Dos caras de una misma inquietud
En la muestra “El infinito”, que hasta el 26 de agosto se dispone a sorprender a quienes visiten el Centro Cultural de la UNC ubicado en la esquina de Duarte Quirós y Obispo Trejo, Pablo Bernasconi consigue estimular la inteligencia y el goce estético en proporciones similares.
J.C. Maraddón
La ciencia tiene una misión que está ceñida a leyes específicas sobre las cuales debe trabajar y aportar conocimientos, reglas y normativas que pueden ir variando con el tiempo, pero que conservan ciertos lineamientos básicos a partir de los que se le otorga una acreditación de obtener logros valederos. Hasta los fenómenos más desconcertantes pueden ser objeto de un abordaje científico, que en su discurso dejará en evidencia (o no) la falsedad de las explicaciones que han surgido de una aproximación mágica o sobrenatural a eso mismo que los expertos le han encontrado un anclaje racional que lo comprende y lo abarca.
Es obvio que el arte no funciona de la misma manera y que su manera de entrarle a las cuestiones no atenderá la necesidad de la gente de entenderlas de cabo a rabo. Por la misma libertad que la expresión artística se otorga para que nada ate a su manifestación, lo que cabe esperar de ella es un hecho conmovedor, admirable o emocionante, pero no una certidumbre que disipe las dudas. Más bien por el contrario, un objeto cultural desatará nuevas preguntas a las que se cuidará de no responder de manera explícita para no caer en la obviedad.
Un género como la ciencia ficción, en cualquiera de sus variantes, lleva en su nombre un oxímoron que, en su afán de reunir dos vocablos incompatibles, termina desorientando al no indicar cuál de sus dos componentes privilegia. A primera vista, podría interpretarse que la ficción no debería ceñirse a los preceptos avalados por la ciencia, en tanto que los enunciados científicos no tendrían por qué aparearse con relatos ficticios si es que la idea es arribar a conclusiones de las que pueda presumirse su carácter universal, tal como se estila en los ámbitos académicos y en las publicaciones que allí se elaboran.
Sin embargo, la separación entre ambos campos dista mucho de ser tan taxativa. En una obra artística muchas veces se reproducen hipótesis provenientes del campo de la ciencia, a las que se les impone una forma que despierta el goce estético. Y los científicos no siempre desdeñan el recurso de apelar a herramientas artísticas, en su voluntad de hallar regularidades que ordenen el caos universal y posibiliten desarrollar luego nuevas formas de modificar lo que nos es adverso. Sobran ejemplos de ambas tendencias, que en los tiempos contemporáneos han entrado en contacto mucho más de lo que podía esperarse.
En ese sentido se dirige la muestra “El infinito”, de Pablo Bernasconi, que hasta el 26 de agosto se dispone a sorprender a quienes visiten el Centro Cultural de la UNC ubicado en la esquina de Duarte Quirós y Obispo Trejo. Porque en su curiosidad por el concepto de infinitud, el autor construye incógnitas que admiten soluciones desde la lógica y también desde la fantasía, y decide hacer uso de ambas, con un resultado que estimula la inteligencia y el placer en proporciones similares, tanto en chicos en edad escolar como en adultos que están convencidos de saberlo todo.
Si la distancia que va de Albert Einstein a Jorge Luis Borges puede ser sorteada mediante una experiencia interactiva, entonces quiere decir que la física y la literatura no deben ser consideradas en oposición, sino más bien como dos caras de una misma inquietud. Es allí donde se extiende el territorio que Pablo Bernasconi explora en esta exhibición, que a sabiendas de que por definición el infinito es inabarcable, pone al espectador ante la situación de que todavía hay algo que se nos escapa de las manos, por más que estemos a las puertas de una nueva era para la humanidad.
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