Apatía
La palabra que sirve de título es definida por la Real Academia Española como “dejadez, falta de interés, vigor o energía”. Es el término con el que muchos tratan de describir la situación existente de cara a las elecciones del domingo. Nadie parece estar muy interesado en qué se vota, en cómo se vota y ni siquiera en por qué se vota.
La responsabilidad sobre todo eso recae pura y exclusivamente en la política y en los políticos, con la primera convertida en un choque de posiciones dogmáticas y los segundos tratando de acomodarse sin tener idea de cuál es la realidad de la inmensa mayoría de la gente.
Se da un curioso fenómeno en el que se combinan dos cosas mutuamente excluyentes como la falta de renovación dirigencial -que hace que la gente esté cansada de ver siempre las mismas caras- con la llegada de figuras del riñón con alto nivel de desconocimiento. Es decir que hay candidatos desconocidos o muy conocidos, que generan incertidumbre o hastío. Todo se reduce a cómo se lo ve en las fotos, a qué comentan los conocidos que se interesan en la política o a cómo trabajan los punteros en el territorio.
A eso se suma el desconocimiento sobre el sistema electoral o la forma de organización del poder, que hacen que apenas una pequeña minoría sepa bien quiénes son los candidatos o qué cargos son los que están en disputa. Esto no es nuevo, ya que siempre tuvieron centralidad las figuras que copan los medios de Buenos Aires, pero asombra el extremo hasta el que ha llegado el fenómeno.
La multiplicidad de instrumentos de votación complejiza el sistema, con una boleta única con un capcioso casillero de voto por lista completa que será un rompedero de cabeza para los fiscales partidarios y autoridades de mesa. Pese a que esta será la cuarta elección con dicho sistema, la gente parece no entender de qué manera funciona, muy acostumbrada a la arcaica boleta partidaria que se usa cada dos años en cada elección nacional. La cuenta es simple: hay cuatro elecciones con boleta partidaria por cada elección con boleta única (aunque este año los vecinos de la capital votarán dos veces con cada sistema).
Todo eso tiene como broche de oro el contexto general del país. Después de dos décadas en las que “todo es política”, lo más político es darle la espalda a las discusiones que se dan entre los que ocupan cargos. La preocupación de los ciudadanos pasa por llegar a fin de mes, con una inflación que anda alrededor del 120% anualizada y con los alimentos que en cinco meses están casi a punto de marcar 50% de inflación acumulada.
Hay una máxima que siempre hay que repetir: gobernar es resolver problemas. Si los ciudadanos no ven cambios en su día a día es más que lógico que prefieran evitar la política, a la que ven como un artefacto de daño y corrupción antes que como una herramienta para la transformación de las condiciones de vida.
Las elecciones del domingo amenazan con marcar un elevado austentismo, un dato que siempre termina beneficiando a los partidos con más estructura y a los votantes con más convicciones. Eso, por supuesto, significa perder la moderación propia de las grandes masas de gente que quiere que la política se meta lo menos posible en su vida cotidiana.
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