Caras y caretas cordobesas
Saludado por su regreso de Europa en 1913, y retratado luego en una caricatura, es todo lo que dedica el semanario a Lugones, el mismo año de sus famosas conferencias sobre el “Martin Fierro” en el Teatro Odeón de Buenos Aires.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Construyendo a Leopoldo Lugones (Novena parte)
Como se vio, Lugones y familia estaban de vuelta en Buenos Aires en enero de 1913, tras casi dos años de permanecer en Europa, y Caras y Caretas saludaba el regreso del escritor a comienzos de marzo. El 15 del mismo mes le dedicaba un retrato del bardo cordobés a toda página, de mano del ilustrador Zavattaro. Debajo se incluía un texto de retórica encomiosa:
“Su talento es una cantera que nunca se agota. Con voluntad fuerte para la labor extrae a diario de su cerebro de titán los bloques necesarios para hacer su obra. Las artes, la ciencia, la historia, la filosofía, la ética y la poesía tienen imágenes valiosas en sus temples, trabajadas maravillosamente por este artífice del pensamiento. El gran Cervantes no desdeñaría estrechar la mano de este noble obrero de la joven América.”
No se encontrará en adelante, en el semanario, más referencias, ni siquiera mención a la actividad de gran importancia que el autor concretaría en el escenario porteño en mayo de ese año: la serie de conferencias en el Teatro Odeón que darían como fruto, en 1916, su libro “El Payador”.
Según refiere Jorge Cruz en su comunicación de 2017 “Lugones en París”, el regreso a la Argentina tenía como primer motivo “despedirse de sus padres, Santiago Lugones y Custodia Argüello, afincados en Santiago del Estero. Allá fue el trío familiar para cumplir con este homenaje que podía ser el último, dados la edad de los ancianos y el proyecto de larga permanencia en Europa.”
Aunque el escritor había pensado en un viaje “relámpago” a la Argentina, tras la visita a la casa paterna se dejó tentar por la oferta de dar una serie de conferencias en el Teatro Odeón, respondiendo a la oferta -refiere el autor antecitado, Jorge Cruz- que le hizo el empresario del Odeón, Faustino da Rosa. Este le sugería a Lugones que contase su experiencia europea. Pero, en vista de los temas que el cordobés había venido investigando y escribiendo en Londres (como lo refería en la entrevista ya citada de Caras y Caretas donde contaba su entusiasmo por el Martín Fierro y por “el lenguaje del gaucho, que considero la raíz del futuro idioma argentino”), don Leopoldo decidió desarrollar ese interés en las conferencias de Buenos Aires, las que seguramente le serían muy bien retribuidas.
Dado el silencio de la revista sobre esas disertaciones, unas palabras en base a otras fuentes le darán su lugar a esa actividad de Lugones en Buenos Aires, antes de su vuelta a Europa.
Las mismas darían un aporte intelectual con varias aristas dignas de mención, aunque tal vez la más importante tuvo que ver con un enfoque por medio de la cual Lugones operaba la legitimación y consagración del “Martín Fierro” como fuente de una épica nacional. Era una necesidad, dada la “invasión” de inmigrantes cuya llegada había comenzado a transformar de manera definitiva las culturas regionales argentinas. En Buenos Aires, “ciudad sin tradición”, la llamó Sarmiento, la transformación social y cultural tendría un impacto sin vuelta atrás. Lugones enunciaba claramente el carácter advenedizo de los inmigrantes respecto a una cultura nacional Claro que la consagración del “mito gaucho” sería también de utilidad para las escuelas, para que los hijos de inmigrantes encontraran referentes (o también ídolos) palpables para identificarse con la argentinidad.
Publicada en 1872 su primera parte y en 1879 “La vuelta de Martín Fierro”, el libro de Hernández, absorbido por multitudes (gracias a un programa nacional de alfabetización que se remontaba a políticas de Sarmiento), fue ninguneado por la literatura argentina. Como marcó sabiamente Adolfo Prieto en “El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna” (1988), el Martín Fierro fue excluido sistemáticamente del Anuario Bibliográfico, diccionarios y todo discurso oficial. Era objeto de una censura “letrada”, siendo que su autor era un poeta y periodista, no un “gaucho”. Todo eso y el camino recorrido para que la obra cumbre de José Hernández llegara a todas las escuelas del país, a tiradas descomunales, a múltiples ediciones, a estar en forma permanente en boca de la prensa, a traducciones a decenas de idiomas, al estudio y análisis por autores internacionales; todo eso, decíamos, procede en buena medida del acto de “restauración” propiciado por Lugones en sus conferencias del Teatro Odeón, en mayo de 1913, donde llamó al Martín Fierro como “el libro nacional de los argentinos”.
Hay que decir que ese reconocimiento llegaba cuarenta años más tarde que la consagración popular del folleto hernandiano, a través de su compra y su lectura por una masa de lectores suburbanos y de las áreas rurales, de sus bolsillos de trabajadores y obreros; a través de su lectura de unos gauchos para otros tal vez iletrados, aprendiéndose estrofas de memoria, y haciendo del recitado una versión oral; e incorporado, además, al habla cotidiana algunos versos o sextinas enteras. Como se puede ver -no es culpa de Lugones, claro- la consagración de la burguesía por su intermediación llegaba con medio siglo de retraso respecto a la del pueblo, considerando a ambas clases como mentalidades culturalmente divididas entre sí.
En lo concreto, siguió las conferencias de Lugones un público de figuras distinguidas de la oligárquica sociedad porteña, maravillada ante el descubrimiento de que el país contaba con un cantar de gesta nacional, claro que su héroe era un gaucho desertor y de facones sacar, con visos de antihéroe. El diario La Nación publicó las conferencias. No era poca operación cultural para la aprensiva clase que se miraba en el espejo de Europa.
Y hacia Europa volvió a embarcarse, a fines de julio de 1913, la familia Lugones, dejando el jefe del trío una huella vibrante a su paso por Buenos Aires.
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Lugones era entrevistado en 1912 en la capital británica por un corresponsal del semanario, a quien refería el proyecto literario en el que se hallaba empeñado: el estudio del Martín Fierro, y también describía su rutina londinense. Al año siguiente, estaba de vuelta en el país.
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