Un mojón contra el derrotismo
Al cumplirse hoy 40 años desde la inauguración del primer Festival Latinoamericano de Teatro, se agiganta su leyenda y cobra mayor dimensión la epopeya de Carlos Giménez, quien desde el exilio en Caracas imaginó a su Córdoba natal como vértice donde confluyeran artistas llegados desde diversas latitudes.
J.C. Maraddón
En enero de 1984, cuando la felicidad por el retorno de la democracia convivía con el espanto del hallazgo de fosas comunes que testimoniaban la magnitud de los crímenes de la dictadura, una conferencia de prensa citada en el Foyer del Teatro del Libertador iba a confirmar la concreción de una promesa realizada meses antes por el gobernador electo Eduardo César Angeloz al director teatral cordobés Carlos Giménez. En una calurosa tarde de verano, junto a autoridades del área de cultura de la provincia, el propio Giménez anunciaba la realización en Córdoba del primer Festival Latinoamericano de Teatro, previsto para octubre de ese año.
Más allá de otros eventos que signaron esos días en que un clima inédito de libertad invadía las calles, ese encuentro internacional sería el que dispararía en infinitas direcciones la perspectiva artística local, al poner en contacto a la cultura cordobesa con expresiones provenientes de otros países del continente y de Europa. Fue una instancia que llevó a los comprovincianos a sentir que de verdad todo había cambiado y que la oscuridad de los años de plomo daba paso a una sensación que todo era posible. Y representó un despertar para quienes así se convencían de que la pesadilla había quedado atrás.
Durante esos diez primeros meses de 1984 las acciones se sucedieron de forma vertiginosa, animadas por una voluntad de recuperar de inmediato el tiempo perdido desde el golpe de marzo de 1976. Pero lo que nadie podía imaginar era que iban a ser las artes escénicas, consideradas una manifestación para un público minoritario, las que iban a catalizar ese espíritu reinante, a través de una convocatoria en la que se iban a involucrar creadores de todos los géneros, como protagonistas o como espectadores sumergidos en una experiencia iniciática cuyas consecuencias se extienden hasta la actualidad.
Cada uno de los que haya estado ahí contará su propia versión de los hechos, pero casi todos coincidirán en que nadie salió indemne después de esos días que transcurrieron desde la apertura hasta el cierre del festival, con una intensa agenda que se prolongaba hasta la madrugada en el circuito de los bares. La ciudad entera se prestó como escenario y hasta lugares insólitos como una sucursal de un banco, la acera de una avenida céntrica o el patio abandonado de la Escuela Olmos funcionaban como espacio para la actividad dramática, que contagiaba su sana locura a los ciudadanos de a pie.
Quizás la propuesta más impactante haya sido la de los catalanes de La Fura dels Baus con sus monstruosos personajes, su estilo disruptivo y su provocación constante, pero la calidad de los elencos seleccionados no ofrecía fisuras y en cada puesta en escena afloraba la admiración de los asistentes. Tras largos años de censura y represión, se habían desatado las cadenas y las posibilidades de expresarse volvían a ser infinitas. La versión de “Fuenteovejuna” por la Comedia Cordobesa releía desde el presente el clásico de Lope de Vega y la ópera rock “El espectáculo va a comenzar” renovaba el repudio al régimen militar desde un formato musical.
Al cumplirse hoy 40 años desde la inauguración de aquel primer Festival Latinoamericano de Teatro se agigantan las sombras de su leyenda y cobra mayor dimensión la epopeya de Carlos Giménez, quien desde el exilio en Caracas imaginó a su Córdoba natal como vértice donde confluyeran teatreros llegados desde diversas latitudes. Con recursos que en este 2024 resultarían paupérrimos pero con una energía a prueba de cualquier fracaso, aquel evento pudo llevarse a cabo de punta a punta y dejó plantado un mojón cultural que no podrá ser conmovido ni siquiera por los vientos derrotistas que soplan en estos días.
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