Cultura Por: J.C. Maraddón09 de noviembre de 2023

Un cantor de a caballo

En el documental “Cafrune”, que dirigió Julián Giulianelli y que desde fines de octubre está disponible de manera gratuita en la plataforma Cine.ar, se entremezclan muchos de los aspectos de la biografía de este cantante a cuya interpretación se le deben verdaderos “hits” del folklore.

J.C. Maraddón

Sin necesidad de remontarse a la edad media para hallar el origen de esa costumbre de los artistas por llevar una vida nómade, es factible individualizar en todos los continentes a intérpretes musicales que, cuando aún no se habían inventado los artefactos para grabar y reproducir sonidos, llevaban de pueblo en pueblo las canciones tradicionales que poseían arraigo popular. Como se trataba de un repertorio destinado a gentes humildes, las piezas resaltaba por su sencillez y por contar con un mensaje apropiado a las alegrías y las penurias de aquellos a los que estaban destinadas, para que pudieran memorizarlas y cantarlas a coro.

En el siglo veinte, con el advenimiento de los discos y con la toma de conciencia de los trabajadores, el contenido de esas canciones se expandió y a la vez tuvo un giro hacia el compromiso social que era muy apreciado por los que usaban esas composiciones como una herramienta de lucha. Y como los aparatos para la reproducción fonográfica eran un objeto de lujo, los sectores menos favorecidos seguían valorando la labor de esos trovadores que recorrían las inmensidades de tierra adentro acarreando una música que implicaba al mismo tiempo un motivo de diversión y de rebelión.

Hacia mediados de la pasada centuria cobró fuerzas en los Estados Unidos un movimiento que tuvo como protagonistas a los folk singers, quienes en vez de sumarse al festivo sonido de la música country, enarbolaban su guitarra para entonar piezas en las que la protesta se engarzaba con el llamado a la acción. Pete Seeger y Woody Guthtrie fueron dos de los nombres célebres dentro de esta camada de artistas que padeció los rigores del macartismo, pero que aun así se hizo escuchar y que dejó su legado a cantautores urbanos de los años sesenta como Bob Dylan y Joan Baez.

No por casualidad, en simultáneo con eso que sucedía en el Hemisferio Norte, en Argentina la música nativa experimentaba un proceso de características parecidas, donde las voces de Antonio Tormo o Buenaventura Luna llevaban las coplas provincianas a los oídos de todos. Atahualpa Yupanqui, con su abordaje del cancionero popular y tradicional desde una perspectiva de claras intenciones reivindicatorias, fue el representante entre nosotros de esa tendencia que en Estados Unidos dejaría su herencia a la generación rockera y que por aquí iba a tener su continuidad a través del denominado Nuevo Cancionero, que sesenta años atrás comenzaba a renovar la trova folklórica.

Fue en ese contexto que se fortaleció el perfil artístico de Jorge Cafrune, como una figura que podía oficiar de puente entre la antigua estirpe de solistas criollos y esa sangre joven que desde el escenario del Festival de Cosquín amplificaba su ímpetu de combinar la riqueza poética con la maestría musical, para llevar al género a un nivel insospechado, sin que perdiera su capacidad de llegar al hombre y la mujer comunes. Como vector en el que todas esas corrientes confluían, Cafrune fue objeto de veneración por parte del público y también de sus colegas.

En un documental de poco más de una hora que dirigió Julián Giulianelli y que desde fines de octubre está disponible de manera gratuita en la plataforma Cine.ar, se entremezclan muchos de los aspectos de la biografía de este cantante a cuya interpretación se le deben verdaderos “hits” del folklore como “Zamba de mi esperanza” o “Virgen india”. Bajo el escueto título de “Cafrune”, este filme fundamenta el acervo gaucho de este jujeño descendiente se siriolibaneses, que atravesó las provincias a caballo con su mensaje no necesariamente complaciente, y que, en una de esas travesías, encontró la muerte en un accidente rodeado de dudosas circunstancias.

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