Cultura Por: Víctor Ramés06 de octubre de 2025

Caras y caretas cordobesas

Modernización, créditos, riqueza y distinción fueron notas para que la aristocracia, primero, y luego la burguesía cordobesa, comenzaran a veranear en las sierras de Córdoba a inicios del siglo veinte.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com


La conquista turística de las sierras (Primera parte)

En el marco del proceso generalizado de modernización y crecimiento económico del país, a comienzos del siglo veinte, los gobiernos conservadores se inscribían alegremente en el modelo agroexportador que habían pactado a cambio de capitales inversionistas europeos. Córdoba se sumaría a esa dinámica de “progreso”, siempre obviando la distribución equitativa de ese crecimiento en términos sociales, cuando transcurrían tiempos de inmigración masiva. Parte del desarrollo del sistema tuvo su expresión en ciertos cambios de tendencias y prácticas en el seno de las clases privilegiadas, entre ellas la adopción generalizada del desplazamiento turístico, uno de cuyos polos debía concentrarse en las sierras de Córdoba, que ocupan un tercio del territorio provincial. La “conquista” de las sierras, sin embargo, no ocurrió de un día para el otro, pues faltaba un impulso a la inversión hotelera, y las migraciones veraniegas necesitaban aún de la extensión del tendido ferroviario. 

La práctica de vacacionar ya existía como tradición a nivel local, desde las últimas dos décadas del siglo diecinueve, donde se hablaba de “irse al campo”, espacio que comenzaba, se podía decir, a unas cuadras de la ciudad céntrica, pasado el círculo de los barrios suburbanos. Se puede leer en una nota del diario El Progreso en 1876, cómo, al llegar los veranos, “el más insignificante pueblo de campaña tiene un aspecto alegre por la concurrencia de varias familias”, mientras que la ciudad capital, al contrario, “está desierta. No se ve en las calles ni en las plazas, ni en los paseos una sola familia. ¿Dónde están? En los lugares de campaña, adonde es preciso viajar en busca de la buena sociedad de Córdoba. La ciudad de cuarenta y tantas mil almas apenas tiene una que otra familia en su seno, porque no ha podido aún retirarse al campo; o por que se prepara para ausentarse”. 

En diciembre de 1898, La Carcajada daba su propio cuadro del éxodo de personas de Córdoba para el descanso anual, donde ya aparecían destinos serranos:
“Las familias han principiado a marcharse a la campaña. Por eso no se ven por las calles sino los equipajes que se conducen a las estaciones, o los carros que los llevan al campo.
Desde luego pronto quedará esta ciudad poco menos que desierta, a la vez que los puntos donde las familias se dirigen se animan y se alegran.
Como que en ellos los bailes, cabalgatas y paseos se inician con todo entusiasmo. La presente temporada de verano promete estar espléndida en todas partes, hasta Mina Clavero que está tan lejos.” 

Una carta dirigida al director del diario Los Principios por un tal Juan Valdez, en 1897, señalaba también con mucho entusiasmo el destino transerrano:
“Héteme al fin en el famoso balneario de Mina Clavero del que soy partidario porque conozco sus bondades por experiencia propia. Está atestado de gente, especialmente de Córdoba, grupo numerosísimo de familias conocidas, como no creo se hallan concentrado tantas de Córdoba en ningún punto de la provincia”. 

La descripción de Juan Valdez ponía en relieve las carencias que en aquel año representaban limitaciones tanto para el acceso como para la estadía en esa población:
“…Debo advertir que el viaje es penoso. Si uno viene por la sierra son dos días de viaje a mula y si en carruaje, es un día de tren y dos de carruajes, si bien hay posadas regulares en el camino. Una vez concluido el ramal de la Toma a Dolores, el viaje quedará muchísimo más cómodo para la gente del litoral, pues podrán venir en tren hasta Dolores y desde este punto quedan menos de diez leguas en carruaje hasta Mina Clavero, que no hay duda está llamado a atraer muchísima gente, por sus aguas incomparables, por su clima y hasta por sus paisajes”, comentaba Valdez con optimismo. Y también señalaba:

“Todavía no hay un hotel ni pasable, solo casas donde reciben huéspedes, pero humildísimas, desprovistas de todo, hasta de sillas, si bien cobran barato: peso y medio diario por casa y comida.” 

En lo concreto, el autor de la carta daba un detallado reporte de veraneantes entre quienes se contaban apellidos de lustre, encabezados por el vicegobernador de la provincia. Había familias de hasta doce miembros “incluidos niños y sirvientes”, afirmaba Valdez. Contando las familias apellido por apellido, el corresponsal llegaba a un total de “doscientos treinta y una personas” de la alta burguesía cordobesa, instaladas en enero en la zona. 

De un modo u otro, junto al ensalzamiento de la amabilidad del paisaje y de la alegre presencia de familias distinguidas, a la vez que mostraba fe en los adelantos por venir la carta dejaba ver que Mina Clavero no había sido suficientemente “civilizada” por inversiones. 

La expansión de la práctica turística coincidía con el acceso de la clase burguesa a consumos antes exclusivos de la aristocracia. Un columnista del diario Los principios, en 1898, de quejaba “contra tanto tourista que, por su abundancia, está ya haciendo el efecto de los mosquitos y las pulgas”.

Como índice de esta nueva construcción de un veraneo ideal en las sierras, en “La conquista de las vacaciones” (Editorial Edhasa, 2011) Elisa Pastoriza expone cómo las compañías concesionarias de trenes de la región serrana invirtieron en establecimientos hoteleros a comienzos del novecientos, cuyos primeros destinatarios fueron jerarcas británicos del ferrocarril, que pronto pudieron trasladar a sus familias y su personal de servicio. Muestra de esa tendencia fue la construcción en Córdoba del Sierras Hotel de Alta Gracia, el Hotel Yacanto de Villa Dolores y el gran hotel Edén de La Falda, para visitantes de alto poder adquisitivo. Se destacaban sus lujosos salones, el número de habitaciones y servicios que aspiraban a las normas de calidad del viejo mundo. 

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