Carreras con la misma sed de triunfo
No es fortuito que la cantante Adele haya interrumpido un show en el momento en que en Paris se disputaba la final femenina de los 100 metros llanos, para que en la pantalla gigante se reprodujese en directo esa carrera en la que se impuso Julien Alfred en representación de Santa Lucía.
J.C. Maraddón
Cuando el deporte señala en la agenda de eventos internacionales alguna competencia de interés general, como un torneo mundial de fútbol o los juegos olímpicos, se vuelve a confirmar que estas disciplinas configuran hoy un apartado especial dentro del negocio del espectáculo. A la par del cine y la música, las justas deportivas populares se erigen como pilares del entretenimiento masivo, y sus protagonistas, además de atletas, son ídolos de multitudes que con su desempeño superlativo concitan el interés de las principales marcas, cuyo esponsoreo es ambicionado por los poseedores de los derechos de transmisión de esas citas periódicas a las que las audiencias quieren asistir, aunque sea de manera remota.
Otras veces hemos subrayado desde aquí esta tendencia que se apoyó en el auge de la televisión allá por los años sesenta, para construir desde esos cimientos verdaderos emporios económicos, en los que ninguno de los mayores inversores quería quedarse afuera. Y marcamos como un punto culminante de este fenómeno la incorporación de Lionel Messi como jugador del Inter de Miami, que en su momento trasladó el foco de la atracción futbolística a los Estados Unidos, un país sin tradición en el balompié, que será una de las sedes del próximo Campeonato Mundial.
Entre los infinitos cruces de lo artístico con lo deportivo, debe mencionarse la actuación de números musicales durante la disputa de un match definitorio, como pasa con el Super Bowl, o en las ceremonias de inauguración de certámenes internacionales, que suelen convocar la presencia de figuras de la canción. Este maridaje, que para muchos todavía sigue siendo forzado, es una clara muestra de los lazos que unen a estos dos universos cuyas dimensiones se intersecan en al menos dos intereses comunes: brindarle a la gente un motivo de distracción y generar ganancias inconmensurables para los productores y organizadores.
La apertura de los Juegos Olímpicos de Paris fue un ejemplo mayúsculo de esta amalgama, tal como viene sucediendo en las últimas décadas con los actos de este tipo, en los que las sucesivas sedes lo apuestan todo a impresionar a quienes asisten de modo presencial, pero sobre todo a quienes lo ven a través de una pantalla. Más allá de discutir cuestiones de interpretación religiosa, nadie puede dudar de que el esfuerzo de Francia por mostrar lo mejor de sí se plasmó en una puesta en escena fastuosa que mantuvo a lo largo de varias horas la atención de millones de personas.
Si algo faltaba para corroborar que todo forma parte de lo mismo, la anécdota de lo sucedido durante un show de la cantante Adele en Munich, mientras actuaba frente a 80 mil fans, da testimonio de que entre un espectáculo deportivo y uno musical hay más similitudes que diferencias. La artista británica interrumpió su performance en el momento en que en Paris se disputaba la final femenina de los 100 metros llanos, para que en la pantalla gigante del escenario se reprodujese en directo esa carrera en la que se impuso Julien Alfred en representación de Santa Lucía.
“¡Démosle un aplauso!”, pidió Adele al micrófono una vez finalizada la competencia y antes de continuar con su actuación, que forma parte de una gira por Alemania que se extenderá durante el mes de agosto y que representa su regreso al continente europeo, lugar que no visitaba desde 2016. Si bien es conocida la afición de Adele por el atletismo y su admiración por la gimnasta estadounidense Simone Biles, no habría que tomar este episodio suyo en territorio alemán como una casualidad: la fiebre mediática desatada por los juegos olímpicos no podía pasar desapercibida para el mercado musical.
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