El cine que no tiene cabida
Bajo el nombre de los primeros estudios modernos de cine que hubo en la Argentina, nació en 2016 en Munro la Usina Lumiton, que desarrolla incontables acciones en torno al quehacer cinematográfico, entre las que se cuenta la puesta a disposición de contenidos a través de una plataforma de streaming.
J.C. Maraddón
No en vano han coincidido en el tiempo el apogeo del cine de autor, aceptado por la crítica como una de las máximas expresiones artísticas del genero fílmico, y la aparición de los cineclubes como los espacios indicados donde esas obras que desafiaban la producción industrial, podían ser proyectadas y vistas por un auditorio selecto, a veces acompañadas de disertaciones, charlas y debates. Títulos que no llegaban a las salas comerciales o que habían pasado fugazmente por ellas, recalaban en la cartelera cineclubística, junto a ciclos destinados a recuperar películas filmadas por determinado director o que adherían a cierta tendencia.
A pesar de los cambios que fue experimentando con el correr de los años en el circuito de exhibición, la actividad de estos reductos para cinéfilos nunca se detuvo sino que, por el contrario, acrecentó su trascendencia en cuanto aporte pedagógico para muchos que querían formarse como espectadores. Surgidos en algunos casos por iniciativa de fanáticos de las artes audiovisuales y en otros por parte de sindicatos u organismos de cultura de la esfera oficial, han conformado una opción para nada despreciable en aquellas ciudades donde hubiese gente dispuesta a no quedarse con asistir solamente a las funciones de los tanques de taquilla.
Cuando se produjo la irrupción de los videoclubes, ocurrió una situación de características similares: las cintas más pedidas (los llamados blockbusters) estaban disponibles para su alquiler en todas partes y siempre había varias copias en stock, en tanto que los filmes de culto eran casi imposibles de hallar. Se dio entonces de modo natural la apertura de negocios que se especializaban en esos catálogos exquisitos, donde se congregaban clientes de gustos refinados para proveerse de los VHS que hacía tiempo estaban buscando y que brillaban por su ausencia en las bateas de los locales donde concurría el público en general.
Con la expansión de los servicios de streaming, que en la última década se entronizaron como el canal favorito para el consumo audiovisual, cabía la posibilidad de que se verificase un fenómeno parecido, algo que se confirmó con el desembarco de plataformas como Mubi, donde se pone a disposición de los abonados una filmografía que nada tiene que envidiarle a la programación de los cineclubes. Además, en Argentina hubo experiencias de gestión estatal como Cont.ar o Cine.ar, que ofrecían contenidos cinematográficos nacionales y latinoamericanos de forma gratuita o a través del pago de un alquiler mínimo en el caso de algunos estrenos.
Esas últimas opciones, que cumplían una función bienhechora en la difusión del cine argentino, están cayendo ante el paso de la motosierra del gobierno actual, para el que cualquier injerencia del estado es mala palabra. De este modo, pierden el contacto con su potencial mercado numerosas películas que no apuntan a batir récords de recaudación, sino a ampliar las fronteras de la cinematografía local. Frente a esta carencia, podía esperarse que alguien ocupase ese lugar vaciado que, aunque no rinde frutos económicos, es indispensable para que circulen esas propuestas que no tienen cabida en los grandes complejos ni en las plataformas más conocidas.
Bajo el nombre de los primeros estudios modernos de cine que hubo en la Argentina, nació en 2016 en Munro la Usina Lumiton, que desarrolla incontables acciones en torno al quehacer cinematográfico, con el respaldo de la Secretaría de Cultura de Vicente López. Entre otros proyectos, este emprendimiento sube al sitio lumiton.ar el material producido desde la propia usina, pero también pone al alcance de los usuarios filmes agrupados por su temática o por pertenecer al mismo realizador, que llaman la atención de quienes se presumen de cineclubistas. A la destrucción promovida desde las esferas del poder, se le opone así la construcción de una alternativa para que la cultura pueda seguir respirando.
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