Una canción de redención
El próximo sábado, Pity Álvarez se presentará como solista en el Estadio Mario Alberto Kempes en su concierto de retorno, un operativo del que ya se conoció el tema “No sé cuánto”, que formará parte de su álbum “Basado en hechos irreales”. Cabe esperar que su reencuentro con los fans cierre una etapa oscura de su biografía.
J.C. Maraddón
El solo hecho de convertirse en favorito de miles de personas y de convocar multitudes en sus presentaciones en vivo, obliga a cualquier ídolo musical a definir una imagen pública que sea acorde a lo que requiere la industria para una persona de tales características. Es probable que ese artista se comporte de una manera normal y previsible en su vida privada, pero que ante las cámaras y sobre el escenario deba componer un personaje pleno de carisma y magnetismo, tal como ha sido formateado el estereotipo de los astros de la canción a lo largo del siglo que lleva vigente el negocio de la música.
Esas presiones motivan que muchas veces se dude acerca de cuán auténtica es la manera de ser de esa figura que responde de modo vivaz y distendido a las preguntas que le realizan en las entrevistas, cuando en realidad quizás al apagarse las luces muestre su costado más gris y parco. Como los que actúan con naturalidad en cualquier circunstancia no abundan en el mundo del espectáculo, quienes así lo hacen cuentan con un plus de afecto por parte de sus seguidores, que se ufanan de venerar a un ser humano y no a una deidad intocable.
Estas estrellas carentes de dobleces suelen surgir de contextos barriales que condicionan su conducta y que por eso los vuelven transparentes en su exposición ante la gente, un elemento que despierta un sentimiento de identificación por parte de aquellos que sufren los mismos padecimientos que ellos han atravesado antes de triunfar. Tal vez ese sea uno de los puntos fuertes de ese estilo que entre nosotros ha sido denominado “rock chabón”, poblado de músicos de linaje suburbano que hablan en un lenguaje directo y componen canciones entendibles para todos, sin ninguna impostación en sus maneras.
No obstante, ese emergente genuino, que devino en rock star sin hacer concesiones, corre el peligro de repetir un destino prefijado por la sociedad para quienes no han sido beneficiados por un entorno de crianza favorable. Las prerrogativas de ser reconocido, sumadas a alguna tendencia a derrapar, pueden encaminar a ese intérprete hacia un abismo inevitable, donde probablemente los hunda el prejuicio que recae sobre los de su laya. No habrá celebridad que los salve del señalamiento colectivo y, una vez que hayan resbalado cuesta abajo, recién advertirán que la fama es puro cuento y que estaban condenados a volver al punto de partida.
Amparado en un innegable talento para componer y cantar hits, desde unos treinta años atrás Pity Álvarez hizo escuchar su voz a través de Viejas Locas e Intoxicados, dos proyectos rockeros que dejaron una marca indeleble en el panorama argentino durante un prolongado ciclo de gran popularidad. Por ser siempre el mismo (descontrolado, cínico, visceral) dentro y fuera de la escena, su caso fue un paradigma del joven proveniente de los márgenes que accedía al éxito gracias a la música, y que no tenía reparos en aparecer tal como era. Su carrera iba siempre en ascenso, hasta que en 2018, luego de varios episodios confusos en distintas situaciones, fue encarcelado bajo la acusación de homicidio.
El próximo sábado, Pity se presentará como solista en el Estadio Mario Alberto Kempes en su concierto de retorno, un operativo del que ya se conoció el tema “No sé cuánto”, que formará parte de su álbum “Basado en hechos irreales”. Cabe esperar que su reencuentro con los fans cierre una etapa oscura de su biografía, y a la vez sirva de redención para un músico que se elevó por encima del fango con sus creaciones, pero cuya inclinación a volver al barro ha sido su peor enemigo.
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