Nacional Por: Redacción Alfil09 de noviembre de 2023

Yo, cuartetero

Los políticos insisten en decir lo que creen que la gente quiere escuchar. Por suerte las redes nos muestran cosas que antes se perdían y no llegaban a los medios.

Por Javier Boher

rjboher@gmail.com


Sinceramente no sé cómo habrá hecho la gente para vivir las campañas en décadas pasadas. Recuerdo muy poco de la de 1995, algunas cosas de las de 1999 y un poco más desde 2003, a pesar de que todavía no tenía edad para votar en ninguna de las tres. Creo firmemente que muchos de nuestros problemas actuales obedecen a la falta de tecnología del pasado.

Esta última afirmación tiene un porqué: si no fuese por la rapidez con la que vuela la información, sin intermediarios corporativos y mostrando a los candidatos en situaciones fuera de su control, esta campaña sería mucho más hostil e insoportable.

No tengo forma de comprobarlo, pero en el pasado los relatos oficiales deben haber llenado todas las páginas de los diarios y buena parte de los minutos de tele y de radio. Si no existieran las redes sociales no podríamos haber visto a un candidato bajo los claros efectos de los estupefacientes ni a otro al borde de un ataque de pánico. Tampoco tendríamos acceso a relatos alternativos a lo que nos vende el entorno de cada uno ni notas que representen un escándalo o un problema para los mismos.

Como en otros lugares del mundo, acá también existió y existe el periodismo de investigación, pero a diferencia de lo que pasa en otras latitudes la pauta oficial influencia en buena medida a los que deben elegir los temas.

Por eso, menos mal que existen las redes.

Este invento del pasado reciente (cinco elecciones presidenciales desde que apareció Facebook, tres desde que se volvieron fundamentales) nos ha cambiado la manera de ver a nuestros políticos en acción. Ver fotos de los diputados del ‘40 o el ´50, sindicalistas de los ‘60, militantes de los ‘70 o las marchas de los ‘80 representan una imagen completamente diferente a la que nos muestran hoy los políticos. Todos parecen serios, formados, preparados para los cargos que disputaban y con un aura casi sobrehumana que los alejaba del pueblo que decían representar.

Sin embargo, siempre hay otras versiones sobre qué hacían fuera de las poses que se veían en los medios. Seguramente al “Lobo” Vandor (cuyo apodo se debía a su gusto por las “caperucitas”) hoy las cámaras digitales y los smartphones le habrían jugado una mala pasada. Pero ahí están, en fotos que los hacen ver como lo que no eran.

Otra de las grandes ventajas de las redes sociales es que permiten que nos lleguen casi inmediatamente las cosas que pasan en todo el país. Así nos llegan imágenes de distintos rincones del país, donde podemos ver a los candidatos, sus adherentes y sus estructuras de campaña en un funcionamiento que no tiene nada que ver con las imágenes que pretenden mostrar para agradar a la gente.

Ese es el caso de la entrevista que Sergio Massa le concedió a La Voz del Interior, donde dice: “Milei dijo que el cuarteto era una mierda. Yo bailo cuarteto en mi casa. Esos son los dos países que están en juego”.

Fabuloso. Como si el país no estuviese en una bruta estanflación, con la pobreza creciendo y las fábricas paradas, el ministro cree que con eso llegará a ese 35% que necesita en Córdoba para tratar de ganar en primera vuelta. Es parte de la compulsión del político por decir lo que cree que el resto quiere escuchar, como aquel que una vez me empezó a hablar mal de nuestro clásico rival de rugby, como si no fuésemos vecinos, compañeros de escuela, compañeros de trabajo o parientes políticos y los colores significaran algo más que una rivalidad que se circunscribe a una cancha.

La afirmación es tan infantil que da vergüenza, aunque es peor la incomodidad que genera la gente que cree que eso puede ser en algún punto importante para definir el voto. Me cuesta imaginarme a Massa bailando cuarteto en la casa, porque ni siquiera puedo imaginarme a un político cordobés haciéndolo.

Además, las inclinaciones artísticas de un político no definen la calidad de su gestión, ya que tenemos al presidente guitarrista y compositor que hace un año está desaparecido en acción, tuvimos un vicepresidente que tocaba rock con una banda del momento que estuvo preso por robarse la fábrica de billetes y una presidenta que se declaró cinéfila a la que también condenaron por corrupción. Hace poco vimos a Schiaretti bailar cuarteto con Vigo y muchos se burlaron en redes, pero quizás no tanto como se burlaban de los boleros que cantaba De la Sota.

Lo de Massa equivale a declarar en Tucumán que a él le encanta La Bomba Tucumana, mientras que Milei dijo que parece la mamá de More Rial; en Santa Fe que cena con Malena escuchando Leo Mattioli mientras Milei dice que es música de narco; en Corrientes que cada mañana se levanta, tararea una de Tarragó Ros y le hace un sapucay a Toto para sacarlo de la cama, mientras Milei dice que el chamamé es de paraguayos. Podríamos seguir con muchos más ejemplos de declaraciones tontas dedicadas exclusivamente a un público específico y limitado, pero no valen la pena.

La campaña del ballotage se trata pura y exclusivamente de generar el mayor rechazo posible hacia el otro candidato, tratando de conseguir apenas un voto más que asegure el triunfo. No importan las propuestas ni los modelos de país. A esta altura ni siquiera se trata de ganar, sino de hacer perder al otro. Ahora al menos tenemos las redes, que los exponen en toda su decadencia y vulgaridad, lejos de esos rostros impertérritos que encontramos en los libros de historia. Quizás eso nos ayude a encontrar la salida.

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