Aquellas piruetas del lenguaje
El lunes se cumplirán cien años del nacimiento de Truman Capote y desde hace varias semanas se vienen realizado tributos de todo tipo a la figura de este autor que dejó un enorme legado, y cuya biografía ha dado lugar a realizaciones cinematográficas, al igual que su producción escrita.
J.C. Maraddón
Los aires renovadores que soplaron en los años sesenta no dejaron nada en pie, ni siquiera los cánones literarios que, más allá de los sacudones perpetrados por las vanguardias, seguían atados a patrones que databan de varios siglos atrás. Como pasaba con artistas de diversos géneros que se abrían camino en ese entonces, muchos escritores se lanzaron al terreno experimental y tomaron rumbos por los que luego vinieron otros a transitar sus inquietudes. Fue así que en los comienzos de esa segunda mitad del siglo veinte se verificaron en todo el planeta diversos movimientos que alteraron la generalmente calma superficie del panorama de la literatura.
Hartos de respetar manuales de estilo que ponderaban la objetividad como meta y que predicaban la simpleza y el aferrarse a las normas de lo que correspondía hacer, algunos periodistas optaron por hacer la suya y apelar a recursos que habían estado prohibidos hasta ese momento. Redactar en primera persona y reproducir diálogos textuales fueron los primeros síntomas de la aparición de esa floreciente raza de escribas a cuyo estilo se le adjudicó el título de “nuevo periodismo”. Publicaciones que aspiraban a captar el interés de un público picado por la curiosidad, reclutaron estas firmas y alentaron su consagración.
En un movimiento inverso, se dio también la presencia de plumas que, provenientes de la faena periodística, incursionaron en la elaboración de novelas que le daban un tratamiento diferente a los acontecimientos que habían trascendido a través de las crónicas de los periódicos. Para esta novedad se definió la categoría de “non fiction”, que agrupaba esos volúmenes donde una prosa cuidada y atractiva repasaba al detalle los casos que habían alterado la opinión pública y que sin duda merecían un tratamiento que excedía los límites por demás acotados que les otorgaban los diarios y las revistas de actualidad.
“A sangre fría”, el relato de Truman Capote que apareció en 1966, es considerado un libro emblemático de esa tendencia y también se lo refiere como pionero, aunque mucho antes había sido editado entre nosotros el insoslayable “Operación masacre” de Rodolfo Walsh, con una cuota extra de compromiso social y político. Así como los fusilamientos de José León Suárez en 1956 habían inspirado la narración de Walsh, fue el asesinato de una familia en el entorno rural de Estados Unidos en 1959 lo que reflejó Capote en su obra, que arrancó como una serie de artículos publicados en el semanario “The New Yorker” y que culminó en su lanzamiento bajo un formato novelístico.
El próximo lunes se cumplirán cien años del nacimiento de Truman Capote y desde hace varias semanas se vienen realizado tributos de todo tipo a la figura de este autor que dejó un enorme legado, y cuya biografía ha dado lugar a realizaciones cinematográficas, al igual que su producción escrita. Si bien su personalidad lo llevó a convertirse en un personaje excéntrico digno a su vez de diversos retratos, no se discute la importancia del giro que imprimió a la literatura de su época y la relevancia que mantiene su nombre en el firmamento de los grandes autores del siglo veinte.
Pero ese centenario lleva además a reflexionar sobre la situación actual del periodismo, ese oficio al que Truman Capote prestigió con su talento, llevándolo hacia los peldaños superiores de la alta cultura, que hasta su aparición tendía más bien a menospreciarlo. Quizás ante la fuga de lectores que prefieren informarse por las redes sociales, haya necesidad de un regreso a aquellas piruetas del lenguaje que practicó esa generación innovadora, cuyas crónicas se transformaron en pormenorizados trabajos de recreación, ante los que se rindió tanto la crítica como el público en general, que los encontraba atrapantes.
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