Culpar a la víctima otra vez
El tristísimo final de que tuvo la vida de Liam Payne en un hotel porteño habla más de la crueldad con que el sistema de consagración musical trata a sus jóvenes promesas, que de los actos privados de un hombre al que la fama temprana condenó a una feroz exposición pública.
J.C. Maraddón
Si la industria del entretenimiento estadounidense es una maquinaria devoradora de ídolos que no tiene contemplaciones con las estrellas que fabrica, mucho menos piadosa es todavía su par coreana, a juzgar por lo que sucede con los intérpretes del k-pop que terminan desbarrancando después de verse sometidos a un esquema laboral deshumanizante. Con su alta tasa de suicidios, esa usina musical del sudeste asiático no sólo es noticia por la sucesiva aparición de formaciones que conquistan con cierta facilidad el mercado occidental, sino que además suelen despertar el interés de la prensa europea y norteamericana las resonantes denuncias acerca de las condiciones en que trabajan las figuras del género.
El último eslabón de esa cadena de acusaciones ha sido el testimonio que brindó ante la Asamblea General de Corea del Sur la cantante Hanni, del grupo NewJeans, quien dio detalles sobre el acoso laboral que sufrió ella y que padecen muchos de sus jóvenes colegas, por parte de los sellos discográficos. Con apenas 20 años, la artista rompió en llanto durante esa audiencia pública que fue emitida en vivo por la televisión, en la que expresó: "Espero que los aprendices no sufran estos incidentes y por eso decidí comparecer".
La gravedad de sus dichos se magnifica porque NewJeans se encuentra bajo la tutela de la compañía Ador, subsidiaria de HYBE, la marca que también está detrás de BTS, una boy band que desde hace años es furor en todo el mundo y que ha contribuido a instalar el k-pop como un fenómeno global. Hanni asegura que planteó sus quejas pero no recibió ninguna respuesta de los responsables de Ador. El año pasado, las muertes de Moonbin, de la banda Astro, las actrices Jung Chae-yull y Yoo Joo-eun, y la cantante Goo Hara, sacudieron el mundo del espectáculo en Corea del Sur y pusieron en tela de juicio el carácter altamente competitivo que rige la convivencia en la sociedad coreana.
Mientras tanto, de este lado del planeta tal vez las cosas no lleguen a ese extremo pero la reiteración de episodios que exponen la fragilidad de la salud mental de muchos famosos, compromete el funcionamiento de un negocio millonario que brinda servicios de entretenimiento sin preocuparse por la intimidad de esas celebridades a cuyo talento le debe todo. Y así, en vez de asociar esa cadena de hechos particulares a una razón en común, se indaga en la historia clínica y sentimental del artista involucrado, para activar el morbo de los adictos a la prensa amarillenta.
El tristísimo final de que tuvo la vida de Liam Payne en un hotel porteño habla más de la crueldad con que el sistema de consagración musical trata a sus jóvenes promesas, que de los actos privados de un hombre al que la fama temprana condenó a una feroz exposición pública. Como integrante de One Direction, Payne atravesó situaciones que desestabilizarían emocionalmente a cualquiera, y que con mayor profundidad aún afectaron la conducta de un adolescente que quedó atrapado en una jaula de oro.
El fallecimiento del ex One Direction y los serios cargos de Hanni contra quienes tutelan su incipiente carrera, coinciden en desnudar prácticas muy oscuras que se realizan entre bambalinas y que muy pocas veces son señaladas como causa cuando se produce el colapso, por el que casi siempre se vuelve a culpar a la víctima. Si cada día suman más los caídos en el altar de esa maquinaria impiadosa que es el show business, entonces eso quiere decir que no hay allí debilidades individuales sino una estrategia de explotación colectiva a la que sólo los más fuertes tendrán alguna chance de sobrevivir.
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