Vocero de los bailarines
A cuarenta años de la arriesgada decisión que llevó a la Mona Jiménez a presentarse en solitario, es posible apreciar lo oportuno que fue dar ese paso, porque su lanzamiento coincide con esos vientos renovadores que soplaban en el cuarteto durante el retorno de la democracia.
J.C. Maraddón
Como parte inseparable de lo que representó para Córdoba la primavera democrática de los años ochenta, la música de cuarteto empezó a salir de la marginalidad a la que la había confinado la dictadura y consolidó el circuito de clubes donde se realizaban los bailes. Habían transcurrido diez años desde la coronación de los “cuatro grandes” (La Leo, el Cuarteto de Oro, Carlitos Pueblo Rolán y el Juvenil Cuarteto Berna), que animaban el programa “Ronda de Cuartetos” los domingos al mediodía, y asomaba una flamante camada de músicos que, a la vez, propiciaban una renovación sonora dentro de ese género.
Tal vez los más audaces en ese sentido hayan sido los integrantes de Chébere, que a la formación cuartetera original le adicionaron elementos del rock y de los ritmos caribeños, para dotar al conjunto de una sonoridad y una puesta en escena que los distinguían con respecto al resto. El Rey Pelusa, al separarse de ese grupo, arrancó una carrera en la que no dudó de incorporarle al tunga tunga una dosis de música pop y melódica, lo que resultó muy atractivo para esa generación de bailarines que se comenzaba a sumar a una caravana que se extendía más allá de los fines de semana.
Fue en ese contexto que se dieron a conocer propuestas como las de Trulalá o Los Chicos Orly, que se unieron a la tendencia de ampliar el número de miembros de las agrupaciones y de refrescar el estilo con aportes tomados de otras corrientes. Sebastián, otro exvocalista de Chébere, vivió a comienzos de los ochenta su etapa de ascenso a la popularidad, a través de canciones con estribillos que invitaban a ser coreados por todos. Se trataba, sin duda, de un periodo fértil para ese género que tanto arraigo había conseguido en el acervo cordobés.
Frente a esas fuerzas de cambio, los antiguos exponentes intentaron sostener en alto la bandera del cuarteto tradicional y siguieron adelante con su repertorio histórico, que era aplaudido por el público adulto pero que ya no encontraba un eco similar en la juventud. La trayectoria de La Leo y de Carlitos Rolán ya no iba a gozar del brillo alcanzado a mediados de los setenta, si bien iba a extenderse por muchos años más. El Cuarteto Berna, por su parte, se disolvió en 1983, aunque su legado fue mantenido por Ariel Ferrari, una de las voces que había interpretado varios de sus grandes éxitos.
Del Cuarteto de Oro, en 1984 iba a emerger el ídolo que estaba destinado a consagrarse como el más famoso de nuestra música regional. Tras una discusión con Coquito Ramaló, su tío y su coequiper en aquel proyecto, Carlitos la Mona Jiménez tomó impulso para arrancar como solista, en lo que sería el comienzo de una periplo que al principio tuvo avances y retrocesos, pero que en pocos años lo posicionó como el favorito de los bailarines, gracias a hits como “Lla flaca la gasta”, “Muchacho de barrio”, “Ramito de violetas”, “Agujita de oro” y “Quién se tomó todo el vino”.
A cuarenta años de esa arriesgada decisión que lo llevó a presentarse en solitario, es posible apreciar lo oportuno que fue al dar ese paso, porque su lanzamiento coincide con esos vientos innovadores que soplaban en el cuarteto y que propiciaban el surgimiento de figuras capaces de liderar los nuevos tiempos. Polémicas aparte, Jiménez edificó su leyenda en simultáneo con la recuperación de las instituciones democráticas y se constituyó en el vocero de esos habitantes de la ciudad que veían en él a uno de sus pares, y que necesitaban divertirse después de tantas noches con toque de queda.
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