Cultura Por: J.C. Maraddón02 de octubre de 2024

Retoños del árbol genealógico

La Barra no pudo escaparse de la tradición cuartetera y, a lo largo de estas tres décadas de carrera que está celebrando, sufrió apartamientos que en ciertas ocasiones fueron de común acuerdo y en otras no, pero que casi siempre constituyeron el germen de futuros ídolos del género.

J.C. Maraddón


Entre las características propias del cuarteto como género musical, está la de contar con un árbol genealógico de bandas y solistas que a su vez han derivado en sucesivos desprendimientos, a partir de los cuales se fueron conformando oleadas de intérpretes de moda. Tal vez el hecho de que algunas de esas formaciones desarrollaran su carrera alrededor de las decisiones de “dueños” que las lideraban, fomentó la necesidad de ciertos integrantes de independizarse y de ponerse al frente de su propio proyecto, del que después iban a surgir nuevas figuras, y así hasta llegar a este presente en que conviven actuales y viejas propuestas.

De la “madre baile” Leonor Marzano y su Cuarteto Leo, que fundaron este estilo tan popular en la región, fueron asomando diversos cantantes que aprovechaban la fama obtenida como parte de esa agrupación para abrirse camino en solitario. Uno de los vocalistas de la Leo que más alto llegó ha sido Carlitos Pueblo Rolán, quien en los años setenta llegó a ponerse a la par de su anterior grupo en cuanto a popularidad, cuando pasó a integrar la elite de los “cuatro grandes” que reinaron entre los bailarines hasta que la dictadura militar impuso el silencio.

En ese cuadro de honor también aparecía el Juvenil Cuarteto Berna, del que iban a emerger voces tan particulares como la de Carlitos La Mona Jiménez, quien de allí saltó al Cuarteto de Oro con Coquito Ramaló, para finalmente emprender una aventura por su cuenta por demás exitosa. Y dentro de aquella ebullición setentista se hizo conocer Chébere, otro nombre colectivo del que se esparcieron cantantes que han dejado su huella en el género cordobés, aunque cada tanto vuelven a actuar junto a sus antiguos compañeros, como si nunca se hubiesen ido de aquel espacio que los cobijó en sus inicios.

A mediados de los ochenta, Manolito Cánovas salió al ruedo con una banda propia a la que denominó Tru-la-lá, el nombre de la ciudad donde vivía Hijitus. Quizás él no sabía en ese momento que con ese emprendimiento suyo comenzaban a edificarse los cimientos de una nueva camada cuartetera, a partir de vocalistas y músicos de Tru-la-lá que, tras apartarse de la nave nodriza, se atrevían a lanzarse con vuelo propio y obtenían un reconocimiento inmediato, como sucedió con Gary, Jean Carlos, Cristian Amato y tantos otros que fueron conocidos como trulaleros y después comenzaron a adquirir un perfil individual.

En septiembre de 1994, cuatro ex Tru-la-lá dejaron su lugar en el combo de Manolito Cánovas y conformaron La Barra, que estaba destinado a ser uno de los conjuntos de mayor suceso y más longevos dentro del género. El cantante Javier La Pepa Brizuela, el bajista Carlos De Piano, el percusionista Adrián Moyano y el tecladista y arreglador Víctor Miranda (luego La Muchachada y Banda Express) diseñaron una estrategia que los instaló en el circuito de bailes y los llevó a grabar de inmediato con Sony Music, en el arranque de una trayectoria que por estos días está celebrando su trigésimo aniversario

Como eje central de los festejos se realizaron dos shows en el Quality Arena el pasado fin de semana, donde subieron al escenario como invitados algunos de los que alguna vez fueron miembros del grupo. Y es que La Barra no pudo escaparse de la tradición y, a lo largo de estas tres décadas, sufrió apartamientos que en ciertas ocasiones fueron de común acuerdo y en otras no, pero que casi siempre fueron el germen de futuros ídolos del cuarteto, que encuentra así su forma de reinventarse sin dejar de lado aquellos pilares sobre los que se edifica una corriente musical de tanto arraigo.

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