Estado amateur
Distintas noticias nos permiten ver que el relato romántico de la función social del Estado no coincide con la práctica concreta de sus agentes.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Ayer a la mañana escuchaba a un conocido encuestador de Córdoba exponer sobre la opinión de los cordobeses sobre algunos puntos del DNU firmado por el presidente, Javier Milei. Los datos mostraban una paridad casi sostenida en todas las áreas relevadas, salvo en dos de ellas en las que la brecha era un poco más grande.
Lo importante no eran los datos, sino el análisis que se hacía de los mismos, como ocurre siempre. Si bien por cuestiones lógicas se había elegido limitar el DNU a seis preguntas o ejes, la selección y abordaje de los mismos marcaban una cierta tendencia, reafirmada al comentar los números.
Dos cosas llamaron mi atención como para arrancar por acá. En primer lugar, una pregunta orientada al acuerdo respecto a eliminar el límite al aumento de las prepagas que se discutió en el piso como una transformación del sistema de obras sociales, más solidario que el perverso mercado que convierte a la salud en un producto. A esto último lo agrego yo para exponer la inconsistencia del abordaje frente al dato: la gente quiere la salud de la prepaga, no la de la obra social; pero quiere pagar a la primera como si fuese la segunda.
En segundo lugar, algo que es muy común entre ciertas personas o en determinadas franjas de edad. Al tratar el tema de la privatización de empresas públicas argumentaban que el Estado es una caja de herramientas y que lo que importa es hacer un uso eficiente de las mismas. No hay que vender las herramientas, sino buscar a alguien que sepa manejarlas. Acá se puede aplicar esa muletilla del "es más complejo".
Esa afirmación es válida en el vacío, en la abstracción de las condiciones de la realidad inmediata. Prescinde del dato clave de que los partidos van a tratar de apropiarse de los instrumentos del Estado para colocar allí a sus militantes y usar esos recursos en su propio beneficio (tema que ya tratamos en su momento sobre el bochornoso "gestión fulano" con el que los políticos decoran la obra pública). En abstracto nadie me debería golpear a otro por ir a la cancha con la camiseta del equipo rival, pero si se me ocurre ir con la camiseta celeste a la tribuna de Talleres estaría poniendo en riesgo mi vida. Una cosa es el deber ser (una guía válida para la reflexión) y otra cosa es el ser, las condiciones objetivas de existencia.
Esto encaja perfectamente bien en tres noticias que aparecieron entre las últimas horas del martes y las primeras de ayer.
La primera fue el desafortunado tuit (siendo buenos) de la Canciller Mondino sobre lo que pasa en Ecuador. La política exterior y las relaciones entre Estados son algo demasiado complejo y delicado como para dejarlo en manos de gente inexperta o incapaz. Mondino puede ser buena economista y muy didáctica explicando cosas de su área, pero acá no difiere de tantos ilustres nombres que la precedieron, como Santiago Cafiero o Felipe Solá. Las herramientas están, pero si hay que usar bisturí y elige un tramontina grandote para asado, no se puede esperar delicadeza y precisión.
A la mañana apareció una noticia que refleja lo que pasa con los recursos del Estado cuando crece hasta niveles ridículos, los que ponen en duda la necesidad misma de su existencia. En redes empezó a circular que un gerente del Enargas había sido separado del cargo por usar dos servidores del ente para minar criptomonedas. Es fascinante, por cuanto tiene múltiples dimensiones de violación de normas y códigos.
Primero, porque lo hacía en horas de trabajo. Segundo, porque usaba bienes del Estado. Tercero, porque esos superservidores son para ese uso específico, no para procesar planillas técnicas de obra. Cuarto, porque todos los ciudadanos pagamos la energía que usan. Quinto, porque hace no tanto tiempo desde el kirchnerismo querían cobrar impuestos extra o suspender el servicio a quienes minaran criptomonedas aprovechando la energía barata sostenida con subsidios. Todo eso muestra lo eficiente que pueden ser los que manipulan los recursos públicos para usarlos en su propio beneficio, perjudicando al colectivo que les sostiene los ingresos.
En tercer y último lugar, una noticia surrealista: un jefe comunal santafesino (Juan Domingo Bravo, de Landeta) le envió una carta a Vladimir Putin declarando su lealtad a la etnia rusa y pidiendo ayuda para resistir al nuevo gobierno. No vamos a desarrollar todo, porque con ese poquito se nota la inestabilidad emocional del líder espiritual de 2.000 landetenses. Sirve para entender que ese hombre está ahí porque tiene un partido detrás, que eventualmente lo podría poner a cargo del área de internacionalización de la cuenca lechera o algo por el estilo. Otra vez, las herramientas son fundamentales, pero si los operarios son estos, quizás haya que buscar a otros.
Es absurdo el fetiche de algunos por las empresas públicas y la intervención estatal. En estos tiempos de renovación de planteles en el fútbol, no hay hincha que no se queje de que sostienen a un muerto, dejen ir a una figura o contraten a uno que viene a robar con los últimos cartuchos. Ahí se pide profesionalismo en la conducción, eficiencia en el gasto y seriedad en los proyectos. Cuando se trata del Estado, todos defienden un relato romantizado que permite que se llene de brutos que nos cuestan plata, nos dan peor calidad de vida y nos hacen quedar pésimo en el resto del mundo. Quizás va siendo tiempo de darse cuenta de que con este plantel de funcionarios públicos no nos da ni para pelear el descenso.
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