Las raíces del terror global
Para entender un poco mejor lo que está sucediendo en Medio Oriente, quizás ayude ver la serie documental “Punto de inflexión: la bomba y la guerra fría”, estrenado hace algunas semanas por Netflix, que si bien es una producción de origen estadounidense, no carece de cierta objetividad.
J.C. Maraddón
Difícil es imaginar un momento en la historia de la humanidad en que no haya habido una guerra en alguna parte del planeta, de lo que dan prueba fehaciente los manuales en los que se suceden los partes de batalla desde la más remota antigüedad hasta el presente. El don de la convivencia armoniosa parece no habernos sido otorgado, porque tendemos a resolver nuestras diferencias de muy mala manera, costumbre arraigada que se vuelve mucho más drástica cuando los involucrados en la contienda no son individuos, sino pueblos enteros, grupos religiosos o naciones con intereses contrapuestos.
Esa vocación guerrera se manifestó en el siglo pasado a través de dos conflagraciones extraordinarias que involucraron a coaliciones de países e imperios y que dejaron como saldo millones de muertos, entre los que se contabilizan también víctimas civiles. Disparadas por motivos que en su momento fueron evaluados como suficientes, las guerras mundiales señalaron un récord en la escalada de los conflictos bélicos y llevaron a la creación de organismos internacionales que se proponían garantizar la paz, aunque a casi ochenta años de aquello es evidente que han fracasado en esa misión que se impusieron para justificar su existencia.
Las consecuencias de aquel enfrentamiento se tornaron inmanejables luego de que Estados Unidos arrojara bombas nucleares para lograr la rendición de Japón, dando comienzo así a una espiral armamentista que aterrorizaba hasta a sus propios impulsores. Tras la derrota del Eje, se desató la llamada Guerra Fría en la que Estados Unidos y la Unión Soviética se sindicaron como enemigos acérrimos, en una carrera por imponer cada uno el sistema económico que defendía. Capitalismo y comunismo se repartían el dominio del planeta y dirimían sus diferencias en combates indirectos o encubiertos, que transcurrían en regiones de la periferia.
La sensación generalizada durante décadas fue la de una inminencia de destrucción total si estas potencias empleaban una contra otra el arsenal nuclear del que disponían. Se hablaba incluso de que había un botón rojo, sólo accesible a los primeros mandatarios, que era el que disparaba las bombas y, por ende, abría la puerta a ese apocalipsis radiactivo. Mientras la guerra de guerrillas y las operaciones de los servicios de inteligencia escenificaban luchas de baja intensidad, los gobiernos estadounidenses y ruso se proferían mutuas amenazas que agitaban ese fantasma que pendía sobre todos, en apariencia condenados a la extinción de nuestra especie.
La caída de la Unión Soviética fue saludada como el fin de esa bipolaridad, pero la necesidad de Estados Unidos de contar con enemigos estuvo lejos de acallarse y las últimas tres décadas han sido prolíficas en episodios de belicismo explícito. Sin ir más lejos, los recientes acontecimientos que sacuden a Medio Oriente han renovado los argumentos de que estamos ante una Tercera Guerra Mundial, vaticinio que los analistas agitan cada vez que se repiten situaciones como las que se están viviendo ahora. Y eso implica el uso de armamento cada vez más sofisticado y letal, cuyo poder de devastación es ilimitado.
Para entender un poco mejor lo que está sucediendo, quizás ayude ver la serie documental “Punto de inflexión: la bomba y la guerra fría”, estrenada hace algunas semanas por Netflix, que si bien es una producción estadounidense, no carece de cierta objetividad al enfocar la evolución del terror atómico desde sus inicios hasta la Guerra en Ucrania. Con un más que interesante material de archivo y un centenar de testimonios de expertos y testigos, estos nueve capítulos brindan un contexto necesario ante los sucesos que preocupan al globo, cuyas raíces tal vez se remonten mucho más allá de lo que creemos.
Te puede interesar
No todo está a la vista y es bueno saberlo
Algunas actividades de arte pueden desafiar la impronta de la mirada y trasladar a los demás sentidos la conexión con las obras. Dos propuestas aparecen aquí, y también convocatorias para eventos del año que estamos estrenando.
Historias de marineros sobrios
“Lo contado y lo vivido – Crónicas de bares” es un buen libro de relatos que su autor, Juanchi González, entreteje en la forma de conversaciones e historias que le ocurrieron a gente no tan común, y que necesitaron de una mesa de café para ser formuladas.
Caras y Caretas cordobesas
Una página de contexto costumbrista gana espacio en Caras y Caretas en 1919, para relatar la llegada a Buenos Aires de un gaucho viejo, a caballo, con el propósito de ver a su hijo que se ha mudado a la ciudad.
El romance del rock y la cumbia
Que La Delio Valdez haya incluido dos hits ricoteros en el show con que celebró sus 15 años de carrera, no hace sino corroborar aquella convergencia trazada hace dos décadas por Los Palmeras, y más aún si en esta reciente recreación se sumaron Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.
Susurros, gritos y golpes de remo
Nos acercamos a un cierre, y el bote lo sabe. Apura sus tablas, y sobre ellas pasan “Los Modernos”, y músicos de familia, y manifestaciones culturales en un amable patio. Paseos entre objetos y signos, festejos futuros.
Sólo para aprobar una materia
Un encomiable esfuerzo ha realizado Netflix para honrar el épico “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez a través de una serie disponible desde hace algunos días, que no se decide a adecuar de modo radical lo novelado y hasta apela a la voz en off, una herramienta obvia en estos casos.