Caerse del mapa
El realizador brasileño Kleber Mendonça Filho se asoció con el diseñador de producción Juliano Dornelles para rodar en 2019 la película “Bacurau”, una alegoría de la situación social y política del vecino país, que fue exhibida en el Centro Cultural de la UNC como parte del ciclo “Brasil quema”.
J.C. Maraddón
Frente a la actual coyuntura apocalíptica y asfixiante, a alguien se le podría ocurrir una idea en el estilo de la cruzada hippie, que predicaba el regreso a la naturaleza como la única manera de huir de la sociedad de consumo y de los mandatos que impone el capitalismo salvaje. Sin embargo, esa vía de escape que todavía era una alternativa en los años sesenta, ha dejado hoy de estar al alcance de cualquiera. Hallar un sitio donde no haya señal de teléfono, ni servicio de internet ni otros estímulos de ese calibre, parece una proeza en este mundo que ahora desandamos.
Hasta los más recónditos rincones han sido invadidos por la mal llamada civilización, con sus hábitos contaminantes y su convicción de que todo se puede comprar con dinero. Los parajes exóticos se han reconvertido en zonas turísticas, que ofrecen atracciones para aquellos viajeros que aman la vida salvaje, siempre y cuando venga acompañada de comodidades acordes a su buen pasar. Poco menos que imposible sería en estos días visitar un poblado que no figure en Google Maps y que no tenga en esa aplicación calificaciones que promedien su puntaje ni comentarios de los visitantes que han estado antes allí y dejan sus recomendaciones.
Aquel realismo mágico que cimentó el boom de la literatura latinoamericana no podría sobrevivir en este presente donde los prodigios tecnológicos todo lo abarcan y no dejan casi espacio para el vuelo de la fantasía, sin que interfiera en esas delirantes historias algún artefacto de reciente factura. No es sencillo imaginar un Macondo surcado por drones, sembrado de antenas de telefonía móvil y habitado por sujetos que suben contenidos a redes sociales desde sus smartphones, al mismo tiempo que entablan comunicaciones con gente dispersa por el planeta, a través de videollamadas o usando herramientas como Zoom.
Pero ese desafío de combinar el encanto de lo fantástico con los elementos típicos de esta modernidad, bien podría ser asumido por artistas que no teman al ridículo ni se autoimpongan límites en su necesidad de narrar algo por afuera de lo que indica el sentido común. Liberados de esas ataduras, no habría objeción alguna para concebir relatos en los que pobladores de un futuro cercano compartan ritos ancestrales a la vez que disfrutan de ciertos utensilios de cuya existencia dependemos en la actualidad, como si no hubiese habido antes otros tiempos en que ni esos ni otros instrumentos existían.
El realizador brasileño Kleber Mendonça Filho se asoció con el diseñador de producción Juliano Dornelles para rodar en 2019 la película “Bacurau”, inmersa en una hibridez donde las tradiciones y creencias de una pequeña comunidad perdida en el oeste del estado de Pernambuco, sobreviven a pesar de que cada uno de sus moradores porta su aparato telefónico y se aplica a su uso intensivo. La presencia de invasores extranjeros cuyos designios se sospechan trágicos, pondrá en peligro la armonía de esa aldea, donde el equilibrio entre la maldad y la bondad hace innecesaria la existencia del poder de policía.
“Bacurau”, exhibida en el Centro Cultural de la UNC como parte del ciclo “Brasil quema”, describe con cinco años de antelación una hipótesis de conflicto que ya no es tan descabellada y despliega bajo coordenadas del western, la ciencia ficción, el gore y la comedia negra, un argumento que tiene mucho de alegoría de la situación social y política del vecino país. Con crudeza y vocación de denuncia, el filme refresca postulados del cinema novo y toma el riesgo de traducir al escenario contemporáneo aquellas preocupaciones que entonces aparentaban estar en camino a ser resueltas y que en este tiempo se revelan como implacables.
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