unidas, que probablemente debería prescindir (al menos visiblemente) de esos elementos como Monzó, Massot, Lousteau o Randazzo, que siempre podrían concentrarse en sus distritos sin mostrarse como piezas importantes en el armado nacional.
El que vio algo de eso y lo abandonó en muy poco tiempo fue Javier Milei, que arrancó con políticas orientadas al interior olvidado (principalmente alentando las inversiones en energía, petróleo o minería) y de a poco fue virando a hablarle al conurbano bonaerense. Es como si la aglomeración en Buenos Aires le impidiera ver que el voto de un interior con población dispersa le puede ganar al voto de los 15 millones del AMBA.
Problemas de representación
Hay un viejo trabajo sobre representación legislativa en Argentina que pone el foco en este tema que hemos tocado varias veces. Las provincias del interior están sobrerepresentadas respecto a las de la región pampeana, siendo la provincia de Buenos Aires la más perjudicada. Insólitamente no parece haber fuerzas políticas trabajando para reconstruir alguna estructura partidaria que las represente, limitándose todo a meros esfuerzos centrados en las personas.
Hay partidos provinciales constituidos desde hace mucho tiempo que han sabido construir eficientes estructuras de ejercicio del poder. Sin embargo, ninguna ha hecho un esfuerzo significativo por cruzar sus límites para definir políticas regionales con otras provincias.
La inexistencia de figuras de peso a nivel nacional asegura que esa dispersión en las preferencias de la gente siga premiando a las expresiones locales por sobre las nacionales, aunque luego sean esas fuerzas provinciales las que condicionen el juego de las políticas públicas a partir del congreso.
Para entender lo mal que se manejan algunas provincias, hay 11 sobre la cordillera de los Andes que podrían beneficiarse de la explotación de esos recursos, pero no definen propuestas concretas para el sector. Hay más de una docena con actividades agropecuarias que tampoco presionan para obtener beneficios para sus distritos. Casi cualquier grupo de provincias podría tratar de llenar las vacantes de la Corte Suprema o impulsar una moción de Censura contra el Jefe de Gabinete, pero tampoco lo hacen. Tienen la llave para la construcción de poder político desde el interior pero son incapaces de definir una agenda que los represente, repartiendo su apoyo a figuras que miran todo desde lejos.
A partir de octubre Si hay alguien atento a estos cambios en las dinámicas políticas del país su estrategia debería girar en torno a organizar un verdadero bloque parlamentario y una fuerza política desde el interior. La reproducción del esquema porteñocéntrico al interior de las provincias atenta contra eso, pero hay que superar esa dinámica si se quiere generar una opción de gobierno con peso en el territorio y capacidad de imponer un orden desde las instituciones. Que vuelva la política que prescinde de los community managers y abraza a los rosqueros.
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