Revivir al mago del pinball
Por estos días, otra reversión de la ópera rock “Tommy” que cuenta con la firma de Pete Townshend se presenta a sala llena en el Nederlander Theatre de Broadway, en procura de conquistar a un público obsesionado con sus teléfonos móviles y sus perfiles en redes sociales.
J.C. Maraddón
Cuando Pete Townshend compuso para su banda The Who la ópera rock “Tommy”, hace ya 55 años, el mundo en el que se vivía apenas si guardaba cierta relación con el que nos toca desandar por estos días, en un presente que ni los más osados autores de ciencia ficción se animaron entonces a imaginar. Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, que había finalizado un cuarto de siglo antes, todavía se hacían notar, no solo en una economía global montada sobre los motores del desarrollo y la sociedad de consumo, sino además en traumas generacionales diversos que también se manifestaban en la cultura.
Adelantándose diez años a “The Wall”, la obra en la que Roger Waters catalizó sus propias heridas del alma, en “Tommy” también se musicaliza la tragedia de un niño que siendo muy pequeño debe sobreponerse a un episodio tortuoso, y que el resto de su existencia tiene que sobrevivir anclado en ese recuerdo. Para nada ayuda la moral de aquella época, que por vía de instituciones como la familia o la educación moldeaba las personalidades en su etapa de definición y ponía a los vástagos ante la disyuntiva de acatar los mandatos y servir al sistema, o acoplarse a la causa de la rebeldía.
Dentro de los parámetros de la contracultura de finales de los sesenta, “Tommy” representaba un resumen de la historia de vida que muchos jóvenes rockeros podían tener en común, lo que refrendó el carácter de vocero de sus congéneres que se arrogaba Pete Townshend al elaborar esta pieza conceptual. Contemporáneo de musicales como “Hair” o “Jesus Christ Superstar”, este álbum de los Who expandió el alcance del rock más allá de una simple banda de sonido, para transformar el género en una plataforma desde la cual esos chicos y esas chicas vociferaban sus reclamos.
En 1975, Ken Russell llevó ese argumento a la pantalla cinematográfica y cosechó una enorme atención, tal vez porque el entorno no había variado tanto, aunque los punks ya empezaban a abrir una grieta en la que se colaba un novedoso escepticismo acerca de la posibilidad de cambiar las cosas. Y en 1993, el propio Pete Townshend colaboró con Des McAnuff en una actualización de aquel viejo éxito, para que subiera a escena en Broadway y se convirtiera en un suceso teatral que, bajo el título de “The Who’s Tommy”, conmovió a los veinteañeros que se resistían a abrazar las ideas neoliberales.
Por estos días, otra reversión de “Tommy” que cuenta con la firma de Townshend y McAnuff se presenta a sala llena en el Nederlander Theatre de Nueva York, en procura de conquistar a un público obsesionado con sus teléfonos móviles y sus perfiles en redes sociales. Aquel juego del pinball en el que descollaba el protagonista del disco original es multiplicado hoy por todas las variantes de consolas con las que cuentan los adolescentes para divertirse, en tanto las pandillas de mods que surcaban las calles en las motos vespa han trocado en maras violentas de sicarios ligados al narcotráfico.
Quizás como resulta imposible trasladar literalmente una obra surgida en un tiempo que asoma tan lejano, lo que destacan las críticas del estreno de esta remake de “The Who´s Tommy” es la audacia de la puesta y el modo en que los intérpretes interactúan con las pantallas. Pero tal vez lo más significativo de esta adaptación sea que Tommy Walker ya no deviene en una estrella de rock, como ocurría en el relato que construyó Pete Townshend hace más de medio siglo. Esta vez, el héroe consigue su fama gracias a desempeñarse como un eximio gamer, concesión esta no menor que algunos califican de infame.
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